La exclusión social se
cronifica
La crisis económica está cronificando y aumentando
unas situaciones de precariedad social y material a las que las
administraciones públicas y organizaciones como Cáritas tratan de poner remedio
Un reportaje
de Beatriz Sotillo - Domingo, 8 de Febrero de 2015 -
Ana Sofi
Telletxea, Carlos Bargos e Idoia Pérez de Mendiola analizan problemas y las
necesidades de la sociedad vasca desde el observatorio que suponen los
servicios de Cáritas. (Pablo Viñas)
LAS personas que día a día se
enfrentan con el desarraigo, el aislamiento, las carencias materiales y todo
tipo de precariedad observan que en estos siete años de crisis económica la
exclusión y la vulnerabilidad de una parte importante de la sociedad vasca se
han vuelto un problema crónico. Desde Cáritas dicen que los únicos brotes
verdes que ven están en el área del voluntariado, en el ímpetu y el ánimo
de personas que tratan de combatir la desigualdad social y los males asociados
a la pobreza.
Carlos Bargos, director de Cáritas Bizkaia, Idoia
Pérez de Mendiola, responsable de Acción Social de base, y Ana Sofi Telletxea,
responsable de Análisis y Desarrollo, explican que el pilar familiar que ha
ayudado a sostener la estructura social en tiempos de paro elevado y
precariedad laboral “da muestras de agotamiento” y es necesario establecer
políticas que lo refuercen. “La pobreza y la exclusión -subrayan- no están
vinculadas exclusivamente a momentos de crisis, antes y después seguirá
habiendo, por eso hay que tomar medidas que sirvan para el largo plazo”.
Avanza la cronificación
El análisis que hace Carlos Bargos destaca que
“las situaciones de pobreza no solo se están cronificando, sino que cada vez
son más complejas”. “Nuestra sociedad -dice- ya tenía una gran capacidad de
generar bolsas de exclusión y la crisis la ha potenciado. En los primeros
momentos de la crisis se produjo un aumento muy fuerte de la pobreza, ahora eso
está estabilizado o por lo menos no hay un crecimiento significativo, pero sí
se observa una cronificación y las situaciones son más complejas. Nos es lo
mismo atender a una persona o una familia que lleva dos años en el paro que a
otra que lleva cinco, porque aquí empiezan a intervenir factores psicológicos,
falla la red social, hay dificultades para la normalización de los niños de la
familia...”.
Idoia Pérez de Mendiola añade que de las familias
que acuden a Cáritas “llama la atención que antes requerían un apoyo puntual y
con una ayuda podían salir adelante, mientras que ahora nos encontramos con
situaciones más complicadas, las personas, incluso si tienen un empleo
precario, están en una situación muy vulnerable y cualquier incidencia, desde que
se rompa la lavadora hasta la enfermedad de un hijo, cualquier gasto fuera de
lo cotidiano, hace que la familia, si no cuenta con una red de apoyo, tenga que
recurrir a Cáritas”.
Hay más autóctonos
Lo primero que apunta Ana Sofi Telletxea es que
“la pobreza no se reparte por igual en la población” y a partir de ahí empieza
a enumerar los colectivos más castigados por la exclusión: “familias con
menores a su cargo, y dentro de estas, las sustentadas por mujeres solas”; “los
grupos donde el problema del empleo es más grave”; y las familias o personas de
origen extranjero. Añade que los datos muestran el crecimiento de la pobreza
entre los autóctonos, de forma que el peso porcentual de “los dos colectivos
(autóctonos y extranjeros) sobre el total de los que requieren ayudas están a
punto de converger”. “Contrariamente al imaginario social sobre el origen
geográfico de la población atendida por los servicios sociales, los inmigrantes
reducen su presencia porque se ha producido una salida, bien porque vuelven a
sus países o porque hacen lo mismo que nuestros jóvenes y se van a otros países
europeos”.
Carlos Bargos especifica que el reparto del
colectivo autóctono y el inmigrante “es al 50%, porque aunque en su día el peso
de las personas inmigrantes entre los que requieren ayuda pudo ser hasta del
80%, hoy la distribución está 50/50”. “Familias autóctonas que hace tres o
cuatro años estaban completamente normalizadas hoy han caído en la exclusión”,
indica Bargos.
Menos redes sociales
Ana Sofi Telletxea destaca que en Euskadi “la
pobreza y la exclusión se concentran en zonas urbanas, en núcleos de más de
100.000 habitantes”. Entre los principales problemas cita los déficit en el cuidado
de la dependencia (tanto de mayores como de menores) y hace hincapié en “los
problemas de exclusión vinculados con las redes y el entramado social”. “El
empleo y la vivienda son problemas más importantes, también algunos del área de
la salud, pero el único indicador de exclusión en el que Euskadi está por
delante del Estado español es el que tiene que ver con lo relacional. Se habla
mucho de los problemas económicos y los laborales, pero en los lazos
relacionales y familiares empezamos a ver luces rojas. Esta carencia de redes
sociales de apoyo o su fragilidad, unida a otros factores, genera situaciones
de exclusión graves”, señala Telletxea.
Los más vulnerables
Idoia Pérez de Mendiola especifica que no
hablamos de pobreza infantil, “sino de familias que están en situación de
pobreza y quienes son más débiles en las familias son los niños o los mayores”.
Ana Sofi Telletxea añade que “el problema de la
pobreza en familias que tienen menores es que el proceso de socialización de
esos niños y su construcción como personas se hace en una situación de crisis.
Su paso de la infancia a la juventud se hace en medio de la precariedad y esa
precariedad material, junto al clima familiar de ansiedad, de falta de
perspectivas, crean un intangible que no se puede resumir en que hay niños
pobres, sino que es un factor que afecta al carácter, que marca a una
generación”. “Hay familias en las que los abuelos hacían labores de cuidado de
los menores porque los padres tenían que trabajar, ahora algunos padres están
volviendo al hogar paterno con los niños con lo que todo el esquema de
relaciones se va truncando. Las personas que están en atención familiar en
Cáritas te hablan de la tensión que se vive en el clima familiar. A menudo el colchón
familiar no es cálido y agradable, y aunque la solidaridad intrafamiliar
funcione, hay tensiones, crisis y conflictividad”, explica la experta.
Sobre las posibles soluciones, Ana Sofi Telletxea
indica que “curiosamente la política pública que más está haciendo para frenar
la pobreza infantil es el sistema de pensiones. En otros Estados europeos las
políticas familiares son más potentes, están más focalizadas y trabajan a favor
del bienestar de los niños arropando a la familia con ayudas por hijo, medidas
de conciliación, guarderías, permisos de maternidad, educación temprana... aquí
los niños están protegidos gracias a un sistema público que está pensado para
los mayores”.
Idoia Pérez de Mendiola opina que la debilidad de
las políticas públicas de apoyo a las familias hace que éstas carguen con mucho
peso, de forma que “las familias con niños que no tienen una red de apoyos
encuentran muchas dificultades para hacer procesos. En la vida cotidiana todos
lo vivimos: si no tienes una amama o un aitite que te eche una mano no puedes
trabajar o pierdes oportunidades para formarte”. Carlos Bargos resume diciendo
que “debemos proteger más a la familia, que está actuando como un colchón pero
ya evidencia síntomas de erosión”.
Excluidos laborales
Ana Sofi Telletxea apunta que la escasez de
empleo y la precariedad se han convertido en un grave problema social con gran
poder excluyente. Señala que “hay gente que trabaja y está en la exclusión. Ese
es el gran reto y la diferencia de esta crisis respecto a la anterior. Antes,
aunque con la reconversión industrial se cerraron líneas de producción, se pudo
estructurar un empleo alternativo, que era un poco peor, no tan protector como
el que generaba la industria, pero aún tenía unas garantías. Ahora no y no se
percibe ninguna estrategia que genere empleo de calidad”.
Según Carlos Bargos, “cuando nos comparamos con
el resto del Estado vemos que tenemos unos índices de paro más bajos, pero si
nos fijamos únicamente en los parados de larga duración resulta que estamos al
mismo nivel, luego no estamos tan bien. La comparación con los datos a nivel
nacional nos puede dejar un poco tranquilos, pero a nada que profundicemos
vemos que los índices de precariedad y larga duración son iguales”.
Esta precariedad se traduce, según Pérez de
Mendiola, en que “hay un sector de la población que no tiene estabilidad
laboral y su proyecto vital está truncado, hay una generación en stand by
sin poder dar los pasos normales en esa etapa de la vida”.
Inversión social
La solución general apuntada por Carlos Bargos es
la inversión social. Y junto a eso, “potenciar nuestro sistema de protección
social: las rentas de garantía, la protección en vivienda, las ayudas
especiales. Todo eso, que es mejorable, es una verdadera joya”. Sobre la
polémica abierta en torno a la RGI (Renta de Garantía de Ingresos), que es el
aspecto más visible del sistema de protección vasco, el director de Cáritas
Bizkaia dice que “lejos de cuestionar la necesidad de aumentar el control y que
las ayudas vayan realmente a las familias y a las personas que lo necesitan,
vemos que es una herramienta de lujo y tenemos que potenciar su valoración. La
protección en lo sanitario, lo educativo, en los servicios sociales, configura
una estructura social muy potente y lo que tenemos que hacer no es ponerla en
duda sino potenciarla. Las organizaciones sociales y la administración pública
trabajamos conjuntamente y lo estamos haciendo bien, pero todo es mejorable.
Desde Cáritas Euskadi hemos dicho que en la protección ni un paso atrás”.
Bargos añade que junto a la protección también
haría falta “desarrollar plataformas de promoción e inclusión, porque la
sociedad tiene que intentar que las personas estén el menor tiempo posible en
los sistemas de ayuda”.
La pobreza es de todos
Frente a las teorías que propugnan que las administraciones
públicas están derivando a la sociedad -y a las ONG- su responsabilidad en la
atención de las necesidades y derechos básicos, Carlos Bargos afirma que “la
Administración tiene mucha responsabilidad, pero eso no nos exime a los demás
de tener una parte de responsabilidad personal. La pobreza es cosa de todos, no
solo de las administraciones públicas”.
No obstante, puntualiza que “desde Cáritas
hacemos un continuo análisis de si con nuestro modelo de intervención social
estamos provocando el mantenimiento de la situación o una dependencia de las
ayudas. Nuestro planteamiento es que todo lo que hagamos tenga espíritu de
promoción, de búsqueda de salida y soluciones, no de mantenimiento de la
situación”.
Idoia Pérez de Mendiola lo ilustra señalando que
“nuestras ayudas siempre están vinculadas a procesos de acompañamiento de las
personas y tratamos de que las ayudas sean lo más normalizadoras posible. Es
decir, que si una persona necesita alimentación tenga los medios para ir al
supermercado y si puede cocinar en casa que no tenga que ir a los comedores. La
idea es: derecho a comer sí, pero como come todo el mundo”.
‘“Se suele decir que lo que indigna es la pobreza
y no, lo que indigna es la desigualdad”, afirma tajante Carlos Bargos cuando
habla del trabajo de los voluntarios de Cáritas y del papel de las ONG. “Lo que
duele es la desigualdad y muchos movimientos de voluntariado vienen de esa
sensación de no hay derecho a esto”. Idoia Pérez de Mendiola reconoce
que “en estos años hemos tenido que hacer un acompañamiento de sus voluntarios,
porque las situaciones son complicadas y el grado de sufrimiento es mayor”.
No hay derecho a esto’
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170 años de cooperativismo
(Un artículo
de José Manuel Sinde, publicado en Deia en de Diciembre de 2014)
El
cooperativismo surge como reacción al capitalismo, para resolver desde la
sociedad y la empresa algunos problemas creados por el mismo en los
trabajadores y familias de la época. Se inspira en las ideas de los socialistas
utópicos pero, sobre todo, en Robert Owen, quien, además, poniendo
en práctica sus ideales humanistas consiguió que la empresa que dirigía fuera
la más grande en el sector textil inglés de entonces... y una de las más
rentables de Europa (cuando el ROE medio era de un "modesto" 30-40%).
Esa
capacidad de compaginar una preocupación por las personas y el éxito
empresarial probablemente fuera la causa de la gran popularidad que adquirieron
sus propuestas y que hizo que incluso dos presidentes USA diferentes (Adams y
Monroe) organizaran sendas sesiones conjuntas del Congreso y del Senado para
escucharlas.
Sin
embargo, la tarea de armonizar en la práctica los ideales humanistas y el
realismo económico no se reveló nada sencilla y la casi totalidad de las coops.
creadas en base a las ideas de Owen quebraron.
No
obstante, en diciembre de 1844, cerca de Manchester, nace una nueva coop. que,
manteniendo los valores iniciales de igual dignidad de todas las personas,
solidaridad y cooperación modifica el modelo inicial. Los cambios: considera
imprescindibles los beneficios a fin de capitalizar la empresa, remunerar
adecuadamente el capital que se va formando y, por otro lado, eliminar el cobro
a crédito (que estaba en la base de los fracasos anteriores)
Además,
traduce sus principios morales en ventajas para sus clientes y, por ello, se
compromete a no vender alimentos adulterados ni engañar en el peso, prácticas
ambas bastante generalizadas entre los comerciantes de la época. (En 1861 una
investigación demostró que el 87% del pan y el 74% de la leche vendidos en
Londres estaban adulterados)
Se
adelantaban así 30 años a la ley que iba a regular el comercio de alimentos y
sentar las bases para la desaparición del fraude. Apuntaban, de esta forma,
otra de las características de las coops. desde entonces: influir con su
actuación en los cambios de los hábitos en las relaciones económicas.
La nueva
coop. demostró su eficacia y surgieron en Inglaterra cientos de coops.
similares, primero, y en otros sectores económicos, después, iniciando un
fantástico crecimiento internacional que hace que hoy más de 720M. de personas
de todo el mundo tengan alguna relación con una coop.
Como
contrapartida, sin embargo, se constata que después de 170 años de existencia
las cooperativas no representan en ningún país más del 10% del PIB, siendo ,
por tanto, una fórmula que, aunque significativa, no ha supuesto de hecho una
alternativa a las formulas societarias tradicionales en las empresas de ningún
país del mundo.
Determinados
valores del cooperativismo han ido siendo, con todo, asumidos por la
legislación y por algunas empresas convencionales de los países desarrollados,
convencidas de que el aumento de la competencia internacional requiere de la
colaboración de los trabajadores en el proyecto empresarial.
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