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dimecres, 25 d’abril del 2018

FOTOS "RODES" VARIS - MANACOR...




NARKIM


CIUTAT   PROHIBIDA


XINA 


XINATOWN






BANGLADESH 




LA   INDIA:







RED FORD












Mausoleu fet erigir a Agra, a l’estat d’Uttar Pradesh, Unió Índia, en honor a Mumtāz Maḥal (morta el 1613), pel seu espòs el soldà mogol Shāh Jahān.
És un rectangle de 580 m per 304: a la part central hi ha un jardí, que deixa a banda i banda dues àrees oblongues; a la del nord hi ha l’edifici del mausoleu pròpiament dit, de planta octagonal, que és un monument cabdal de l’arquitectura islàmica, la força del qual està en el sentit de la proporció dels espais arquitectònics






MANACOR


SANT CRIST CENTRE


CLAUSTRE DES CONVENT 


CAMÍ "FORA-VILA" 


SA BASSA 


PLAÇA WEYLER 


PLAÇA DEL PALAU 



S'OLIVERA 07500



NA CAMEL·LA


PLAÇA DES COS 


PL. ARQUITECTE BENNÀSSAR




PASSEIG FERROCARRIL


CARRER BARRACAR 



PASSEIG ANTONI MAURA

dilluns, 16 d’abril del 2018

ADDENDA EGIPTE I ALTRES


ANTIGUO EGIPTO





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La fascinante historia de una de las civilizaciones más ancestrales del mundo está presente en todo el territorio egipcio. Cada yacimiento, templo o valle es una lección de historia donde el Antiguo Egipto cobra vida. Lo hace en las pirámides de Guiza, donde los viajeros van de una a otra hasta terminar en la Gran Esfinge. También en Abu Simbel, el templo de Nubia levantado durante el reinado de Ramsés II, o el popular Valle de los Reyes, donde se encontraron enterrados a un gran número de faraones. Algunos de los de los más conocidos descansan en el museo de El Cairo, detrás de una vitrina de cristal,


FOTOS:
























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En la ribera oriental del Nilo, en cambio, el gran tesoro son Lúxor y Karnak, los templos que se ubican en la antigua ciudad de Tebas, capital del Imperio Nuevo del Antiguo Egipto. El bullicio está en sus mercados, donde los locales disfrutan con el juego del regateo de los viajeros, mientras que los amantes del submarinismo encuentran en el mar Rojo su paraíso marino.

FOTOS:










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1990-1994


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Un símbolo inmortal del Antiguo Egipto



Gran Esfinge de Gizeh


La Gran Esfinge de Gizeh, un ser híbrido con cabeza de rey y cuerpo de león, es un símbolo inmortal del Antiguo Egipto. La estatua ha pasado más de 4.500 años a la intemperie, pero sigue conservando su magnificencia. Con el semblante impasible ha resistido al sol implacable, a tormentas de arena, lluvias torrenciales y a la capacidad devastadora del ser humano. Dicen que su
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nariz fue mutilada por unos iconoclastas o por un cañonazo de las tropas napoleónicas o británicas. El Museo Británico expone un fragmento de su barba postiza que probablemente fue añadido en una época posterior. Esta excelente imagen fue tomada el pasado mes de noviembre, durante los últimos trabajos previos a la reapertura del patio circundante, que permite el tránsito de turistas alrededor de la esfinge. Entre sus patas extendidas se percibe claramente la Estela del Sueño, erigida por Tutmosis IV para rememorar un sueño visionario que tuvo mientras se quedó dormido a la sombra de la esfinge: ésta le prometió el trono de Egipto si retiraba la arena que cubría su cuerpo.






El enigma de la esfinge
¿Se construyó la Gran Esfinge de Gizeh con una cabeza de león y más tarde se le dio el rostro de un rey? Tradicionalmente se ha visto en ella la efigie del faraón Kefrén, pero nuevos estudios sugieren interpretaciones distintas. Zahi Hawass –secretario general del Consejo Superior de Antigüedades de Egipto y explorador residente de National Geographic Society– presenta teorías más recientes sobre el misterio que envuelve esta enigmática obra del Imperio Antiguo.








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El código de la pirámide
Durante cinco mil años, las pirámides de Egipto han ejercido una poderosa fascinación sobre quienes las han contemplado. ¿Quién las erigió? ¿Cómo se construyeron, y por qué? Sabemos que los antiguos túmulos hechos de piedra y arena se convirtieron en mastabas, que dieron paso a las pirámides. Estas impresionantes construcciones –como la Gran Pirámide de Keops– se levantaron siguiendo un código secreto que ahora los arqueólogos están en condiciones de desvelar.


1990


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Esnofru, el gran constructor

A inicios de la dinastía IV, Esnofru quiso dar un paso más en la consecución de una pirámide perfecta para que fuera su morada de eternidad. En esta búsqueda, el faraón llegó a construir al menos tres de estos grandes monumentos

Las pirámides de Gizeh

La dinastía IV representa el cénit en el arte de construir pirámides. Keops y después su hijo Kefrén erigieron las pirámides más grandes y perfectas en la necrópolis de Gizeh, como muestra la imagen


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La Gran Esposa Real
Detalle de un cofre hallado en la tumba de la reina Hetepheres, esposa de Esnofru, en Gizeh. A la izquierda, un cartucho contiene el nombre Nesu-Bity del rey: el de las bondades.
















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El constructor de pirámides

Faraón, posiblemente Esnofru, con la corona blanca del Alto Egipto. Museo Egipcio, El Cairo.








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Un hijo del faraón

Antílope, en un fragmento de pintura mural de la tumba de Nefermaat. Museo Británico, Londres

Rey del Alto y del Bajo Egipto

Esnofru entronizado y tocado con la doble corona. Relieve en el Museo Egipcio, El Cairo.
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Las pirámides de Dashur



La imagen muestra la pirámide Romboidal en primer término, alzándose en la llanura de Dashur; al fondo se vislumbra la pirámide Roja. Ambas fueron construidas por Esnofru.
















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Esnofru, el gran constructor

En contra de lo que podría pensarse, el mayor constructor de pirámides de la historia de Egipto no fue Keops, el faraón al que se debe la Gran Pirámide de Gizeh. Ese título corresponde en realidad a su padre Esnofru, quien, según han calculado los estudiosos, empleó para la construcción de las tres pirámides que se le atribuyen un cuarenta por ciento más de metros cúbicos de piedra que su hijo Keops, el constructor de la Gran Pirámide de Gizeh. Esnofru, además, fue el primer soberano egipcio que levantó una pirámide perfecta de caras lisas y que desarrolló la estructura clásica de los complejos funerarios egipcios, que perduraría durante varios siglos.

Los tres grandes monumentos funerarios creados por Esnofru coronaron el sensacional desarrollo de la arquitectura funeraria egipcia a partir de la dinastía III. El rey Djoser, gracias a su conocido arquitecto Imhotep, fue el primero que construyó su tumba totalmente en piedra, ofreciendo así un sentido de eternidad a unos edificios que anteriormente se hacían de adobe y que por ello se desvanecían al poco tiempo. Además, en esta gran obra que llevó a cabo en Saqqara (una necrópolis próxima a Menfis, la capital de Egipto), Imhotep prescindió de la típica mastaba, un edificio funerario rectangular con paredes en talud. La sustituyó por una pirámide escalonada, compuesta por un total de seis niveles que alcanzaban los 62 metros de altura. Cabe señalar que éste fue el edificio más alto del mundo hasta el reinado de Esnofru.
Gesta de la ingeniería y plasmación del poder del Estado faraónico, la pirámide escalonada tenía una estructura característica, en la que los estudiosos han visto el reflejo de un simbolismo estelar propio de la cultura egipcia en esa época. Así, el eje principal del complejo, de 544 metros de longitud, se orienta de norte a sur y la entrada a la pirámide se sitúa en el lado norte, al igual que el templo funerario del faraón, adosado a la pirámide sobre una base de dos metros de altura. Además, el denominado serdab –una habitación en el lado norte de la pirámide en la que estaba colocada la estatua del ka del faraón (su espíritu o fuerza vital)– poseía dos orificios a través de los cuales una estatua de Djoser podía observar Dubhe y Kochab, dos importantes estrellas circumpolares. La propia forma de la pirámide, como un edificio de seis escalones, evoca las escaleras por las que el espíritu del faraón ascendía al cielo.






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El soberano innovador

Durante la dinastía III, los reyes Sekhemkhet y Khaba levantaron en Saqqara y Zawiyet el-Aryan construcciones similares a la pirámide escalonada de Djoser. Lo mismo hizo Esnofru en su pirámide de Meidum, una necrópolis situada 55 kilómetros al sur de la pirámide escalonada de Saqqara. Allí el faraón erigió un gran monumento funerario a modo de pirámide de ocho escalones, con una torre central de mampostería y paredes en talud, a la que se añadieron capas superpuestas también en talud con una inclinación de 75º.

Sin embargo, a finales de su reinado Esnofru puso en marcha una tercera fase constructiva que cambiaría radicalmente la fisonomía de la pirámide de Meidum. En la base, los obreros levantaron una plataforma nivelada de bloques de caliza, y sobre ésta fueron colocando sucesivas hiladas horizontales de piedra. Por último, toda la construcción recibió un revestimiento exterior de fina caliza de Tura. De este modo se obtuvo una pirámide perfecta, con cuatro caras lisas de 51º de inclinación, 144 metros de base y 92 de altura.




La pirámide de Meidum



La innovación arquitectónica impulsada por Esnofru en Meidum está relacionada con el auge del culto solar durante la dinastía IV, que promovió la identificación del faraón con el dios sol Re. No es casualidad que Huni, el predecesor de Esnofru, fuese el primer monarca en inscribir su nombre y títulos en un cartucho, el óvalo que simboliza el recorrido de Re; y tampoco que Didufri, nieto de Esnofru, fuera el primer faraón en llamarse Hijo de Re.






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De acuerdo con esta visión, la pirámide simbolizaría el benben, la colina primordial, ese primer trozo de tierra que, tras la creación del dios solar Atum, emergió de las aguas del nun, el inerte, oscuro y silencioso océano primordial. La pirámide, como la colina primigenia, representa la creación y el renacimiento y se convierte en el vehículo de la revitalización del faraón difunto. Si las pirámides de la dinastía III simbolizaban escaleras al cielo estrellado, ahora la pirámide, como elemento solar, podía expresar también la idea de los rayos del Sol que permitían el ascenso del rey hasta la divinidad solar. Con sus caras lisas que resplandecían gracias a su recubrimiento con caliza blanca de Tura, los colosales edificios podían ser vistos desde la lejanía y se convertían en perfectos marcadores geográficos y manifestación del poder de Re y del dominio del faraón.

De acuerdo con esta nueva concepción, el eje de construcción principal del complejo funerario pasó a ser el este-oeste, en lugar del norte-sur anterior. Así se pretendía propiciar la unión del rey con el dios solar en su recorrido diario, desde que se asomaba por el este en forma del escarabajo Khepri, pasando por su culminación al mediodía como Re, en forma de disco solar, y su ocaso por el oeste en forma de carnero, Atum.

La pirámide de Meidum marcó el triunfo definitivo de este nuevo modelo de conjunto funerario. La obra de Esnofru incluye por primera vez todos los elementos característicos de los complejos funerarios faraónicos a partir de entonces: una pirámide satélite junto a la principal, un templo funerario, otro templo situado a la orilla del río y una rampa que enlazaba estos dos edificios. De acuerdo con el modelo solar, el templo funerario quedó adosado a la cara oriental de la pirámide, en vez de la septentrional, aunque el acceso al interior se realizaba aún por el lado norte, como en la pirámide de Djoser. Desde esta entrada, a unos 18 metros de altura, parte un corredor descendente de casi 60 metros de longitud y una inclinación de 28º. Este conducto termina en un pasillo horizontal que desemboca en el fondo de un pozo, cuya parte superior da acceso a la cámara sepulcral, construida con una técnica típica de inicios de la dinastía IV: la falsa bóveda por aproximación de hiladas.






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La pirámide Romboidal

Esnofru construyó una segunda pirámide en la necrópolis de Dashur, a 45 kilómetros al norte de Meidum. La forma final que adoptó este monumento es singular. Comenzada como una pirámide de 60º de inclinación, posteriormente se le añadió una envoltura a base de bloques inclinados 6º hacia el interior y una rebaja de la pendiente en cinco grados. A partir de los 47 metros de altura, se redujo la pendiente de las caras de la pirámide a 43º, dándole así el peculiar aspecto de «pirámide romboidal», como se la conoce. No se sabe si este cambio de pendiente se debió a problemas estructurales que hubo que resolver sobre la marcha o bien tenía un significado simbólico: la doble pendiente representaría, por ejemplo, la unidad del Alto y el Bajo Egipto. Una vez concluida, la pirámide alcanzó los 105 metros de altura, con una base de 188 metros de lado.
La pirámide Roja de Dashur
La estructura interna de la pirámide Romboidal es inusual a causa de sus dos entradas. Una se halla, como era costumbre, en el lado norte, a 12 metros de altura, y da paso a un corredor de 80 metros de longitud que lleva a un pasillo horizontal; éste, a su vez, conduce a una cámara con falsa bóveda de 17 metros de altura. La segunda entrada, originalmente camuflada tras un bloque de revestimiento, se halla en el lado oeste, a 33 metros de altura. Da a un corredor descendente que al cabo de 65 metros continúa a modo de un pasillo horizontal, donde se dispusieron dos cámaras con bloques de cierre y, finalmente, una cámara funeraria con falsa bóveda de 16 metros de altura.
La tercera pirámide de Esnofru, conocida popularmente como «pirámide Roja», fue construida dos kilómetros al norte de la anterior, en Dashur. Es la segunda pirámide con mayor base (220 metros), sólo diez metros menor que la de la Gran Pirámide. Sin embargo, también es la que tiene menor pendiente de sus caras (43º), por lo que sólo alcanzó los 105 metros de altura. Su acceso se encuentra a 28 metros de altura en el lado norte, y desde allí parte un corredor descendente de 63 metros que termina en un pasillo horizontal. Éste atraviesa dos cámaras con falsa bóveda y luego da acceso a una cámara sepulcral, situada a un nivel superior, también con falsa bóveda y de casi 15 metros de altura. Tal vez el faraón fue enterrado allí.


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Sinhué,

aventuras de un egipcio en el exilio



Tras el asesinato de Amenemhat I, y por temor a posibles represalias, Sinuhé huye de Egipto y se refugia en el Próximo Oriente, donde se convertirá en un hombre rico y respetado. Así empieza la Historia de Sinuhé, uno de los relatos más famosos del antiguo Egipto

Conjura y exilio
El Papiro de Berlín 3022 (en la imagen) es el que conserva la copia más completa de la Historia de Sinuhé, un noble que huye de Egipto para evitar las luchas por la sucesión tras el asesinato de Amenemhat I. Museos Estatales, Berlín.


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Dintel de Amenemhat I

Amenemhat fundó una nueva capital, Iti-Tauy, al sur de Menfis, cerca de la cual hizo construir la necrópolis de el-Lisht, donde se alza su pirámide. Arriba, relieve con la imagen del faraón. Museo Metropolitano, Nueva York.






El dignatario Hotep

Statua-cubo de la Dinastía XII. Museo Egipcio, El Cairo.
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Los peligros del extranjero

Otros textos, como Las aventuras de Unamón, también narran las peripecias de sus protagonistas fuera de Egipto. En este caso, durante un viaje naval a Biblos. Abajo, maqueta de barco del Imperio Medio. Museo Ashmolean, Oxford.


La necesidad de morir en Egipto

Sinuhé anhelaba morir en Egipto, ya que un egipcio debía ser enterrado según las tradiciones de su país. Abajo, mesa de ofrendas para el difunto. Estela funeraria. Dinastía XII.
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Estela de Sesostris I

Procedente de Elefantina. Museo Británico, Londres.


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Uno de los óstraca en los que se inscribió la Historia de Sinuhé. Dinastía XIX, Museo Británico.

Versiones del relato de Sinhué
La versión más completa y antigua que conocemos del relato de Sinuhé es la conservada en el papiro Berlín 3022, que fue descubierta en una tumba tebana a mediados del siglo XIX. Posee 311 líneas de texto, si bien le faltan justo las primeras. Este papiro data de la dinastía XII, en torno al año 1800 a.C.De esa misma dinastía datan otros papiros que sólo aportan pequeñas partes de la historia. Otro ejemplo muy completo es el papiro Berlín 10499, de la dinastía XIII (hacia 1700 a.C.), que fue encontrado por James Quibell dentro de una caja llena de textos médicos, literarios y administrativos en una tumba cercana al Ramesseum, el templo funerario del faraón Ramsés II. En cuanto a los óstraca (fragmentos de cerámica o piedra), la mayoría procede del yacimiento de Deir el-Medina y seguramente son de época ramésida, es decir, más de seiscientos años posteriores al papiro Berlín 3022. La mayoría sólo presenta parte del inicio del relato, pues son ejercicios de los aprendices de escriba en los que primaba la caligrafía y el modo de plasmar un texto en egipcio clásico. En cambio, un ostracon del Museo Ashmolean de Oxford, con 130 líneas de texto, conserva buena parte del relato.


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Estatuilla de Sesostris I

El rey realizó una política expansiva y estableció la frontera sur del país en la segunda catarata del Nilo.






La pirámide de Amenemhat I

El faraón construyó su complejo funerario en la necrópolis de el-Lisht, cerca de Iti-Tauy, como haría su hijo Sesostris I más tarde. Debido al expolio de los materiales constructivos, la pirámide apenas se ha conservado.
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Un médico cura el ojo a un paciente. Copia en papiro de una pintura mural

Adaptaciones del relato deSinhué
La Historia de Sinuhé fue tomada como referencia e inspiración por dos conocidos escritores del siglo XX, Naguib Mahfouz, premio Nobel de Literatura en 1988, y el finlandés Mika Waltari. El egipcio Naguib Mahfouz publicó en 1941 la novela Awdat Sinuhi, que fue traducida al inglés en 2003 con el título de The Return of Sinuhe ("El regreso de Sinuhé"). El argumento sigue, en realidad, la historia del relato de Sinuhé contenido en los textos egipcios clásicos, con la diferencia de que Mahfouz realiza toda una serie de añadidos para completar la historia. Pero, sin duda, el Sinuhé más conocido es el de la novela Sinuhé el egipcio, la obra más exitosa del novelista Mika Waltari, publicada en finés en 1945. La novela fue llevada al cine en 1954 por el director Michael Curtiz. Waltari situó a su Sinuhé en tiempos del faraón hereje Akhenatón, unos seiscientos años después del Sinuhé del relato egipcio, convirtiéndolo en un médico real que a la muerte del monarca se ve obligado a exiliarse, iniciando un periplo por diversos países. Las situaciones políticas que expresa el autor probablemente buscan asimilarse a los difíciles años de la segunda guerra mundial, cuando se escribió la novela.
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Capilla blanca de Sesostris I

Este templete fue erigido en el recinto de Karnak para conmemorar el jubileo del faraón. Durante el Imperio Nuevo, el edificio fue desmontado y sus piezas usadas de relleno en el tercer pilono del templo




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Sinhué

aventuras de un egipcio

en el exilio



"La Residencia permanecía en silencio, los corazones afligidos, las puertas cerradas, los cortesanos con las cabezas en las rodillas y las gentes en lamentos". Con esta descripción del ambiente de desolación reinante en la corte de Egipto por la muerte de Amenemhat I empieza la Historia de Sinuhé, la composición literaria más conocida del antiguo Egipto y considerada una obra maestra.




Las múltiples copias que se conservan de este texto demuestran la popularidad que tuvo en época faraónica. Fue muy usado por los aprendices de escriba, razón por la que se han conservado hasta 28 óstraca (fragmentos cerámicos o de piedra empleados para escribir y dibujar) y siete papiros que recogen diversas partes del relato. De ningún otro texto literario egipcio poseemos tal cantidad de copias.
Gracias a los óstraca y los papiros se ha podido reconstruir de principio a fin el relato de la Historia de Sinuhé, cuyo argumento se desarrolla a comienzos de la dinastía XII, a partir de la muerte de Amenemhat I y a lo largo del reinado de su hijo Sesostris I. El texto está lleno de acción, con inserciones de diálogos que incrementan su vivacidad, e incluso con transcripciones de las cartas intercambiadas entre el monarca y el protagonista, lo que otorga más realismo a la narración.


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Todas las versiones conocidas del relato de Sinuhé se plasmaron en escritura hierática, una simplificación de la jeroglífica y la más utilizada por los escribas. Éstos solían escribir con tinta negra, usando la roja para los títulos o enunciados principales o para las revisiones y correcciones que los maestros pudieran hacer sobre el escrito original. Estos detalles, así como la caligrafía personal de cada escriba, se observan en las diversas copias conservadas. Por otra parte, el estilo del texto se enmarca en su mayor parte en el género del verso narrativo. De hecho, en algunas versiones el escriba marcó puntos en tinta roja para separar las oraciones principales, quizá para formar pareados.


Un noble al servicio del faraón

El protagonista de la historia es Sinuhé, cuyo nombre significa "hijo del sicomoro", un personaje que es presentado al principio del texto como el "noble, líder, juez, portador del sello real, administrador de los distritos del soberano en las tierras de los asiáticos, verdadero conocido del rey, su amado, seguidor" y "sirviente" de la reina Neferu, la gran esposa real de Sesostris I, lo cual denota su importancia y su cercanía al faraón y su familia. Por otro lado, esta introducción intenta asemejarse a los textos autobiográficos usualmente inscritos en muchas tumbas y en los que el egipcio hacía gala de su currículo.


El faraón fue asesinado en su palacio mientras dormía, como se describe en las Instrucciones de Amenemhat

La acción de la Historia de Sinuhé se inicia con la muerte de Amenemhat I en el año 30 de su reinado, un regicidio que no se describe como tal en el relato, pero del que hablan otros documentos históricos. El faraón fue asesinado en su palacio mientras dormía, como se describe en las Instrucciones de Amenemhat, un texto en el que el espíritu del rey relata su muerte a su hijo y sucesor, y le aconseja sobre cuestiones de gobierno. En la Historia de Sinuhé tampoco se indica si la inesperada muerte de Amenemhat provocó revueltas en Iti-Tauy, la capital fundada por el faraón, como si se hubiera decidido dejar caer un velo de misterio sobre la muerte del rey y la reacción posterior de Sinuhé.
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Sí se indica en la historia que Sesostris I regresaba de una campaña contra los libios en aquel momento, por lo que se enviaron mensajeros para informarle de la muerte de su padre. Ante la terrible noticia, y sin que se explique en el texto, Sinuhé, que acompañaba al ejército del príncipe heredero, reaccionó como si algún sentimiento de culpabilidad le acompañara: "Un temblor recorrió mi cuerpo y me marché a saltos buscando un escondite; me metí entre dos arbustos".

La huida de Sinuhé

Sinuhé comienza su extraña huida remontando el Nilo desde el oeste del Delta hasta la meseta de Gizeh, y a la altura de un pueblo llamado Negaur cruza el río en una balsa sin timón, aprovechando el viento del oeste. Tras pasar por la cantera de Gebel Ahmar, cerca del actual El Cairo, seguirá por el este del Delta, hasta los Muros del Gobernante, en la frontera oriental del país, una especie de sistema de fortificaciones levantado por Amenemhat I para evitar las incursiones de los pueblos asiáticos. Cuando llega a la zona de los Lagos Amargos, al norte del istmo de Suez, Sinuhé se halla al borde de la muerte: "Tuve un ataque de sed. Estaba deshidratado, mi garganta reseca. Me dije: “Éste es el sabor de la muerte”.
En ese estado de postración es hallado por unos nómadas que le salvan. Numerosos documentos de esta época hablan de la llegada pacífica de asiáticos a la región del Delta, bien por motivos comerciales –como se muestra en una pintura de la tumba del gobernador Khnumhotep II en Beni Hassan– o simplemente para pasar temporadas en las fértiles tierras aluviales que, especialmente en época de carestía, servían como pasto para su ganado.
Una vez en Qedem, cerca de Biblos, Sinuhé conoce a Amunenshi, gobernante de la región del alto Retenu, en Siria. Cuando éste le pregunta por la situación en palacio y por su extraño viaje, Sinuhé vuelve a obviar los graves acontecimientos, pero al tiempo recalca su inocencia: "No fui acusado, no se me escupió. No se escuchó ninguna crítica, no se pronunció mi nombre en boca del heraldo. No sé qué me llevó hasta esta tierra extranjera". Sinuhé, acto seguido, describe la grandeza y buenas maneras del nuevo faraón, Sesostris I, y aconseja a Amunenshi que le escriba y le sea leal como lo fue con su padre Amenemhat I, con quien había tenido relaciones diplomáticas. En este momento, nada hace presagiar que Sinuhé, que en Egipto se había mostrado temeroso y huidizo, incluso cobarde, vaya a distinguirse por todo lo contrario en su nuevo país.


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Soldado valeroso

Nuestro protagonista se integra en la tribu del príncipe Amunenshi y se casa con su primogénita, convirtiéndose de este modo en jefe tribal y yendo a vivir a un lugar fronterizo llamado Iaa, que es descrito como un auténtico vergel, una tierra fértil, rica en miel, aceite, frutas, cereal y ganado. Tras largos años, incluso sus hijos se convertirán en jefes de tribu. Sinuhé, además, combatirá contra los beduinos asiáticos como comandante de las tropas del gobernante del alto Retenu, demostrando continuamente su valía.
Un día, un héroe y campeón de Retenu reta a Sinuhé y acuerdan batirse al amanecer. Las tribus de ambos permanecerán expectantes siguiendo las reglas tribales, según las cuales la autoridad es personal pues el devenir de la tribu quedará marcado únicamente por el resultado del combate entre los dos jefes. En este fragmento algunos autores han querido ver el prototipo literario del enfrentamiento bíblico entre David y el gigante filisteo Goliat.
Éste es el momento álgido de la historia: Sinuhé logra derrotar a su rival y arrebatarle todas sus pertenencias, alcanzando el momento de mayor gloria en su país de adopción. Pero cuando su estancia allí se prolonga y le llega la vejez, su corazón sigue apesadumbrado por estar lejos de Egipto: "Mi casa es hermosa, mi posición es privilegiada, pero mi pensamiento permanece en palacio. ¡Oh dios! cualquiera que seas que has dictaminado esta huida, sé clemente, sin duda permitirás que vuelva a ver el lugar en el que mi corazón siempre ha permanecido […] ¿Qué hay más importante que mi cuerpo sea enterrado en la tierra donde nací?".


No mueras en tierra extranjera

El deseo de Sinuhé de volver a Egipto llega a oídos del faraón Sesostris I, que en una carta le manifiesta su deseo de que vuelva: "No mueras en la tierra extranjera, que no te entierren los cananeos, que no te envuelvan en una piel de carnero a modo de ataúd […], piensa en tu cuerpo y vuelve". Sesostris no plantea acusaciones o reproches, pero en su respuesta a la misiva real, Sinuhé insiste en desconocer qué le motivo a huir: "Esta huida no la había previsto, no estaba en mi corazón, no la había premeditado, no sé lo que me trajo hasta este lugar […] Tenía miedo, aunque no se me iba persiguiendo".
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Antes de volver a Egipto, Sinuhé deja sus propiedades y el mando de la tribu a su hijo mayor. El regreso lo hace a través de los Caminos de Horus, la ruta militar y comercial que seguía la costa palestina en dirección a la fortaleza de Tjaru, la puerta de entrada a Egipto. Una vez en palacio, el exiliado se postra ante el rey. La visión del faraón impacta a Sinuhé, quien vuelve a revivir sus miedos y deja su vida en manos del monarca: "Yo era como un hombre atrapado por la oscuridad, mi ba se había ido, mi cuerpo desfallecía, mi corazón no se encontraba en mi cuerpo, y no distinguía entre la vida y la muerte".
Tras sus años en Siria, el aspecto y la vestimenta de Sinuhé son los propios de un cananeo. Su estado físico, además, hace que ni los príncipes egipcios sean capaces de reconocerlo. Pero sí el rey: "Él no ha de temer. Él no ha de tener miedo. Él será un amigo entre los nobles, será colocado en medio de los cortesanos".




Mi ba se había ido, mi cuerpo desfallecía, mi corazón no se encontraba en mi cuerpo, y no distinguía entre la vida y la muerte

Al salir del palacio, Sinuhé es acompañado a la casa de un noble, donde es aseado y engalanado: "Se me quitaron años de encima, estaba afeitado, mi pelo peinado. Abandoné la suciedad del desierto y las vestimentas de quienes recorren la arena, y me vestí con lino, me ungí con el mejor aceite, y dormí sobre una cama". Sinuhé renuncia a su ser cananeo para volver a renacer como egipcio gracias a la voluntad del faraón. Se le regala la casa de un potentado y se le proporciona abundante sustento diario, y –lo más importante– se le concede una tumba de piedra y decorada, con un completo ajuar y el servicio funerario asegurado. Así podrá acabar sus días en Egipto, donde siempre había permanecido su corazón. "Su Majestad fue quien hizo que se llevara a cabo [...] Permanecí bajo los favores del rey hasta el día de partir".







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Descubierta la maravillosa tumba de Hetpet

una alta funcionaria de la dinastía V de Egipto



La tumba excavada en Gizeh contiene numerosas pinturas murales en buen estado de conservación en las que aparece Hetpet, una sacerdotisa o funcionaria de alto rango



Más de 4.300 años de antigüedad
Las pinturas murales de la tumba de Hetpet tienen más de 4.300 años de antigüedad.


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Mesa de ofrendas
La difunta aparece sentada ante una gran mesa de ofrendas y recibiendo ofrendas de sus hijos.


Escenas rurales

Escenas rurales del Antiguo Egipto.


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Escenas de caza y pesca

Diferentes escenas de caza y pesca.


Autoridades egipcias

Las autoridades egipcias visitan el interior de la tumba, que consta de una entrada que conduce a un santuario en forma de "L".
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Escenas de caza

Diferentes escenas de caza en el interior de la tumba de Hetpet.


Tumba de Hetpet

Un trabajador de las excavaciones arqueológicas señala un mural hallado en el interior de la tumba de Hetpet.


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Policromía original

Las pinturas murales conservan su policromía original.


Escena musical

Escena en la que aparecen diferentes individuos con instrumentos musicales.


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Dinastía V

Pinturas murales de finales de la dinastía V de Egipto





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Descubierta

la maravillosa tumba de Hetpet

( una alta funcionaria de la dinastía V de Egipto)



Una tumba de finales de la dinastía V de Egipto, de más de 4.300 años de antigüedad, ha salido a la luz durante las excavaciones que está realizando una misión arqueológica egipcia en el cementerio occidental de Gizeh, según anunció ayer el Ministerio de Antigüedades de Egipto. La tumba del Reino Antiguo, la época en que se construyeron las pirámides de Gizeh, fue creada para una mujer llamada Hetpet, una funcionaria de alto rango a finales de la dinastía V. La tumba contiene maravillosas pinturas murales en buen estado de conservación en las que aparece Hetpet en diferentes escenas de caza y pesca o sentada ante una gran mesa de ofrendas y recibiendo ofrendas de sus hijos.


En las pinturas murales aparecen un mono recogiendo fruta y otro bailando frente a una orquesta


El complejo funerario de Hetpet consta de una entrada que conduce a un santuario en forma de "L" con un cuenco de purificación, donde aparecen grabados el nombre y los títulos de la alta funcionaria. En el naos, la sala más importante del templo, había una estatua de la propietaria de la tumba que aún no ha sido descubierta. Las pinturas murales incluyen escenas sobre la cosecha de las frutas, la fundición de los metales, la fabricación de barcos de piel y de papiro y otras escenas que muestran actuaciones musicales y de danza.
Cabe destacar la representación de dos monos en dos posiciones diferentes, unos animales que eran domésticos en aquella época. En la primera escena aparece un mono recogiendo fruta y en la segunda un mono bailando frente a una orquesta.


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Akenatón

el primer revolucionario

de Egipto



La imagen de Akenatón fue abrazada con igual entusiasmo por los nazis y por el movimiento afrocéntrico, te contamos los secretos de este enigmático faraón

Busto de Akenatón

Conservado en el Museo Egipcio de Berlín, (Neues Museum), este busto de Akenatón muestra las cicatrices de tiempos turbulentos, pretéritos y presentes. Destrozado por los sucesores del rey en el siglo XVI a.C., también sufrió daños al ser trasladado durante la Segunda Guerra Mundial.
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Proyectos faraónicos
Un vendedor ambulante cairota ofrece máscaras de Abdelfatah el-Sisi durante las elecciones presidenciales de Egipto de 2014. Tras derrocar a su predecesor en un golpe de Estado, el exgeneral obtuvo el 97 % de los votos. Cuando hubo tomado posesión del cargo, anunció la construcción de una nueva capital en el desierto al este de El Cairo, un proyecto de unos 280.000 millones de euros que recuerda al de Akenatón, la capital que el padre de Tutankamón fundó en el desierto, hoy conocida como Amarna. "Es la misma historia –dice la arqueóloga Anna Stevens–. Todos siguen a El-Sisi porque es un hombre fuerte".

Reconstrucción de un muro de talatats

Los templos y palacios de Akenatón se erigieron con los llamados talatats, bloques más ligeros que podía acarrear un solo obrero y que permitieron construir con rapidez. También facilitaron la demolición de la ciudad de Akenatón a sus sucesores. En el museo de Luxor, la reconstrucción de un muro de talatats muestra al rey, cortesanos y sacerdotes bañados por los rayos del sol.
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Honrar a los muertos

Cerca de Menia, los egipcios de hoy todavía honran a sus muertos construyendo estructuras permanentes, como este cementerio de bóvedas y muros de caliza. En la antigua Amarna la élite se hacía excavar opulentas tumbas en lo alto de los riscos al este de la ciudad.


















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Un icono imperecedero

Hallada bajo un templo de Karnak, parece que esta pieza de arenisca fue enterrada por orden del propio rey, quien cambiaba una y otra vez el estilo con el que quería ser retratado, desechando versiones previas. Tres milenios después, su rostro sigue siendo un icono; en Menia, un artista decora su casa con esculturas de Akenaton y Nefertiti (esta última inspirada en una noble llamada Tuya).

Bloques de caliza

La madera es escasa en Egipto, y las leyes restringen el uso de suelo aluvial para la fabricación de ladrillos, por lo que los bloques de caliza son esenciales en la construcción de bajo coste.
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Fuente de inspiración

Akenatón sigue siendo fuente de inspiración para el arte monumental, como esta escultura de la Universidad de Menia .








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Pieza de arenisca

Hallada bajo un templo de Karnak, parece que esta pieza de arenisca fue enterrada por orden del propio rey, quien cambiaba una y otra vez el estilo con el que quería ser retratado, desechando versiones previas. Tres milenios después, su rostro sigue siendo un icono; en Menia, un artista decora su casa con esculturas de Akenatón y Nefertiti (esta última inspirada en una noble llamada Tuya).

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Museo de Atón

A bordo de su falúa, Mamdouh Abu Kelwa pasa frente al inacabado Museo de Atón, en Menia. A Akenaton le bastaron cinco años para construir la nueva capital; en cambio, el complejo museístico de 10,5 hectáreas lleva más de una década en construcción debido a la inestabilidad política y económica. Desde el inicio del proyecto, Egipto ha vivido una revolución, un golpe de Estado y el enjuiciamiento de dos expresidentes.

Interés en el aspecto personal

El pueblo llano era enterrado en el suelo del desierto, donde apenas se han hallado hitos o ajuares fúnebres. Las elaboradas trenzas de este cráneo reflejan el interés que ponían los habitantes de la ciudad en su aspecto personal, pese a lo difícil de sus circunstancias.

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Antiguos silos de Amarna

Un guarda armado patrulla cerca de los antiguos silos de Amarna, cuyas ruinas intactas ofrecen una oportunidad excepcional de estudiar una ciudad antigua congelada en el tiempo. Los palacios, templos y principales avenidas de Amarna se diseñaron con esmero, pero la mayor parte de la ciudad se construyó sin orden ni concierto. Bill Erickson, profesor de diseño urbano de la Universidad de Westminster, en Londres, apunta que los patrones de habitación de Amarna eran sorprendentemente similares a los que ha observado en los modernos barrios de chabolas no planificados. "Tendrán tres milenios, pero estos lugares nos dan una importante lección acerca de nuestras ciudades actuales"


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Vivir del río

La vida diaria de los habitantes de Amarna todavía gira alrededor del  Nilo. Akenatón fundó antaño la capital en una franja de desierto situado en la ribera oriental del río. El lugar acogió palacios reales, templos y viviendas para trabajadores, pero posteriormente quedó inundado por las crecidas anuales. Actualmente los núcleos agrarios se encuentran en la ribera occidental.





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Reconstrucción del Gran Templo de Atón

Un equipo de arqueólogos reconstruye los fundamentos del Gran Templo de Atón, cuya ausencia de techo permitía a los devotos sentir la omnipresencia del dios del Sol. Los sucesores de Akhenatón desmantelaron parte de los edificios construidos durante su reinado.

Arte de Ajnatón

La nueva visión de Akenatón trastocó el arte establecido hacía siglos y supuso una rápida transición hacia escenas de la vida familiar y poses menos rígidas en entornos naturales. Las mujeres asumieron un papel más prominente.

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El poder de los antepasados

En lo alto de un risco sobre el Nilo, una pareja desciende la pared de un acatanilado con la esperanza de que ello les sirva para curar la infertilidad. En ocasiones los egipcios piden a los arqueólogos que permitan a las mujeres jóvenes caminar rodeando una excavación con el convencimiento de que el poder de las antigüedades les ayudará a quedarse embarazadas. Dichas creencias no tienen nada que ver con el islam y reflejan comportamientos que podrían ser comunes en épocas antiguas. "Inventar tradiciones era algo en lo que los egipcios eran realmente buenos", afirma el arqueólogo Barry Kemp.

Una zona en expansión

Mohammed Khallaf, antiguo director de la oficina de antigüedades de Menia, asegura que cuando él era pequeño vivían en Amarna unas 7.000 personas. Ahora asegura que en la zona residen unos 17.000 habitantes.
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Una pasión familiar

El egiptólogo Barry Kemp asegura que su padre, quien trabajó en Egipto durante la Segunda Guerra Mundial, desperó su interés por este campo cuando le enseño algunas de las fotos que trajo de la tumba de Tutankamón. Kemp ha pasado los últimos 40 años trabajando en Amarna.



Un territorio difícil

La mayoría de los residentes de Amarna son agricultores que dependen de las bombas de irrigación alimentadas con gasóleo para cultivar y de las mulas para desplazarse. Durante la época de Akenatón, sus habitantes tenían que beber directamente del agua del Nilo.
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Arte tradicional

El arte egipcio tradicional representaba a las figuras en poses rígidas y estereotipadas que denotaban roles y estatus oficiales. Entre los temas más habituales firugaba la exhibición de la fuerza militar y los preparativos para la vida en el más allá.






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Akenatón

el primer revolucionario de Egipto



A veces la opinión más reveladora sobre un rey es la que no se expresa. Una mañana en Amarna, una población del Alto Egipto situada a unos 300 kilómetros al sur de El Cairo, se dispuso sobre una mesa de madera un conjunto de huesos tan delicados que parecían los de una golondrina. "Aquí está la clavícula, y el húmero, las costillas, la tibia y el peroné –dijo la bioarqueóloga estadounidense Ashley Shidner–. Tendría entre año y medio y dos años". Era el esqueleto de un niño que vivió hace más de 3.300 años en Amarna, cuando esta ciudad era la capital de Egipto. Fue fundada por Akenatón, un rey que, junto con su esposa Nefertiti y su hijo, Tutankamón, ha seducido nuestra imaginación como ninguna otra figura del antiguo Egipto.


Ese esqueleto anónimo, por el contrario,
se había exhumado de una tumba sin nombre. Los huesos mostraban signos de malnutrición, algo que Shidner y otros arqueólogos han observado en los restos de decenas de niños de la antigua Amarna. "El retraso del crecimiento se inicia en torno a los siete meses y medio –me explicó–, que es cuando empieza la transición de la leche materna a los alimentos sólidos". En Amarna parece que esa transición se pospuso para muchos niños. "Posiblemente la madre decidía seguir amamantando al hijo porque no había comida suficiente".


Hasta hace poco los súbditos de Akenatón parecían ser los únicos que no tenían nada que decir sobre su legado. Otros han hablado extensamente acerca de este faraón que gobernó entre 1353 y 1336 a.C. e intentó transformar la religión, el arte y la política de Egipto. La mayoría de sus sucesores fueron muy críticos con su reinado. Hasta Tutankamón firmó un decreto en el que se criticaban las condiciones de vida en tiempos de su padre: "El país pasaba penurias; los dioses habían abandonado esta tierra". La dinastía siguiente se refería a Akenatón como "el criminal" y "el rebelde", y los faraones destruyeron sus estatuas e imágenes en un intento de borrarlo por completo de la historia.


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Descubrimiento en 1905

Esa consideración dio un giro de 180 grados en los tiempos modernos, cuando Akenaton fue redescubierto por la arqueología. En 1905 el egiptólogo estadounidense James Henry Breasted describía al rey como "el primer individualista de la historia de la humanidad". Para él, y para muchos otros, Akenaton fue un revolucionario cuyas ideas, en especial el concepto de monoteísmo, eran adelantadas para su época por innovadoras y radicales.
Y el registro arqueológico ha sido siempre lo bastante exiguo como para dar alas a la imaginación. El egiptólogo británico Dominic Montserrat, autor de un libro sobre Akenatón subtitulado Historia, fantasía y antiguo Egipto, apuntaba que a menudo tomamos certezas sueltas sobre la antigüedad y las hilamos en relatos propios de la lógica de nuestro mundo. Lo hacemos, escribe en su obra, "para poder colocar el pasado ante el presente, como si de un espejo se tratase".


Ese espejo moderno de Akenatón ha reflejado casi todas las identidades imaginables: ha sido presentado como un profeta, como un protocristiano, como un ecologista pacifista, como un homosexual declarado y orgulloso y como un dictador totalitario. Su imagen fue abrazada con igual entusiasmo por los nazis y por el movimiento afrocéntrico. Thomas Mann, Naguib Mahfouz y Frida Kahlo incorporaron al faraón en su arte.


Thomas Mann, Naguib Mahfouz y Frida Kahlo incorporaron al faraón en su arte

Cuando Philip Glass compuso tres óperas sobre pensadores visionarios, optó por Einstein, Gandhi y Akenatón. Sigmund Freud sufrió un desmayo mientras discutía acaloradamente con el psiquiatra suizo Carl Jung sobre si el rey egipcio se resentía o no de un excesivo amor materno (según el neurólogo austríaco, Akenaron tenía complejo de Edipo casi mil años antes de que apareciese el mítico rey de Tebas).




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Los arqueólogos siempre trataron de resistirse a este tipo de interpretaciones, pero les faltaban piezas clave del rompecabezas. Buena parte del estudio de Amarna se había centrado en la cultura de las élites: escultura y arquitectura reales, e inscripciones de las tumbas de los funcionarios de alto rango.


Durante años los expertos aguardaron a que se presentara la ocasión de estudiar las necrópolis del pueblo llano, conscientes de que la breve existencia de Amarna –17 años– haría de un cementerio una instantánea de la vida cotidiana. Hubo que esperar hasta que, recién entrado el siglo XXI, un examen detallado del desierto circundante identificó por fin vestigios de cuatro cementerios diferentes.
Tras el descubrimiento, arqueólogos y bioarqueólogos invirtieron casi un decenio en excavar y analizar la mayor de esas cuatro necrópolis. Tomaron muestras de al menos 432 esqueletos. De las sepulturas en las que se conoce la edad del fallecido, el 70% no llega a los 35 años y solo nueve individuos parecen haber superado los 50. Más de un tercio perecieron antes de cumplir los 15.


Más de un tercio perecieron antes de cumplir los 15 años de edad
Los niños mostraban retrasos del crecimiento de hasta dos años. Muchos adultos presentaban daños vertebrales, algo que los bioarqueólogos interpretan como una prueba de que la población estaba sometida a un exceso de trabajo, quizá relacionado con la construcción de la nueva capital.
En 2015 el equipo se trasladó a otro cementerio, situado al norte de Amarna, donde exhumaron 135 cuerpos. Anna Stevens, la arqueóloga australiana que dirige el trabajo de campo en las cuatro necrópolis, me contó que enseguida percibieron que aquellos enterramientos eran diferentes. Muchos cuerpos parecían haber sido sepultados apresuradamente, y yacían en tumbas que apenas contienen bienes ni objetos.

No hay indicios de muerte violenta, pero parece que no se respetaron los vínculos familiares; en muchos casos da la impresión de que en la misma tumba
se enterraron de cualquier manera dos o tres personas que nada tenían que ver entre sí. Eran jóvenes: el 92% de los individuos inhumados en ese cementerio no superaba los 25 años. Más de la mitad murieron entre los siete y los 15.
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"Salta a la vista que
no estamos ante una curva de mortalidad normal –me dijo Stevens–. Quizá no sea casualidad que en esta zona se encontrasen las canteras de caliza del rey. ¿Se trata de un grupo de obreros reclutados por su juventud y obligados a trabajar hasta morir?". A su entender, una cosa está clara: "Esto despeja de una vez por todas cualquier tentación de seguir creyendo que Amarna era un buen lugar para vivir".


"Esto despeja la creencia de que Amarna era un buen lugar para vivir", opina Stevens


Para Akenatón, Amarna era un proyecto puro y profundamente visionario. "Ningún funcionario me ha transmitido jamás ninguna prevención al respecto", escribió el rey con orgullo sobre la fundación de la nueva capital. Escogió su ubicación –una amplia zona de desierto virgen sobre la margen oriental del Nilo– porque no estaba contaminada por el culto a ninguna divinidad.


Es posible que
también quisiera emular a su padre, Amenhotep III, uno de los mayores constructores de monumentos, templos y palacios de la historia egipcia. Padre e hijo pertenecían a la XVIII dinastía, que llegó al poder tras derrotar a los hicsos, un grupo procedente del Mediterráneo oriental que había invadido el norte de Egipto.

Los antepasados de la XVIII dinastía estaban radicados en el sur de Egipto, y para expulsar a los hicsos copiaron de sus enemigos innovaciones como el carro de guerra y el arco compuesto. Los egipcios profesionalizaron el ejército y, a diferencia de la mayoría de las dinastías precedentes,
la XVIII mantuvo uno permanente.

También eran buenos diplomáticos, y con el tiempo el imperio
se extendió desde lo que hoy es Sudán hasta la actual Siria. Los extranjeros llevaron a la corte de Egipto riquezas y conocimientos nuevos, lo que tuvo efectos de gran calado. Con Amenhotep III, que reinó aproximadamente entre 1390 y 1353 a.C., el estilo artístico de la realeza viró hacia unos planteamientos que hoy describiríamos como más naturalista.
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Aunque Amenhotep III se mostraba abierto a las nuevas ideas, también miraba hacia el pasado remoto. Estudió las pirámides de reyes que habían vivido hacía más de un milenio e incorporó elementos tradicionales en festividades, templos y palacios reales. Mantuvo el culto al dios Amón, patrón de Tebas, pero empezó a dar relieve también a Atón. Representado como un disco solar, Atón era una manifestación del dios Sol Ra, una reminiscencia de un antiguo culto religioso.


Atón era una manifestación del dios Sol Ra, una reminiscencia de un antiguo culto religioso
Su hijo subió al trono como Amenhotep IV, pero durante el quinto año de su reinado tomó dos decisiones cruciales: cambió su nombre por el de Akenaton –"el que place a Atón"– y abandonó Tebas para fundar su nueva capital en el lugar que hoy conocemos como Amarna. La llamó Akenatón, que significa "horizonte de Atón", y muy pronto en aquel trozo de desierto desolado había surgido una ciudad habitada por 30.000 personas. Con gran rapidez se erigieron palacios y templos enormes: el Gran Templo de Atón medía unos 800 metros de largo.

Entre tanto, el arte egipcio experimentaba su propia revolución. Las tradiciones inamovibles que durante siglos habían definido las temáticas, proporciones y posturas en que los modelos posaban en las pinturas y esculturas quedaron trastocadas por
Akenatón. Los artistas empezaron a plasmar escenas realistas y dinámicas del mundo natural y a retratar al faraón y su esposa, la reina Nefertiti, en actitudes rompedoras por su naturalidad e intimidad. El matrimonio aparece besando y acariciando a sus hijas. Las facciones de Akenaton tienen la intención de impresionar: mandíbula enorme, labios belfos y ojos almendrados. Según la visión del joven rey, la religión se simplificaba radicalmente.

Los egipcios adoraban hasta un millar de dioses, pero
Akenaton era fiel a uno. Nefertiti y él eran los únicos intermediarios entre el pueblo y Atón, asumiendo el papel del estamento sacerdotal. Nefertiti tenía consideración de corregente y, aunque no está claro si ejerció un poder político efectivo, sí poseía un estatus religioso y simbólico excepcional en una reina.
Akenaton y Nefertiti eran los únicos intermediarios entre el pueblo y Atón.


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La nueva situación debió de originar fricciones con los sacerdotes del antiguo orden, que seguían adorando a Amón. Tras unos años en Amarna, el faraón
ordenó que se arrancasen todas las imágenes de Amón de los templos estatales. Fue un acto de audacia inconcebible: era la primera vez en la historia que un rey atacaba a un dios. Pero a menudo las revoluciones se vuelven contra sus mayores entusiastas, y aquella violencia acabaría aniquilando las creaciones del propio Akenatón.
Llegué a las ruinas del Gran Templo de Atón justo el día que Barry Kemp hallaba un fragmento de una estatua rota de Akenatón. Kemp, profesor emérito de la Universidad de Cambridge y director del Proyecto Amarna, lleva trabajando en el yacimiento desde 1977. Ha dedicado a excavar la ciudad el triple de años que tardó Akenaton en construirla.

"Qué belleza –dijo, sosteniendo el fragmento de piedra esculpida en el que solo se veía la parte inferior de las piernas del rey–.
Estos daños no son accidentales". La arqueología en Amarna tiene algo de investigación forense porque muchas piezas fueron destruidas deliberadamente tras la muerte repentina del rey hacia 1336 a.C. Su único hijo y heredero era Tutankatón, un niño de menos de 10 años que enseguida sustituyó el «Atón» de su nombre (Tutankatón) por el título del dios que tanto había odiado su padre: Tutankamón.




Muchas piezas de Amarna fueron destruidas deliberadamente tras la muerte repentina del rey


Abandonó Amarna y abrazó de nuevo las antiguas tradiciones. Tutankamón murió de improviso, y el jefe de su ejército, Horemheb, se autoproclamó faraón en el que posiblemente haya sido el primer golpe de Estado militar de la historia. Horemheb y sus sucesores, entre ellos Ramsés el Grande, desmantelaron los palacios y templos de Amarna. Destruyeron las estatuas de Akenatón y Nefertiti y expurgaron el nombre del rey hereje y sus sucesores de las listas oficiales de gobernantes egipcios. Tan eficaz fue aquel acto de damnatio memoriae que explica en parte por qué la tumba de Tutankamón escapó a gran parte del expolio del que fue objeto el Valle de los Reyes.
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En la época faraónica, generación tras generación de saqueadores peinaban aquellas tumbas, pero la de Tutankamón apareció casi intacta. La gente simplemente olvidó que estaba allí. También olvidó casi todo de la vida en Amarna. Las últimas excavaciones de Kemp han revelado que el Gran Templo de Atón fue destruido y reconstruido en algún momento del año 12 del reinado de Akenatón. El fragmento de estatua que me mostró coincidía en la datación: había sucumbido por orden del propio rey, no de sus sucesores.


"Desde nuestro punto de vista es una maniobra muy extraña –me confesó Kemp, explicando que Akenatón usó aquellos cascotes para cimentar un templo nuevo, reinventado–. La estatua ya no se necesitaba, así que la redujeron a escombros. No se nos cuenta qué es lo que estaba pasando".

Hay otras pruebas en un excepcional estado de conservación. Los asentamientos antiguos solían situarse en el valle del Nilo, donde milenios de crecidas y presencia humana han destruido las estructuras originales. Pero Amarna está en el desierto, por encima del río. Por ese motivo el lugar estaba deshabitado antes de Akenatón, y por ese motivo se abandonó completamente después de él. Todavía hoy se ven los muros de ladrillo originales de las casas de Amarna, y hay fragmentos de cerámica por doquier. Puede visitarse el edificio de 3.300 años de antigüedad en el que un equipo de arqueólogos alemanes halló el famoso busto policromado de Nefertiti en 1912.




Un equipo de arqueólogos alemanes halló el famoso busto de Nefertiti en 1912
Kemp me contó que se interesó en Amarna porque era un yacimiento intacto, no por Akenatón. El arqueólogo cree que al rey se le han atribuido demasiados rasgos modernos y que el mero uso del término religión en referencia al antiguo Egipto es "un extravío". Como la mayoría de los expertos actuales, no califica a Akenatón de monoteísta, porque es un adjetivo con demasiadas connotaciones de las subsiguientes tradiciones religiosas y porque durante el reinado de este faraón la mayoría de los egipcios perseveraron en el culto a otras deidades.- 57 -
No obstante, Kemp no se resiste del todo a especular sobre el carácter del rey. Le impresionan la volubilidad de su pensamiento y su capacidad de obligar a los trabajadores a llevar a cabo sus caprichos. En el Gran Templo de Atón, me mostró los restos de grandes altares de ofrendas de adobe que en su día debieron de estar repletas de alimentos y de incienso, como parte de los rituales. El número es sorprendente: más de 1.700. "Nos permite entrever a un hombre con un pensamiento que raya en lo obsesivo", afirmó Kemp, quien también ha escrito lo siguiente: "El peligro de ser un monarca absoluto es que nadie se atreve a decirte que acabas de decretar un disparate".
Esa absoluta libertad de acción probablemente también inspiró la emancipación artística. Ray Johnson, director de la Casa de Chicago, el centro de investigación en Luxor de la Universidad de Chicago, cree que Akenatón debió de ser "un genio de la creatividad", pese a sus tendencias obsesivas y despóticas. "Las representaciones artísticas tardías de Amarna son bellísimas –me dijo–. Sus autores rechazan el canon afectado y exagerado del arte egipcio tradicional y adoptan un estilo mucho más laxo. Las representaciones femeninas en concreto son de una sensualidad increíble".
Recientemente Johnson ha recompuesto digitalmente bajorrelieves y estatuas juntando fragmentos que estaban diseminados en colecciones del mundo entero. Me mostró un "ensamblaje" virtual en el que había encajado la fotografía de un fragmento localizado en Copenhague con la de otro custodiado en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. "Los separan 6.000 kilómetros, pero me percaté de que encajan", me dijo. La reunificación revela una escena sorprendente: Akenatón celebra un rito no con Nefertiti, sino con Kiya, otra esposa, que carecía del estatus de reina.

Los expertos que participan en esta labor y con los que hablé parecían tener una opinión más benévola de
Akenatón, quizá nacida del estrecho contacto con su arte. Las obras artísticas son el legado más perdurable del rey, al menos hasta que fue redescubierto en nuestra época. Al pueblo le faltó tiempo para abandonar su ciudad y sus ritos, pero el estilo artístico de Amarna influyó en los períodos posteriores. Marsha Hill, conservadora del Metropolitano de Nueva York, me confesó que trabajar con los fragmentos escultóricos de Amarna le ha inspirado una opinión más positiva sobre Akenatón. "En mayor o menor medida, a todo el mundo le son simpáticos los revolucionarios –me dijo–. Nos gustan las personas que tienen una buena idea, una idea potente que nos induce a pensar que todo va a ir mejor. Yo no veo en Akenatón un personaje destructivo. Sí, es cierto que su idea naufragó, pero eso suele ocurrir. El vapor se va acumulando en el subsuelo hasta que explota, y luego hay que recomponerlo todo".
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El estilo artístico de Amarna influyó en los períodos posteriores
La actual revolución egipcia ha hecho más difícil todavía, si cabe, el estudio arqueológico de los vestigios –fragmentados y desperdigados– del reinado de Akenatón. En febrero de 2011 las protestas de la plaza Tahrir forzaron la dimisión del presidente Hosni Mubarak después de casi tres décadas al mando del país. En 2012 Egipto celebró los primeros comicios presidenciales de su historia, de los que salió victorioso Mohamed Morsi, uno de los dirigentes de los Hermanos Musulmanes, pero fue derrocado por un golpe militar tras apenas un año en el cargo. A raíz de aquello, las fuerzas de seguridad masacraron en El Cairo a cientos de partidarios de Morsi.
Se registraron violentas protestas en todo el país, como en Mallawi, ciudad ubicada frente a Amarna, al otro lado del Nilo. En agosto de 2013 una turba de seguidores de Morsi atacó una iglesia copta, un edificio gubernamental y el Museo de Mallawi. Durante los disturbios el portero del museo fue asesinado y robaron todas las piezas que pudieron llevarse, en total más de 1.000. Desde entonces la policía ha recuperado la mayoría de ellas, pero el museo tardó tres años en reabrir sus puertas.

En Amarna el avance de la agricultura es una amenaza incluso mayor que los saqueos. Ahora que puede bombearse el agua desde el río con motores diésel, los agricultores están ocupando el terreno desértico, incluidas partes de la ciudad milenaria que aún no se han excavado. En teoría el yacimiento tiene protección oficial, pero la revolución ha complicado sobremanera su salvaguardia. Mohammed Khallaf, entonces director de la oficina de antigüedades de Menia, la capital de la región, me explicó que los habitantes de la zona de Amarna pueden cultivar por ley unos 300 feddans (126 hectáreas). "Pero infringiéndola han sumado otros 300 –me dijo–. El 80% de la usurpación se ha producido después de la revolución". La revolución
también ha paralizado las obras de construcción del Museo de Atón, el edificio más imponente de Menia. Diseñado por arquitectos alemanes y egipcios, su moderna estructura, que recuerda a una pirámide, se yergue 50 metros a orillas del Nilo.
En todo Egipto, Akenatón es el único faraón en cuyo honor todavía se erigen construcciones monumentales. Ello da fe de que los líderes islámicos del país explotan la identidad popular del Akenatón monoteísta, pero al mismo tiempo se diría que el suyo es un legado condenado a vivir turbulencias políticas. En el museo se habían invertido más de 9 millones de euros cuando de la noche a la mañana dejó de financiarse, víctima del colapso económico post-Tahrir.
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El día que visité el complejo me encontré con 11 empleados sentados en una oficina con las luces y el aire acondicionado apagados; en el exterior la temperatura era de 43 °C. Mohammed Shaben se presentó como el director informático del museo y se disculpó por el calor: no tenían suministro eléctrico. Pregunté a qué se dedica un director informático cuando no hay electricidad. "A nada –respondió–.
Todos estamos esperando". Tenía 26 años; la mayoría de sus compañeros eran aún más jóvenes. Todos tenían estudios: eran conservadores, diseñadores de interiores, restauradores de arte. En torno al 60% de la población egipcia tiene menos de 30 años; los jóvenes dominaron las protestas de la plaza Tahrir. También son ellos quienes han pagado el precio más caro al fracasar la revolución.




Los jóvenes han pagado el precio más caro al fracasar la revolución
Desde el golpe militar, la disidencia ha sido castigada con brutalidad y las cárceles recluyen a decenas de miles de presos políticos, muchos de ellos jóvenes. Casi un tercio de la juventud del país está en paro. Shaben me contó que tanto a él como a otros funcionarios públicos se les exigía presentarse en su puesto de trabajo y matar las horas en él, pese a que la construcción del complejo estaba paralizada. Me enseñó el museo, que consta de cinco plantas, 14 salas de exposiciones y un auditorio, todo a medio construir y a merced de los elementos. Por doquier se veían losetas, barras de acero corrugado y tubos de aire acondicionado oxidados. "Ojo con los murciélagos", me advirtió cuando entramos en el auditorio. Algún día, me dijo, tendrá un aforo de 800 espectadores.

Ahmed Gaafar, el joven inspector de antigüedades que nos acompañaba, se quejaba de que la agitación política había estancado su carrera de conservador. Es un patrón que siempre se repite, desde las tumbas de Amarna hasta la frustración de Tahrir: en todas partes y en todo momento,
las revoluciones fagocitan a los jóvenes. Gaafar mencionó las recientes elecciones presidenciales, en las que ganó Abdelfatah el-Sisi, el general al mando del golpe que había derrocado al líder islamista Morsi. Gaafar veía un paralelismo entre aquel golpe y la era de Akenatón.


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Gaafar veía un paralelismo entre el golpe que derrocó a Morsi y la era de Akenatón

"Hay quien dice que Morsi es como Akenatón, y El-Sisi, como Horemheb –dijo–. Horemheb liberó Egipto de un Estado teocrático que se debilitaba por momentos. –En tono esperanzado, añadió–: Y abrió la puerta al período ramésida, que fue el de mayor esplendor de la historia de Egipto. Con El-Sisi ocurre lo mismo: está preparando a Egipto para que recupere su grandeza". Esa idea –preparar a Egipto para que recobre su grandeza– es muy anterior a El-Sisi e incluso al propio Akenatón. En el antiguo Egipto, tras los períodos de debilidad o desunión, los dirigentes solían declarar un wehem mesut, que literalmente significa "repetición del parto": un renacimiento. Con símbolos antiguos se valían de las glorias pretéritas para prometer éxitos futuros.


Tutankamón declaró un wehem mesut y parece ser que Horemheb hizo otro tanto. La estrategia sigue viva en la actualidad en otros lugares del mundo. Las revoluciones ganan legitimidad cuando se vinculan con el pasado, y eso explica por qué muchas de las pancartas de la plaza Tahrir iban acompañadas de imágenes de los líderes políticos Gamal Abdel Nasser y Anwar el-Sadat. En 2012, cuando Morsi y los Hermanos Musulmanes llegaron al poder, aprobaron una Constitución que aludía al "monoteísmo" de Akenatón, y titularon su programa político Nahda, que en árabe significa renacimiento.


En Egipto siempre ha existido la tentación de reflejar el pasado en el espejo moderno, recreando el mundo faraónico a nuestra propia imagen. Pero también es cierto que los antiguos egipcios desarrollaron tácticas políticas sofisticadas; al fin y al cabo, su sistema político perduró más de 3.000 años. Introdujeron el concepto de reinar por la gracia de dios, así como muchos símbolos universales de poder, como la corona y el cetro.


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El arte de Amarna solía tener funciones propagandísticas, con representaciones de Akenatón entregando premios a sus aduladores y paseándose por la ciudad con su deferente guardia personal. Barry Kemp afirma que todas esas escenas constituyen "una caricatura inopinada de todos los líderes modernos seducidos por las mieles de la exhibición carismática". En las ruinas del Gran Templo de Atón pregunté a este egiptólogo inglés si esos patrones de pensamiento y conducta son universales y atemporales. "Pertenecemos todos a la misma especie –me respondió–. Hasta cierto punto estamos programados para pensar y actuar de la misma manera. Pero las tradiciones que se mantienen en el tiempo moderan a las sociedades. Esa es nuestra responsabilidad: hallar el equilibrio entre patrones universales y patrones culturales distintivos".
"Las tradiciones que se mantienen en el tiempo moderan a las sociedades", afirma Kemp
El Proyecto Amarna, que coordina las investigaciones sobre el terreno, cuenta con un despacho en un edificio contiguo a la plaza Tahrir. Anna Stevens me contó que ese entorno le ha aportado una nueva perspectiva a la hora de contemplar el pasado. "Vivir los acontecimientos de esta época me ha llevado a meditar mucho sobre Akenatón y el impacto de las revoluciones –me dijo, refiriéndose al ascenso de El-Sisi–. Me llama la atención el interés que siempre despierta la figura del hombre fuerte como líder". Me comentó que en las tumbas de los altos dignatarios de Amarna aparece imaginería de Atón y la familia real, pero que hasta la fecha no se han hallado imágenes similares en las necrópolis del pueblo llano. "No hay ni una sola mención a Akenatón ni a Nefertiti –aseguró–. Es como si aquel no fuese su espacio".


La arqueóloga
observa una dinámica parecida en el elitismo de la política actual: "Puedes introducir transformaciones radicales en las altas esferas, pero por debajo nada cambia. Puedes trasladar una ciudad entera a otra parte de Egipto; puedes trasladar todo un grupo humano a la plaza Tahrir, pero nada cambia".
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En su opinión, una revolución es un acto de narración selectiva. "
Akenatón está creando un relato –me dijo un día en su despacho, y acto seguido señaló una imagen de los esqueletos de un cementerio plebeyo–. Pero en realidad ese relato no es para estas gentes".

Akenaton está creando un relato, pero ese relato no es para estas gentes", según Stevens
Jamás conoceremos la historia de esas personas, de igual manera que no nos fijamos en la vida de la mayoría de los egipcios de hoy cuando ponemos toda nuestra atención en las figuras dominantes de la política nacional: Mubarak, Morsi y El-Sisi. Si nos cuesta aprehender toda la variedad de experiencias revolucionarias de los últimos seis años, ¿qué posibilidad tenemos de comprender como es debido los vaivenes políticos de mediados del siglo XIV a.C.?


"¡Así es la vida!", dijo al fin Anna Stevens. Ocupaba un despacho seis pisos por encima de la plaza Tahrir y estaba rodeada de un batiburrillo de datos de las excavaciones de Amarna. Pero parecía cómoda con la incertidumbre fundamental de
Akenatón: los misterios de su fe, los mensajes de los huesos de sus súbditos y todas las piezas rotas que nunca podrán recomponerse. Sonrió y dijo: "No hay relato claro".


















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NEFERTITI


"La Bella de las Bellas de Atón-la Bella ha llegado". Este es el significado del nombre de la soberana reina Neferneferuatón-Nefertiti. Sabemos que Nefertiti fue la Gran Esposa Real de Akhenatón y que vivió hace casi 3.500 años en un período fascinante de la historia de Egipto. Sin embargo los detalles de su biografía son todo un enigma y un campo en el que los arqueólogos luchan por tener razón.


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Nefertiti ostentó un papel principal en la corte de Amarna, el Horizonte del Sol, la nueva capital fundada por su marido Akhenatón en honor al disco solar Atón. ¿Fue Nefertiti una especie de primera dama de la Antigüedad? Existen muchas especulaciones sobre el papel que desempeñaba en la corte de Ajtatón. De hecho son tan abundantes como contradictorias. Y parece que el misterio continuará durante mucho tiempo, al menos hasta que se encuentre la tumba donde descansan sus restos.










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Amarna

la corte de Akhenatón y Nefertiti



En el octavo año de su reinado, el faraón Akhenatón trasladó la capital de Egipto a Amarna, el Horizonte del Sol, una nueva ciudad que enseguida se llenó de espléndidas mansiones y barrios de trabajadores

La tumba real de Amarna

Descubierta en 1893, Akhenatón evitó decorarla con escenas del viaje de Re por el inframundo, que contradecían el culto a Atón.
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Los reyes en familia

Esta estela de Amarna muestra a Akhenatón y Nefertiti jugando de un modo distendido con sus hijas. Museo Egipcio, Berlín


El palacio del Norte

Entre los restos de Amarna que empezaron a excavarse a finales del siglo XIX se cuentan los del Palacio del Norte, en la imagen.

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Una vaca pasea entre los marjales

Fragmento de azulejo de Amarna. Museo del Louvre.

La reina del Sol

Busto policromado de la reina Nefertiti hallado en Amarna por Borchardt en 1912. Museo Egipcio, Berlín.


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El naturalismo del arte de Amarna

Unos ánades levantan el vuelo en los marjales del Nilo, representados por plantas de papiro y lotos. Pavimento del palacio de Maru Atón. Museo Egipcio, El Cairo.





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Amarna, la corte de Akhenatón y Nefertiti








Cuando, descendiendo por el Nilo, desembarcamos en Amarna, la que fuera capital de Egipto durante el breve reinado de Akhenatón y Nefertiti, nos encontramos en una planicie desértica con algunas ruinas diseminadas. Sólo las dos columnas reconstruidas del Pequeño Templo de Atón dan fe de su antigua grandeza. La ciudad fue abandonada poco después de la muerte de su fundador, Akhenatón, y los siguientes faraones arrancaron sus piedras para reutilizarlas en sus propias construcciones mientras los aldeanos de los pueblos vecinos se llevaron los ladrillos para sus casas; pero, por fortuna para los arqueólogos, no se alzó nunca otra ciudad encima de su suelo. Por esto, las arenas del desierto fueron enterrando y conservando los cimientos de sus edificios y los restos abandonados por sus habitantes, con lo que Amarna es el enclave arqueológico que más datos aporta sobre la vida de los antiguos egipcios. Una de las cosas que más información ha proporcionado sobre la vida en la ciudad desaparecida son los montones de basura de aquella época, entre los que se han descubierto plumas y huesos de aves, restos de cabras y de ovejas, espinas de pescado, semillas de cebada, guisantes, lentejas, pepinos, cebollas, ajos, granadas, uvas, higos, aceitunas, dátiles... De todo ello podemos deducir que la dieta de los «amárnicos» era sana y equilibrada.





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Casas en las que no faltaba nada

Cuando, en el quinto año del reinado de Akhenatón, la corte se trasladó a Amarna, los primeros en instalarse fueron los nuevos funcionarios que siguieron al faraón. Cada uno eligió el sitio y el tamaño de su casa, situada en una gran parcela con todas las comodidades. En el exterior había graneros y almacenes donde se guardaban los alimentos y los artículos que se intercambiaban por bienes necesarios para la familia, las cuadras para los caballos, un pequeño recinto para los carros y talleres de tejido y cerámica para uso diario. No faltaban una huerta y un pozo, ni los establos para los animales domésticos. Había igualmente lugares especiales donde se elaboraban los alimentos: uno para moler el grano, pues esta faena levantaba mucho polvo, otro destinado a la fabricación de cerveza, además de la cocina propiamente dicha, al sur de la casa para que el viento del norte, el que más sopla en Amarna, se llevara los humos y malos olores fuera del recinto. También se construía una pequeña capilla con estatuas o relieves de los reyes, a quienes como intermediarios entre hombres y dioses se les pedía que dirigieran sus súplicas y peticiones a Atón, el disco solar.
Las viviendas estaban formadas por un salón central alrededor del cual se distribuían las demás estancias. Ese salón constaba de tres elementos que se repiten en todas las casas: un banco bajo con almohadones para sentarse encima con las piernas cruzadas, un brasero para calentar las frías noches del desierto y una losa de abluciones con un cántaro de agua para lavarse las manos y los pies o, simplemente, refrescarse. La losa era de piedra en las casas importantes y de barro en las medianas como la de un artesano excavada en 1987–, pero está totalmente ausente en las pequeñas casitas de la Aldea de los Trabajadores, lugar de residencia de los obreros destinados a la construcción de las tumbas reales y de los nobles.

Una de las casas más lujosas de
Amarna era la del visir Nakht. Además de un salón profusamente decorado, disponía de otra pequeña sala que serviría de comedor, así como dos estancias más de recepción: dos galerías con grandes ventanales que se abrían al jardín, una al norte para el viento fresco del verano y otra al oeste para recibir los últimos rayos de sol en el invierno. Las casas grandes y medianas poseían un cuarto de aseo que constaba de un excusado con un asiento de piedra, el cual contenía un recipiente de barro y una tapa de madera, y la ducha, que era una losa de piedra con un canalillo que llevaría el agua a un agujero con una vasija para recogerla. Los tocadores de las damas nos han dejado muestras de la delicadeza de los artesanos al fabricar pequeños frascos de vidrio o alabastro para perfumes, cajitas para guardar los cosméticos, peines, espejos...
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Los artesanos más cotizados

Alrededor de estas grandes casas se fueron levantando otras más pequeñas de gentes que acompañarían a estas familias nobles y trabajarían para ellas. En Amarna no había un barrio de ricos y otro de pobres, sino que cualquiera podía elegir el lugar de su vivienda. Así, la ciudad se fue llenando de habitantes llegados de otros pueblos y ciudades de Egipto; venían en grupos de un mismo lugar y formaban un pequeño barrio para vivir juntos y no sentirse solos en una ciudad extraña. A veces, varias viviendas tenían salida al mismo patio, lo que suponía que entre los vecinos debía haber una relación amistosa.
También llegaban familias de artesanos que habían trabajado juntos y decidían probar fortuna en la nueva capital. En el barrio norte encontramos una serie de pequeñas casitas pobres en las que se fabricaba conjuntamente cerámica vidriada. Algún vecino trabajaría en un taller estatal y conseguiría, como parte de su sueldo, los materiales necesarios para montar un pequeño negocio. En las excavaciones de 1931 se recogieron infinidad de cuentas de collares con formas de flores, de frutos o simplemente redondas; además de las cuentas, también se hallaron los moldes para fabricarlas. Así pues, en esta zona se fabricaría una bisutería muy de moda en Amarna; buena prueba de ello es que Nefertiti, en el famoso busto de Berlín, luce un collar de varias hileras de cuentas de cerámica, a modo de pectoral que la cubre casi hasta el pecho.

Esta actividad sugiere que en
Amarna se desarrolló una incipiente economía privada basada en el pluriempleo, gracias a la libertad de que gozaron sus habitantes y su afán por aumentar su nivel de vida. Así se aprecia en la antes mencionada Aldea de los Trabajadores. En un principio todas las casitas eran iguales, pero al poco tiempo se varió su estructura porque quien era trabajador y a la vez emprendedor podía mejorar su situación económica. Fuera de la aldea se instalaron una serie de pocilgas donde se criaban cerdos. En el año 1984 se descubrieron dos edificios en esta zona; por sus características, los arqueólogos determinaron que en uno se sacrificaba a los animales y en el otro se fabricaban salazones y conservas. Posiblemente esta actividad daría ingresos adicionales a los obreros, pues estos alimentos se venderían en las zonas ricas de la ciudad.




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Las mujeres también obtenían beneficios extra para la familia instalando un telar que a juzgar por sus dimensiones no se utilizaba sólo para las necesidades familiares. Entre los años 1979 y 1986 se recogieron en la aldea 5.000 fragmentos de tejido, principalmente de lino, y los expertos han determinado las diferentes clases de lino utilizadas, las distintas tramas y dibujos, cómo se remataba la tela cuando se sacaba del telar y hasta cómo se cosía. Eran unos tejedores admirables, pero unos costureros poco habilidosos, por lo que las piezas se tejían del tamaño necesario para la prenda que se iba a utilizar. Un rectángulo servía de vestido a las damas con un simple anudado (como se aprecia en una famosa estatua de Nefertiti en el Museo del Louvre) y con un trozo de tela doblado, cosido por los bordillos laterales y haciendo un agujero en el centro para meter la cabeza, se obtenía una camisa o una túnica a la que se podía dar el largo deseado. Los chales plisados completaban la vestimenta.






La calle mayor de Amarna

Amarna no gozó de una urbanización inicial. La única calle planificada fue la Calzada Real, que salía del extremo norte, donde residían Akhenatón y Nefertiti, y cruzaba toda la Ciudad Central. En ella se situaron los edificios oficiales, como los dos templos dedicados a Atón, grandes espacios que al parecer estaban abiertos al pueblo –por ejemplo, en el Gran Templo había 929 mesas de barro para recibir las ofrendas de los habitantes–. Egipcios y extranjeros debían de asombrarse por la belleza de sus palacios cuando eran invitados a las recepciones reales, porque Amarna fue una ciudad muy cosmopolita, capaz de atraer tanto a un comerciante griego que se instaló en el barrio norte como al asiático que aparece representado en una pequeña estela bebiendo cerveza a través de un gran filtro, como se hacía en su país. Así, en el constante trasiego de gentes que transitaban por la Calzada Real se veían indumentarias diferentes y se oían idiomas distintos. En alguna ocasión, los maravillados paseantes podían incluso contemplar a los reyes desplazándose en sus carros para atender los ritos religiosos en los dos grandes templos de la ciudad o las ceremonias oficiales en el Palacio Central.




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En la tumba del alto dignatario Meryre, una hermosa escena nos da idea de la magnitud de una procesión en la Calzada Real. El rey, sin cochero, sujeta un brioso corcel, mientras detrás va Nefertiti, única reina de Egipto a la que vemos conduciendo su propio carro. Observamos también a las princesas saliendo de palacio, donde dos porteros hablan, acompañadas por portadores de abanicos y damas, a la vez que los soldados corren delante del carro y a los lados de la calzada, y el visir precede a los reyes.


Pero no todo era bello y saludable en la Amarna de Akhenatón. La intransigencia religiosa del rey a partir del año 9 de su reinado debió de desilusionar a muchos nobles, que abandonaron la decoración de sus tumbas y seguramente huyeron de Amarna. Por otro lado, desde el año 2005 los arqueólogos están excavando fuera de la ciudad los cementerios de la gente pobre. Los restos humanos hallados muestran una gran mortandad juvenil y graves lesiones en los hombros y la espalda, resultado de haber cargado grandes pesos.

Amarna existió muy poco tiempo como ciudad: doce años durante el reinado de Akhenatón y se supone que unos tres años durante el de Tutankhamón. Sin embargo, fue un período de una gran actividad intelectual, de notables innovaciones y de extraordinaria libertad, como se manifiesta en las distintas formas de arte y en la proliferación de pequeñas empresas. La cosmopolita, dinámica y creativa Amarna representó, sin duda, un momento único de la historia del antiguo Egipto



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¿Existieron las 10 plagas de Egipto?

Peste, langostas, ranas... Son solo algunas de las plagas que asolaron Egipto. Descubrimos cuánto de real hay en ellas



El libro del Éxodo cuenta que, cuando los egipcios se hallaban más oprimidos por el faraón, Moisés y su hermano Aarón acudieron a su corte para advertirle de que si no dejaba partir a su pueblo Yahvé desencadenaría una terrible plaga sobre Egipto. Así sucedió: el agua del Nilo se convirtió en sangre y todos los peces murieron. Como el faraón se negó a rectificar, siguieron otras nueve plagas de ranas, de mosquitos, de granizo, de peste, etc.–, hasta que los judíos obtuvieron el permiso para salir de Egipto.



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Ante la pregunta de si estas plagas tienen una base histórica, algunos historiadores han encontrado referencias que remiten al reinado de Akhenatón. Así, las llamadas Cartas de Amarna –tablillas que contienen la correspondencia entre la corte egipcia y otros Estados del Próximo Oriente– informan de una plaga (¿de peste?) que se habría difundido desde Canaán al reino hitita y de allí a Chipre y Akhetatón, la capital de Egipto. En 2004 se descubrió en el poblado de los trabajadores de Akhetatón (la moderna Tell el Amarna) una alta frecuencia de pulgas y otros parásitos fosilizados que contenían las bacterias productoras de la peste (Yersinia pestis).




En la Estela de la Tempestad se describe una serie de extraordinarios fenómenos atmosféricos que se observaron en Egipto como consecuencia de la erupción de un volcán

Sin embargo, ,la peste fue sólo una de las diez plagas mencionadas en el libro del Éxodo. Quizá se encuentra un eco de las demás en la Estela de la Tempestad, inscrita en tiempos del faraón Ahmosis (dinastía XVIII). En ella se describe una serie de extraordinarios fenómenos atmosféricos que se observaron en Egipto como consecuencia, muy probablemente, de la erupción del volcán de la isla de Tera (actual Santorini), en el Egeo.
La devastadora erupción provocó tsunamis que llegaron hasta las costas de Egipto y fenómenos como lluvia de cenizas, oscurecimiento del cielo, terremotos o comportamientos anómalos de los animales que sin duda se dejaron sentir en todo el Mediterráneo oriental y, por supuesto, en Egipto. Cabe pensar que el recuerdo de este desastre, tal como se refleja en la Estela de la Tempestad, dio lugar a relatos de tradición oral que más tarde inspirarían a los autores del Antiguo Testamento.




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¿Estuvieron los judíos cautivos en Egipto?



Los judíos vivieron largo tiempo en Egipto trabajando como esclavos, hasta que emprendieron el éxodo a la tierra prometida bajo la guía de Moisés. Así lo afirma la Biblia. Pero ¿qué nos dicen la historia y la arqueología?


Esta pintura mural que decora la tumba del gobernador Knumhotep ilustra la migración de gentes procedentes del Próximo Oriente a Egipto.



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La historia de los judíos en Egipto comienza con José, hijo de Jacob. Tras provocar la envidia de sus hermanos, éstos lo acaban vendiendo a unos mercaderes que lo llevan a Egipto. Allí, un golpe de suerte lo convierte en visir del faraón. En cumplimiento de su cargo, José crea reservas de grano que salvan a los egipcios de una hambruna. En cambio, la familia de José es víctima de la sequía y acude a Egipto a comprar grano. José concede el perdón a sus hermanos y los invita a establecerse con él, dando inicio a la presencia judía en Egipto.

Esta historia refleja una realidad histórica: en caso de hambruna, la población de Canaán emigraba a Egipto en busca de alimento, porque allí las cosechas eran abundantes y no dependían de las lluvias, sino de la crecida del Nilo. La Biblia, en el Génesis, recuerda este hecho en las "bajadas a Egipto" de Abraham o de los hijos de Jacob.
Por otra parte, se conoce un episodio de emigración masiva de un grupo étnico al delta del Nilo en búsqueda de una vida mejor. Estos pobladores de lengua semita, como los judíos, dominaron el Delta durante un siglo. Se denominaban a sí mismos aamu, "asiáticos", aunque son más conocidos como hicsos, del egipcio heqa khaseshet, "soberanos de países extranjeros".




Un grupo de origen semita, que tenía como dios principal a una divinidad extranjera, entró en conflicto con la población egipcia

Los hicsos establecieron su capital en Avaris, en el Delta, y tenían como divinidad principal al dios semita Baal, aunque lo representaban con las normas formales egipcias. Pero esto no supuso un conflicto religioso con la población autóctona, que siguió venerando sin problemas a sus propios dioses. Los egipcios, con capital en Tebas y adoradores del dios Amón, comenzaron una "guerra de liberación" contra los hicsos que culminaría en tiempos de Ahmosis (1539-1514 a.C.), el fundador de la dinastía XVIII, con la derrota hicsa y la unificación del país. Avaris fue destruida y los hicsos volvieron a Canaán.





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En resumen, un grupo de origen semita, que tenía como dios principal a una divinidad extranjera, entró en conflicto con la población egipcia y fue expulsado a la tierra de la que procedía: Canaán. En este momento de la historia no se puede hablar de judíos, pero, indudablemente, el "retrato robot" coincide con el de los descendientes de Jacob que menciona el Génesis.




¿Fue Moisés una figura histórica?



La Biblia describe algunos de los episodios más célebres de la vida de este personaje, pero ¿cuánto hay de cierto en ellos?


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Lo que sabemos sobre Moisés procede tan sólo de testimonios literarios. En el libro del Éxodo de la Biblia, redactado definitivamente en el siglo V a.C., se narran los episodios más conocidos de su vida, empezando por su salvación milagrosa cuando era un bebé y sus padres, para burlar la orden del faraón de exterminar a todos los varones judíos, lo lanzaron al Nilo en un cesto que recogería la hija del faraón.








Otras fuentes ofrecen un relato distinto. Por ejemplo, el sacerdote egipcio Manetón (siglo III a.C.) cuenta que en tiempos de Amenofis Egipto sufrió una plaga y que un grupo de personas contagiadas decidieron marchar a Palestina. En el camino se refugiaron en Avaris, antigua capital de los hicsos, y allí eligieron como líder a Osarsef, un sacerdote egipcio de Heliópolis. Osarsef dictó una ley absolutamente opuesta a la de los egipcios, y tras aliarse con los hicsos conquistó el país del Nilo y adoptó el nombre de Moisés (el cual, en efecto, procede del egipcio mose, "he nacido", del mismo modo que en el caso del faraón Tutmosis: "[el dios] Toth ha nacido").




En la década de 1930, Sigmund Freud señaló la semejanza entre el culto de Atón y el de Yahvé, y consideró que Moisés era en realidad un egipcio
Tanto la biblia como los cronistas posteriores mencionan siempre a propósito de Moisés su papel de líder religioso, las relaciones con la población asiática y la enfermedad (plaga). Algunos estudiosos han encontrado estos tres elementos en una fase concreta de la historia del antiguo Egipto: la dinastía XVIII (1552-1305 a.C.). En este lapso de tiempo Egipto sufrió tres experiencias que le afectaron profundamente: la dominación de los hicsos, la revolución religiosa llevada a cabo por el faraón Akhenatón –quien suprimió los cultos tradicionales e impuso el culto a Atón, el disco solar– y una plaga de peste que asoló Oriente Medio.


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En la década de 1930, Sigmund Freud señaló la semejanza entre el culto de Atón y el de Yahvé, y consideró que Moisés era en realidad un egipcio que transmitió a los judíos el monoteísmo de Akhenatón. Autores posteriores han desarrollado explicaciones más elaboradas. Jan Assmann considera que los sucesos traumáticos que vivieron los egipcios en la dinastía XVIII originaron un relato mítico en el que aparecían invasores asiáticos, un líder religioso y una plaga. Como el recuerdo de Akhenatón, el faraón hereje, quedó borrado, su puesto lo ocupó un nuevo protagonista, Moisés. La tradición oral egipcia sería luego adoptada por los cronistas judíos que redactaron la Biblia.





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¿Tuvo lugar realmente el Éxodo de los judíos?



Analizamos la parte de realidad que compone el célebre episodio del éxodo de israelitas desde Egipto a Canaán explicado en la Biblia





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Como ocurre con todos los demás elementos de la historia de Moisés, tampoco existe ninguna fuente histórica o arqueológica que confirme la existencia de un éxodo de israelitas desde Egipto a Canaán tal como lo describe la Biblia. En cualquier caso, de haberse producido, probablemente los egipcios no habrían dejado constancia de ello, pues los habitantes del País del Nilo no eran amigos de recordar sus derrotas y humillaciones. Además, el número de personas implicadas (600.000 contando sólo hombres, en total unos dos millones) es absolutamente irreal, ya que habría superado a la población de Canaán en una proporción, como mínimo de veinte a uno. De hecho, un estudio reciente sugiere una cifra de 20.000 para el grupo entero.
También es problemática la datación del episodio. La Biblia dice que el éxodo se produjo 480 años antes de la fundación del templo de Salomón en Jerusalén, lo que supondría situar la emigración en torno a 1450 a.C. Pero en la misma fuente también se afirma que los judíos trabajaron en la construcción de una ciudad llamada Rameses, probablemente Pi Ramsés, la capital construida por Ramsés II en el delta del Nilo en el siglo XIII a.C.
Pese a ello, existen algunos indicios de veracidad. Por ejemplo, la ruta que, según la Biblia, tomaron los israelitas es la misma que siguieron dos esclavos que habían escapado de Egipto en el siglo XIII a.C. y cuyas andanzas quedaron consignadas en el Papiro Anastasi V.
Cabe pensar asimismo que el éxodo desde Egipto podría reflejar otros episodios históricos en los que los israelitas se habrían visto fuera de su país
Cabe pensar asimismo que el éxodo desde Egipto podría reflejar otros episodios históricos en los que los israelitas se habrían visto fuera de su país, esclavizados y anhelando el regreso a su patria. En el siglo VIII a.C., el reino de Israel sufrió su ruina y la deportación de su población a manos de los asirios, dando lugar al mito de las tribus perdidas de Israel. Por su parte, el reino de Judá fue conquistado por el monarca babilonio Nabucodonosor II en el año 586 a.C., y la élite judía fue deportada a Babilonia. Si tenemos en cuenta que el relato bíblico del éxodo se elaboró, probablemente, en el siglo V a.C., destacan aún más los paralelismos entre los dos episodios mencionados y la historia de Moisés, a quien se presenta en la Biblia como modelo de fidelidad a Yahvé y obediencia a la Ley.
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El comercio caravanero de productos de lujo hizo de Petra una próspera ciudad, donde soberanos y ricos mercaderes construyeron magníficos edificios excavados en su rosada piedra arenisca

Una entrada monumental

Oculta entre las montañas, Petra se convirtió en una rica ciudad gracias al comercio caravanero. A su entrada se alza la magnífica fachada del Tesoro, tal vez la tumba del rey Aretas IV.
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El emperador Trajano

Sextercio acuñado en Roma. Año 103. Numismática Jean Vinchon, París.












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La sede de los espectáculos

Excavado en la rosada arenisca de Petra, el teatro tiene una cávea con 45 filas de asientos distribuidos en tres sectores horizontales. Algunos autores elevan la cifra de espectadores hasta 10.000.

Los dioses nabateos

Diosa Hayyan, procedente del templo de los Leones Alados,Petra.


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Las tumbas reales

La tumba de la urna, situada en la vía de las tumbas reales, en una litografía realizada por David Roberts. siglo XIX.


Mosaico bizantino

Detalle de un mosaico procedente de la iglesia bizantina de Petra.
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Petra

la espléndida capital de los nabateos



Las ruinas de la antigua ciudad nabatea de Petra, en el desierto de Jordania, compiten en espectacularidad y belleza con las de Palmira, en Siria, Baalbek, en el Líbano, o Gerasa, en Jordania. Petra sigue despertando el entusiasmo de todos aquellos que la visitan. La grandeza de su arquitectura tallada en la piedra arenisca – que con sus vetas de colores rosados hace aún más soberbia su belleza– impresiona de tal modo al viajero que éste no se pregunta por los edificios que constituyeron en su día la ciudad de los vivos, para siempre aniquilada por los terremotos. En efecto, las fachadas dispersas por todo su perímetro corresponden en su mayoría a las tumbas de los riquísimos comerciantes, nobles y monarcas que compitieron por mostrar a sus paisanos su fortuna formidable. Pero Petra no era sólo una ciudad para los difuntos; los palacios, las casas, los negocios, los templos, los almacenes, los talleres y los espacios públicos daban cobijo a las actividades cotidianas de una ciudad próspera, bulliciosa y –como señaló el geógrafo griego Estrabón– abierta al establecimiento de extranjeros, por más que su localización proporcione la imagen de una ciudad cerrada y recóndita, accesible tan sólo para algunos privilegiados que vivían o se refugiaban en ella. Frente a las ciudades de su época, la muralla de Petra era su posición geográfica en medio de un laberinto de cañones horadados en la roca. Esa defensa natural resultaba tan poderosa que la mantuvo durante siglos oculta a la curiosidad de los extraños. La reforzaban bastiones como la torre Conway, que toma su nombre de Agnes Conway, la arqueóloga que la excavó en 1929, y algunos lienzos aislados; al parecer, la ciudad no se dotó de un verdadero recinto amurallado hasta mediados del siglo III.








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Capital de las caravanas



El origen de la riqueza de Petra estuvo en el comercio caravanero. Hasta siete rutas confluían en la ciudad del desierto, desde donde se distribuían los productos hacia Alejandría, Jerusalén, Damasco, Apamea y muchas otras ciudades. Las fuentes literarias, como el Periplo del Mar Eritreo y Plinio, detallan las enormes tasas a las que estaban sujetas las mercancías que circulaban a través del reino nabateo. Se dan cifras de hasta un 25 o un 50 por ciento de imposición tributaria. Esa carga, unida al alto valor de los productos comercializados, como seda, betún, incienso, especias o mirra, y por la enorme cantidad de mercancías desplazadas permiten comprender el súbito esplendor del reino nabateo, ocasionado por la enorme demanda derivada de la Pax Romana, que se materializa en su portentosa capital.




Sobre la cronología del reino nabateo no se dispone de datos directos que permitan trazar una historia más o menos firme. Hemos de conformarnos con la información arqueológica y las noticias aisladas que proporcionan las fuentes clásicas, esencialmente Diodoro Sículo, Estrabón y Flavio Josefo. Toda esta documentación permite constatar que a mediados del siglo II a.C. existía una familia real en Petra, atestiguada por Estrabón, aunque la institución monárquica puede haber precedido a la dinastía de Aretas I, considerado tradicionalmente el primer rey nabateo; el nombre de Aretas I aparece mencionado en la inscripción nabatea más antigua, de 168 a.C. A partir de ese momento se consolidaron las estructuras del reino y se empezó a construir la necrópolis real. Los diferentes reyes competirían entre sí por lograr fachadas cada vez más bellas y espectaculares para sus tumbas talladas en las paredes rocosas.










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La ciudad de los muertos



Desde el punto de vista formal, la tipología de tumbas talladas en la roca tiene su origen en el extraordinario conjunto de Naq i-Rushtan, la necrópolis de los reyes aqueménidas cercana a Persépolis, en el actual Irán, donde se hicieron enterrar los grandes soberanos persas como Darío I o Jerjes. Esta costumbre se extendió por todo el Oriente helenístico, desde Anatolia, donde se encuentran los hipogeos de Myra, hasta la Arabia Felix (el actual Yemen) y Jerusalén. No se trata, pues, de una invención nabatea, aunque las características de la piedra arenisca de Petra le otorgan un aspecto singular y único. Por otra parte, esta arquitectura presenta, además, influencias orientales, con decoración de escalinatas en la cima de los monumentos, obeliscos y motivos geométricos, basada en modelos asirios, persas o egipcios; y también un gusto más barroco, de inspiración helenística y romana. Los estudios ponen de manifiesto que la ciudad monumental corresponde básicamente a la época imperial romana, después de que Petra cayera bajo la órbita de Roma en el siglo I a.C. Las fachadas de las tumbas reproducen las de los grandes templos, como si los difuntos compitieran con los dioses en la suntuosidad de sus moradas.
Las inscripciones que permiten identificar a los personajes relacionados con estos edificios son muy escasas. La más importante se ha hallado fuera de Petra, en la cercana capilla de en-Numeir. Está datada en el año 20 d.C. y contiene una importante secuencia de soberanos nabateos: «Ésta es la estatua de Oboda, el dios, que han hecho los hijos de Honianu, hijo de Hotaishu, hijo de Petammon… colocada aquí junto al dios Du-Tarda, dios de Hotaishu, que están en la capilla de Petammon, su bisabuelo, por la vida de Aretas, rey de Nabatu, que ama a su pueblo… y de Shaqilat, su hermana, la reina de Nabatu, y de Malco y de Oboda y de Rabel y de Fasael y de Sha’udat y de Hagiru, sus hijos, y de Aretas, hijo de Hagiru… en el mes… del año 29 de Aretas rey de Nabatu, que ama a su pueblo…».








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En el interior de Petra se ha encontrado otra importante inscripción. Se trata del epitafio de Sextio Florentino, gobernador de la provincia de Arabia en el año 127, que grabó su hijo en cumplimiento del testamento de su padre. Florentino, de rango ecuestre, debió de morir durante su gobierno en la provincia y adoptó el uso tradicional de la aristocracia local en su monumento funerario.


La ciudad de los vivos

Los espectáculos, la vida política, los pleitos, el mercado... Todo tenía su espacio en la brillante ciudad donde recalaban caravanas de dromedarios cargados de exóticos productos llegados de los rincones más lejanos de Oriente. La ciudad hoy olvidada de los vivos, el escenario de la actividad diaria de sus habitantes, poseía varios espacios públicos entre los que destaca el magnífico teatro, tallado en la roca viva probablemente durante el reinado de Aretas IV (8 a.C.-40 d.C.) y remodelado tras la incorporación de la ciudad a Roma para dar cabida a 6.000 espectadores.
Una gran vía con columnas, la principal arteria de Petra, porticada a ambos lados y a la que se abrían las tiendas, locales y negocios, unía los principales espacios públicos de la ciudad, como los grandes templos. Uno de ellos ha proporcionado una de las novedades más espectaculares desde el punto de vista arqueológico en los últimos años. El llamado Gran Templo, edificio nabateo del siglo I a.C., fue remodelado en su interior tras la anexión de Petra al Imperio romano. Las excavaciones dirigidas desde 1993 por la arqueóloga Martha Joukowsky han puesto de manifiesto que en el siglo II se habilitó en él un pequeño teatro con capacidad para más de 300 personas. Es muy probable que fuera usado como odeón –un edificio destinado a certámenes musicales–, aunque también se ha sugerido que podía tratarse de un bouleuterion, el lugar de reunión del consejo de la ciudad o boulé. Aparentemente, también se empleó para sesiones de carácter judicial, presididas por el gobernador provincial romano cuando éste visitaba Petra. La transformación de un recinto religioso en un espacio cívico no es insólita, pues se conoce el caso del Artemision de Dura Europos, en Siria. La originalidad del edificio, no obstante, es extraordinaria, como se ve en los capiteles en los que las volutas del estilo jónico se han convertido en cabezas de elefante; al parecer las paredes estaban estucadas y aún mantienen restos de decoración pictórica.


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Agua en el desierto

La arqueología proporciona información sobre algunos aspectos de la vida cotidiana en Petra. Por ejemplo, las excavaciones han revelado que el pescado formaba parte destacada de la dieta de los habitantes de Petra, y que su consumo se acrecentó con el tiempo. Los datos disponibles en el barrio de ez Zantur, situado al suroeste de Petra, indican que aproximadamente una cuarta parte de los restos de fauna hallados corresponden a pescado procedente del mar Rojo, que se encuentra a 150 kilómetros de distancia. Casi el setenta por ciento pertenece a ovejas y cabras, mientras que los restos de aves suponen apenas un ocho por ciento, esencialmente pollo y perdiz local. Como curiosidad, diremos que en Petra hay una ausencia total de gatos; quizá la introducción de estos animales tuviera lugar ya en época bizantina, durante el siglo VI.
En cuanto a la agricultura, el área de Petra dedicada a cultivos era considerable. Entre finales del siglo I a.C. y finales del II se construyeron numerosos diques y canales. Muchos restos de estas pequeñas represas son aún visibles en el área circundante de la ciudad, pero lo que resulta más vistoso son los canales que conducen el agua a su interior, que todavía hoy son causa de admiración entre los viajeros que discurren por el Siq, el angosto desfiladero que conduce a Petra. El agua abastecía fuentecillas y estanques en el área urbana, así como a un gran ninfeo, un santuario dedicado a las ninfas, diosas acuáticas, cuyos restos todavía son visibles en la vía Columnada, junto a un árbol solitario, testigo de la humedad del lugar.
Pero aún falta por excavar el ochenta por ciento de la superficie de Petra, cuyo palacio real tuvo que ser de una extraordinaria suntuosidad a tenor de la grandeza de los edificios públicos conservados y de las fabulosas riquezas que atribuyen las fuentes clásicas a sus gobernantes. Estrabón dice que las casas eran de piedra y lujosas. Las más antiguas, del siglo III a.C., no responden a ese estereotipo, pero su construcción mejora a partir del siglo I; se labran los sillares, se pavimentan los suelos, las paredes se decoran, se canalizan las aguas subterráneas y las viviendas se dotan de letrinas, e incluso de termas. En una gran mansión, destruida por el terremoto de 419, aparecieron los restos aplastados de una mujer y un niño. Pero las ruinas causadas por los tres grandes terremotos que destruyeron Petra ocultan, sin duda, testimonios de la vida del reino nabateo que depararán importantes sorpresas a los arqueólogos.


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Qumrán

En el desolado paraje de Qumrán se hallaron unos 200 manuscritos copiados hace 2.000 años por gentes de una ascética comunidad esenia; probablemente se trata de los más antiguos testimonios del texto bíblico

Las cuevas de los manuscritos

Estas cavidades se encuentran en unos riscos sobre el lecho del wadi Qumrán, un cauce seco de torrentera al pie del antiguo asentamiento.

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La norma de los esenios

Regla de la comunidad (detalle). 100-75 a.c. Santuario del Libro, Jerusalén.





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El final de un mundo

En el año 73, la toma de la fortaleza de Masada (en la imagen) por los romanos marcó el fin de la gran revuelta judía durante la cual las legiones destruyeron Qumrán.
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Laboriosa restauración

Labores de restauración de un fragmento de manuscrito procedente del área de Qumrán


Recipientes de arcilla

En varios casos, los manuscritos hallados en Qumrán estaban protegidos en el interior de vasijas como la que se reproduce aquí, descubierta en la Cueva 1, en el año 1947.
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Jerusalén, ciudad sagrada

A inicios de la era cristiana, habría existido una comunidad esenia cerca de la puerta de Sión, que se abre en la muralla medieval de la Ciudad Vieja.






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Qumrán



"En mano del Príncipe de las Luces está el dominio sobre todos los hijos de la justicia; ellos marchan por caminos de luz. Y en mano del Ángel de las Tinieblas está todo el dominio sobre los hijos de la falsedad; ellos marchan por caminos de tinieblas". Estas palabras, que volvieron a ser leídas por ojos humanos dos mil años después de que fuesen escritas, devolvían los "hijos de la luz" a la historia.
Aquel antiguo texto era la Regla de la comunidad, y sus protagonistas eran los esenios, una secta que destacó entre los fariseos, saduceos, samaritanos, zelotas y otros grupos que formaban la sociedad judía en tiempos de Jesús. Con el paso de los siglos, los esenios fueron cayendo en el olvido, hasta que a finales del siglo XIX y comienzos del XX aparecieron en la literatura científica y pseudocientífica como la agrupación que había influido o dado origen a los movimientos de Juan el Bautista y Jesús.




Los hallazgos de Qumrán

El interés por aquellos enigmáticos esenios creció cuando, entre 1947 y 1956, se hallaron miles de fragmentos de manuscritos en pergamino y papiro en once cuevas del desértico paraje de Qumrán, próximo al mar Muerto. De la llamada Cueva 1, donde se dice que unos pastores beduinos realizaron el primer descubrimiento de estos textos, procede la Regla de la comunidad. Está escrita en hebreo, como la mayor parte de los fragmentos; otros, una minoría, fueron escritos en arameo y en griego. Los manuscritos se guardaban en forma de rollo y se habían depositado en el interior de tinajas para preservarlos. En aquellos mismos años se llevaron a cabo excavaciones arqueológicas en Qumrán, un conjunto de ruinas ubicado a 35 kilómetros al este de Jerusalén, y en las cuevas próximas a este enclave, donde habían aparecido los manuscritos. Allí, aparte de utensilios de cerámica, metal o madera, restos de tejidos y huesos de animales, se descubrió un inmenso cementerio con casi 1.200 tumbas.






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Hasta entonces, sólo tres autores antiguos (todos ellos del siglo I d.C.) habían dejado información más o menos detallada sobre los esenios: el griego Filón de Alejandría, el judeorromano Flavio Josefo y el romano Plinio el Viejo. Los estudiosos compararon sus escritos con los hallazgos de Qumrán, y la mayoría de los investigadores concluyó que los hombres que vivieron en aquellas construcciones y en las cuevas adyacentes durante casi 150 años (entre comienzos del siglo I a.C. y mediados del siglo I d.C.) fueron los mismos que estudiaron, escribieron y colocaron en las cuevas los rollos antiguos –si no todos, por lo menos una buena parte–. Y estos hombres habrían pertenecido a la secta de los esenios. Los esenios, pues, no eran el fruto de la imaginación de los autores antiguos, sino seres humanos de carne y hueso.


Las fuentes clásicas mencionaban la existencia de esenios en centros urbanos, como se deduce de la afirmación de Josefo respecto a que los piadosos esenios "no integran una ciudad única; viven dispersos en gran número en todas las ciudades" (Guerra de los judíos II), y de la noticia de Filón sobre el hecho de que los esenios "viven en muchas ciudades de Judea y en muchas aldeas" (Hipotéticas II). Según la información presente en los rollos –especialmente en el llamado Documento de Damasco–, estas comunidades urbanas de esenios habrían tenido un carácter familiar y su organización no habría sido muy estricta. Según algunos, incluso hubo un barrio esenio en el área occidental de Jerusalén, cerca de la actual puerta de Sión.


Sin embargo, en su Historia Natural, el geógrafo Plinio el Viejo alude a un asentamiento esenio separado, próximo al mar Muerto: "Al oeste [del mar Muerto] los esenios se mantienen apartados de la orilla para evitar sus efectos perniciosos", es decir, las posibles exhalaciones de un agua sin vida. Los hallazgos de Qumrán se complementan perfectamente con los datos de Plinio, y todo lleva a concluir que en las orillas del mar Muerto, y probablemente en otras zonas aledañas del desierto de Judea, como el-Ghuweir y Hiam el-Shaga, vivieron comunidades de esenios.












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La comunidad de los puros



Dado el carácter inhóspito y salvaje de la zona del mar Muerto, esas comunidades esenias debieron de ser diferentes de las de sus correligionarios urbanos: mucho más organizadas para afrontar las dificultades que presentaba la vida en este medio, desde el empleo del agua hasta la obtención de alimentos; de talante más ascético, que concordaba con la frugalidad obligada de una existencia en tales parajes, y con una gran actividad en común. Este último rasgo, fundamental en tales comunidades, estaría implicado en el mismo nombre de Yahad –en hebreo, "comunidad"– presente en los rollos, y especialmente en la Regla de la comunidad, texto fundamental del movimiento.


¿Por qué estos esenios decidieron asentarse en tan árida región? Todo parece indicar que consideraron el desierto como un símbolo de pureza. En el libro de Ezequiel, al final de los tiempos el desierto en las proximidades del mar Muerto se convertiría en un jardín paradisíaco, similar al Edén bíblico. Según el profeta, Dios le dijo: "Esta agua sale hacia la región oriental, baja a la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda, y el agua quedará saneada. [...] Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente. [...] A orillas del torrente, a una y otra margen, crecerá toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se agotarán" (Ezequiel 47, 6-12). De ser así, los esenios eligieron el desierto para apartarse radicalmente del mundo de la impureza, con el fin de permanecer tan puros como fuera posible. Como está escrito en un pasaje fundamental de la Regla de la comunidad: "Y cuando éstos existan como comunidad en Israel según estas disposiciones, se separarán de en medio de la residencia de los hombres de iniquidad para marchar al desierto y abrir allí el camino de Aquél [Dios]; como está escrito: 'En el desierto, preparad el camino de [Dios], enderezad en la estepa una calzada para nuestro Dios'".






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La vida diaria de los esenios

¿Dónde vivían los hombres de Qumrán? Los investigadores han sugerido que en los edificios sólo residía un puñado de funcionarios, guardias o ancianos (probablemente, en un segundo piso que no se ha conservado), mientras que el resto de miembros de la comunidad habría encontrado refugio en cuevas, tiendas y chozas próximas. Algunos investigadores consideran que la comunidad de Qumrán sólo habría tenido unas pocas decenas de miembros; otros aseguran que, como mucho, su número habría llegado a 120 o 150 personas.
Los manuscritos no ofrecen una imagen coherente y completa sobre el modo de vida de estas gentes, pero las fuentes clásicas son de gran ayuda a la hora de reconstruirlo, sobre todo Flavio Josefo, quien describe de este modo el día a día de los esenios: "Su piedad religiosa asume caracteres particulares. Nunca pronuncian una sola palabra profana antes de salir el sol; dirigen al sol oraciones tradicionales, como si le suplicaran que aparezca. Luego los encargados envían a cada uno a trabajar en su oficio, lo que hacen con gran empeño hasta la hora quinta. Luego se reúnen de nuevo en su mismo sitio, se envuelven el lomo con una faja de lino y se lavan todo el cuerpo con agua fría. Tras esta purificación se congregan en una sala particular donde no puede entrar ninguna persona profana; ni ellos mismos pueden penetrar en ese comedor sin estar puros, como si fuera un recinto sagrado. Se sientan sin hacer ruido y el panadero sirve a cada uno un pan y el cocinero un plato con una sola comida. El sacerdote pronuncia una oración antes de comer, y nadie puede probar bocado antes de que haya concluido la oración. Después de la comida el sacerdote repite el rezo. Todos dan gracias a Dios, dispensador del alimento que hace vivir, al principio y al final de la comida".
Sigue Josefo: "Luego se quitan las ropas de la comida como si fueran vestiduras sagradas, y vuelven a sus trabajos hasta la noche; regresan entonces a su local común y cenan de la misma manera, esta vez con sus huéspedes, si han encontrado alguno en el camino. Ni gritos ni tumultos perturban la casa; cada cual habla por turno. A los que pasan delante de ella, el silencio que reina en el interior les parece como si en ella se estuviera celebrando algún temible misterio, pero ello se debe simplemente a la invariable sobriedad de los esenios, a su costumbre de medir los alimentos y la bebida en la cantidad suficiente para saciarse, sin excederse" (Guerra judía II).


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Un aspecto clave de la vida cotidiana de los esenios era la pureza ritual. La Regla de la comunidad describe así la relación entre la inmersión en el agua y la participación en la comida comunitaria: "Que no entre en las aguas para participar en el alimento puro de los hombres de santidad pues no se han purificado, a no ser que se conviertan de su maldad; pues es impuro entre los transgresores de su palabra". La arqueología confirma el papel esencial de la pureza: de los dieciséis estanques descubiertos en Qumrán, sólo seis habrían servido para almacenar agua, mientras que los diez restantes sirvieron, con toda probabilidad, para la práctica de baños rituales. La concentración de baños rituales de Qumrán sólo es superada por la de Jerusalén, donde estaba el Templo, lo que pone de manifiesto que para los qumranitas la pureza ritual era un baluarte de su vida religiosa.

El fin de la injusticia

La comunidad de Qumrán fue más estricta en cuestiones de higiene personal y purificación que sus contemporáneos, y en su esfuerzo por garantizar la pureza de la comunidad y elevar el nivel de santidad de sus miembros extendió las restricciones sobre pureza e impureza a muchas más esferas que las requeridas por la ley normativa judía. Su escrupulosidad se habría debido al hecho de que ellos se habrían visto a sí mismos como un "templo espiritual", semejante a un campamento santo en el que vivían en compañía de los ángeles. Como está escrito en el Rollo de la guerra: "Y todo hombre que no se haya purificado de “fuente” el día de la batalla, no descenderá con ellos, pues los ángeles santos están juntos con sus ejércitos".
Esta obsesión por la pureza ritual pudo ser una de las razones, quizá la fundamental, por la cual las comunidades esenias más estrictas, del tipo Yahad, como la de Qumrán, habrían sido de características ascéticas y celibatarias, distinguiéndose de las comunidades urbanas de tipo familiar diseminadas por todo el país.
A esta doble estructura social del movimiento esenio se habría referido Josefo al decir que, por un lado, había un grupo de piadosos esenios que "desdeñan el matrimonio para ellos […] No condenan en principio el matrimonio y la procreación, pero temen el libertinaje de las mujeres y están convencidos de que ninguna es fiel a un solo hombre". Y, por otro lado, "hay otra clase de esenios, que concuerdan con los anteriores en el régimen, las costumbres y las leyes, pero difieren en lo concerniente al matrimonio. Creen que renunciar al matrimonio es realmente excluir la parte más importante de la vida, o sea, la propagación de la especie" (Guerra, II).
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Es probable que nunca podamos conocer a ciencia cierta la verdadera naturaleza de estos esenios, profundamente convencidos de que, como manifiesta la Regla de la comunidad, "Dios, en los misterios de su conocimiento y en la sabiduría de su gloria, ha fijado un fin a la existencia de la injusticia, y en el tiempo de su visita la destruirá para siempre".










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Descifran uno de los dos últimos manuscritos inéditos de los Rollos de Qumrán

El manuscrito descifrado revela la existencia de un calendario excepcional de 364 días que fue usado por los miembros de la secta del desierto de Judea










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Jonathan Ben-Dov

El profesor Jonathan Ben-Dov, de la Universidad de Haifa, ha participado en el desciframiento de uno de los dos últimos Rollos de Qumrán que no habían sido publicados.


Código secreto

"El manuscrito está escrito en un código secreto, pero su contenido es simple y bien conocido y no había razón para ocultarlo", aseguran los investigadores de la Universidad de Haifa.


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Descifran uno de los dos últimos manuscritos inéditos de los Rollos de Qumrán

Eshbal Ratson y Jonathan Ben-Dov, dos investigadores de la Universidad de Haifa, han conseguido restaurar y descifrar uno de los dos últimos Rollos de Qumrán que no habían sido publicados, de un total de unos 900 manuscritos descubiertos en las cuevas de Qumrán, al noroeste del mar Muerto, en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Los diferentes textos religiosos, escritos en hebreo, arameo y griego, datan principalmente desde mediados del siglo III a.C. hasta mediados del siglo I d.C.
Los investigadores de la Universidad de Haifa han pasado más de un año recomponiendo minuciosamente las más de sesenta pequeñas partes de uno de los Manuscritos del Mar Muerto, escrito en un código secreto, según explica la universidad israelí en un comunicado. El manuscrito descifrado revela la existencia de un calendario excepcional de 364 días que fue usado por los miembros de la secta del desierto de Judea e incluye el descubrimiento, por primera vez, del nombre que dicha secta daba a los días especiales que marcaban las transiciones entre las cuatro estaciones: tekufah, que puede ser traducido como "periodo".




Esta secta seguía un calendario de 364 días que era "perfecto", según los investigadores

Los miembros de la secta de Qumrán se referían a sí mismos como la comunidad de Yahad ("Juntos"), un grupo de fanáticos que practicaba una vida eremítica en el desierto y que se enfrentaba a la persecución del sistema preponderante de la época. Esta secta seguía un calendario de 364 días que, según explica la Universidad de Haifa, "era perfecto porque este número puede ser dividido por cuatro y por siete y las ocasiones especiales siempre caían en el mismo día, a diferencia del calendario lunar que aún sigue el judaísmo". El pergamino también ofrece detalles sobre las fechas más importantes del calendario de la secta, por ejemplo dos ocasiones especiales no mencionadas en la Biblia pero ya conocidas a través del Rollo del Templo, uno de los Manuscritos del Mar Muerto más largos. Son las siguientes: los festivales del Vino Nuevo y del Aceite Nuevo.
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"El manuscrito está escrito en un código secreto, pero su contenido es simple y bien conocido y no había razón para ocultarlo. Esta práctica también se observa en varios lugares de fuera de la Tierra de Israel, donde los líderes escribían en un código secreto incluso cuando trataban cuestiones ampliamente conocidas, como un reflejo de su estatus. Esta costumbre pretendía mostrar que el autor estaba familiarizado con el código, mientras que otros no lo estaban. Sin embargo, el autor de este manuscrito en concreto cometió numerosos errores", concluyen los investigadores.




MAR MORTA
( 1994 )






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David y Salomón

los reyes de la polémica



¿Existió el Rey David?

La arqueología trata, desde hace años, de dar respuesta a esta pregunta.

Los rebaños de David

Unos pastores cuidan de sus cabras cerca de Jerusalén, a escasos kilómetros de donde David apacentaba sus rebaños.


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FOTOS:







David

En la famosa escultura de Miguel Ángel, el joven guerrero adopta una postura heroica mientras se dispone a enfrentarse con el gigante Goliat, un filisteo enemigo de Israel. Si David que un monarca poderoso o un simple jefe local es hoy objeto de una encendida controversia entre los expertos.












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Meggido
Unos turistas visitan la milenaria Megiddo, al norte de Jerusalén, donde los arqueólogos han hallado restos de un palacio y de establos, evocados por esta escultura de metal. En principio se atribuyeron a Salomón, pero las pruebas sugieren que son al menos un siglo posteriores a la fecha bíblica de su muerte.


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"Casa de David"





Hasta que en 1993 se descubrió una estela del siglo IX a.C. con la inscripción «Casa de David», no había pruebas de la existencia real de David. Hoy casi nadie la discute.






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El valle del Elah

En el valle del Elah, el lugar donde según la Biblia David mató a Goliat, las excavaciones de la ciudad fortificada de Jirbet Qeiyafa pusieron al descubierto en 2008 una puerta con varias cámaras, así como objetos de la época davídica, alrededor del año 1000 a.C.







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El Juicio de Salomón"

(de Rafael)

Un lienzo de Rafael plasma la sabiduría de Salomón: ante dos mujeres que reclaman un bebé, el rey ordena que lo dividan por la mitad con una espada; la mujer dispuesta a renunciar a él por salvarle la vida es la madre.




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La Ciudad de David

La Ciudad de David es el barrio más antiguo de Jerusalén y un yacimiento arqueológico al sur de la Explanada de las Mezquitas. Según la tradición, en ella levantó su palacio el rey David. Pese a las escasas pruebas de que el edificio se contruyera aquí, el lugar continúa siendo un imán para los visitantes.




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Jirbat en-Nahas

Estudiantes de arqueología examinan Jirbat en-Nahas, una milenaria fundición de cobre al sur del mar Muerto. El análisis por carbono data el yacimiento en el siglo X a.C., sugiriendo que podría tratarse de las célebres minas del rey Salomón.
















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Beta Israel

Los judíos etiopes, conocidos como Beta Israel, celebran una festividad en Jerusalén. Se consideran descendientes del rey Salomón y la reina de Saba. La mayoría huyó del hambre y la inestabilidad política de su país de origen a bordo de unos aviones que los llevaron a Israel durante las décadas de 1980 y 1990.














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El Muro de las Lamentaciones

El Muro de las Lamentaciones es escenario popular de reportajes fotográficos de bodas judías y celebraciones del rito del bar mitzvah. Es todo cuanto queda del gran templo construido por el rey Herodes a finales del siglo I a.C., supuestamente sobre las ruinas del templo de Salomón.






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Defender el hogar

Mansour Yousef al-Shyoukhi hace sus prácticas de lanzafuegos en el porche trasero de su casa de Silwan, un barrio cercano a la Explanada de las Mezquitas. Los palestinos de la zona siguen con su vida cotidiana a pesar del temor a que futuras excavaciones los desalojen de sus hogares.










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David y Salomón

los reyes de la polémica



Sentada en un banco de la Ciudad Vieja de Jerusalén, bajo el frío de otoño, la mujer de rostro redondo come una manzana mientras estudia el edificio que le ha reportado tanta fama como disgustos. En realidad, tiene poco de edificio: apenas son unos muretes de piedra junto a los 20 metros de un antiguo muro de contención escalonado. Pero como arqueóloga y descubridora del yacimiento, sus ojos ven cosas que a los demás se nos escapan. Ve la ubicación del edificio, en una escarpa al norte de la milenaria ciudad de Jerusalén desde la que se divisa el valle de Cedrón, y reconoce en él una posición privilegiada para dominar un reino.

Imagina a los carpinteros y picapedreros fenicios que lo erigieron en el siglo X a.C. También a los babilonios que lo destruyeron cuatro siglos después. Y, sobre todo, imagina al hombre que cree mandó construir el edificio para ocuparlo. Se llamaba David. Probablemente, ha anunciado la arqueóloga, éste sea el edificio descrito en el Libro Segundo de Samuel: «Hiram, rey de Tiro, envió [...] carpinteros y canteros, que construyeron una casa para David. Y así reconoció David que Yahvé lo había confirmado como rey de Israel y que realzaba su reino a causa de su pueblo Israel».La mujer se llama Eilat Mazar. Su rostro es la serenidad personificada… hasta que aparece un guía turístico. Es un joven israelí que, acompañado de algunos turistas, se planta delante del banco para ver el edificio. Fue alumno suyo de arqueología. En cuanto el chico abre la boca, ella sabe lo que se avecina. Le han contado que ahora se dedica a llevar turistas al lugar y explicarles que NO están viendo el palacio de David, y que toda la labor arqueológica que se lleva a cabo en la Ciudad de David es obra de la derecha israelí en su intento de ampliar las reivindicaciones territoriales del país y desplazar a los palestinos.






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Mazar salta del banco y va directa hacia el guía turístico. Lo abronca con un staccato en hebreo. Él la mira con total pasividad y se aleja con paso airado ante la mirada atónita de los turistas. «Hay que tener una fortaleza de acero –rezonga–. Es como si todo el mundo quisiera destrozar tu trabajo. ¿Por qué? ¿Qué hemos hecho mal?» La arqueóloga entra en el coche. Parece acongojada. «De verdad, este estrés va a acabar conmigo», dice.




En ningún otro lugar del mundo la arqueología tiene tanto de competición. Eilat Mazar es una de las razones. Cuando en 2005 anunció que creía haber desenterrado el palacio del rey David, en realidad estaba defendiendo a capa y espada una tesis de la vieja escuela denostada desde hacía más de 25 años, según la cual la descripción bíblica del imperio instaurado por David y continuado por su hijo Salomón es correcta desde el punto de vista histórico. La afirmación de Mazar ha alentado a los cristianos y judíos que en todo el planeta defienden la posibilidad y la obligación de interpretar el Antiguo Testamento en sentido literal. Su supuesto hallazgo tiene especial eco en Israel, donde la historia de David y Salomón se entreteje con las reivindicaciones históricas judías sobre el Sión bíblico.
Pese a décadas de búsqueda, los arqueólogos no han hallado una sola prueba consistente de que David o Salomón construyesen nada


La narración que recogen las Escrituras es bien conocida. Un joven pastor de la tribu de Judá, de nombre David, acaba con Goliat, gigante de la tribu enemiga de los filisteos, es ungido rey de Judá después de la muerte de Saúl, a finales del siglo XI a.C., conquista Jerusalen, une al pueblo de Judá con las fragmentadas tribus israelitas del norte y acto seguido funda una dinastía real que continúa con Salomón hasta bien entrado el siglo X a.C. Pero cuando la Biblia cuenta que David y Salomón hicieron del reino de Israel un poderoso imperio que se extendía desde el Mediterráneo hasta el río Jordán, y desde Damasco al Néguev, surge un pequeño problema: pese a décadas de búsqueda, los arqueólogos no han hallado una sola prueba consistente de que David o Salomón construyesen nada.


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En ese contexto, Mazar hizo su anuncio a bombo y platillo. «Sabía bien lo que hacía–dice su colega israelí David Ilan, arqueólogo del Hebrew Union College–. Entró en la refriega deliberadamente para avivar la polémica.»
El propio Ilan pone en duda que Mazar haya localizado el palacio del rey David. «Mi olfato me dice que se trata de un edificio del siglo VIII o IX», afirma, construido 100 años, si no más, después de la muerte de Salomón en 930 a.C. Otras voces aún más críticas apuntan que las excavaciones contaban con el respaldo financiero de dos organizaciones- la Fundación Ciudad de David y el Centro Shalem- dedicadas a hacer valer los derechos territoriales de Israel. Además se mofan de la lealtad de Mazar a los anticuados métodos de sus predecesores arqueólogos, entre ellos su abuelo, quien sin el menor sonrojo trabajaba con una paleta en una mano y la Biblia en la otra.


La práctica en otro tiempo común de usar la Biblia como guía arqueológica ha recibido críticas generalizadas, que la tachan de acientífica. Uno de los críticos más firmes es Israel Finkelstein, de la Universidad de Tel Aviv, quien se ha forjado una carrera profesional a base de echar por tierra sin miramientos tales axiomas. Tanto él como otros defensores de la «baja cronología» afirman que el grueso de las pruebas arqueológicas presentes en Israel y su entorno apuntan a una desviación de un centenar de años respecto a las fechas propuestas por los estudiosos de las Escrituras. Los edificios “salomónicos» que en las últimas décadas han excavado los arqueólogos bíblicos en Hazor, Gézer y Megiddo no se erigieron en época de David y Salomón sostiene, sino que han de atribuirse a reyes de la dinastía omrida (del siglo IX a.C.), muy posteriores.


En vida de David, según la tesis de Finkelstein, Jerusalén era poco más que un «villorrio»; el propio David, un tosco advenedizo, y su legión de seguidores, «unos 500 paisanos que, palo en mano, lanzaban berridos, juramentos y escupitajos, no el gran ejército de hombres y carros que describe el texto». «¡Por supuesto que no es el palacio de David! –ruge Finkelstein en cuanto se le menciona el hallazgo de Mazar–. Venga, hombre, por favor. Su trabajo me merece todo el respeto. Y ella me cae bien, es una señora muy simpática. Pero esa interpretación suya es, ¿cómo decirlo? Ingenua.»




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Y ahora la teoría de Finkelstein es la que está siendo atacada. Apenas había terminado Mazar de anunciar el descubrimiento del supuesto palacio del rey David, otros dos arqueólogos divulgaron unos hallazgos notables. A 30 kilómetr os al sudoeste de Jerusalén, en el valle de Elah, donde según la Biblia mató a Goliat, Yosef Garfinkel, profesor de la Universidad Hebrea, dice haber desenterrado los primeros restos de una ciudad hebrea de la época exacta en que reinó David. A 50 kilómetros al sur del mar Muerto, en territorio jordano, un profesor de la Universidad de California en San Diego llamado Thomas Levy lleva ocho años excavando una vasta mina de cobre en Jirbat en-Nahas.
Levy sitúa uno de los períodos de mayor producción de cobre de la factoría en el siglo X a.C., cuando, según el relato bíblico, habitaban la región los edomitas, enemigos de David. (Sin embargo, algunos investigadores, como Finkelstein, sostienen que Edom surgió dos siglos después.) La existencia de una gran factoría de extracción y fundición dos siglos antes del momento en que según Finkelstein y los suyos emergieron los edomitas implicaría una actividad económica compleja en la época exacta del reinado de David y Salomón. «Es posible que la mina fuese de David y Salomón–dice Levy a propósito de su hallazgo–. Semejante escala de producción de metal es propia de un estado o reino de la Antigüedad.»
Levy y Garfinkel, ambos becados por National Geographic Society, basan sus argumentos en datos científicos que incluyen, entre otros, restos de cerámica y la datación por radiocarbono de huesos de aceitunas y de dátiles hallados en los yacimientos. Si las excavaciones siguen aportando pruebas en la misma dirección, quizás haya que dar la razón a los eruditos que en otro tiempo exaltaron la Biblia como narración exacta y verdadera de la historia de David y Salomón. Como afirma Eilat Mazar con palpable satisfacción, «esto es el fin de la escuela de Finkelstein».
Una autovía muy transitada, la número 38, cruza la antigua ruta que recorre el valle de Elah rumbo al Mediterráneo. Bajo las colinas que flanquean la carretera yacen las ruinas de Socoh y Azekah. Según la Biblia, los filisteos acamparon en este valle, entre ambas ciudades, justo antes de su aciago encuentro con David. El legendario campo de batalla es hoy un idílico paraje rico en trigo, cebada, almendros y vides, y también pueden verse algunos terebintos (elah en hebreo), los árboles autóctonos que dan nombre al valle. Un puentecillo parte de la ruta 38 para salvar el arroyo de Elah. En temporada alta, los autobuses turísticos aparcan aquí para que los viajeros bajen al valle y recojan alguna piedra del mismo lugar que la que mató a Goliat.


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«Es posible que Goliat no haya existido nunca –dice Garfinkel mientras cruza el puente de camino a su yacimiento, Jirbet Qeiyafa–. El relato cuenta que Goliat procedía de una ciudad gigante, y a fuerza de repetir la narración una y otra vez a lo largo de los siglos, también él acabó convertido en gigante. Es una metáfora. Algunos expertos pretenden que la Biblia sea como la Enciclopedia Británica, pero hace tres milenios la historia no se escribía así. Al calor de la lumbre, cuando caía la noche, ahí nacían narraciones como la de David y Goliat.»
Tras una fachada erudita y un afable sentido del humor, un tanto cáustico cuando apunta a Israel Finkelstein, se esconde un hombre de ambición inconfundible. Un guarda de la autoridad patrimonial israelí le habló de un muro megalítico que se alzaba tres metros sobre el arroyo de Elah. Comenzó a excavar en serio en 2008.
Garfinkel descubrió que el muro era del mismo estilo que los hallados en las ciudades septentrionales de Hazor y Gézer, una construcción con doble pared y cámara interior, y rodeaba una ciudadela fortificada de 2,3 hectáreas. Adyacentes a la muralla de la ciudad había casas particulares, algo desconocido en la sociedad filistea. Bajo el estrato helenístico Garfinkel halló cuatro huesos de aceituna, que el carbono 14 situó hacia el año 1000 a.C. Encontró también una bandeja para hornear pan ácimo, además de cientos de raspas de pescado y huesos de vaca, oveja y cabra, pero no de cerdo. En otras palabras, en ese lugar debieron de vivir (o al menos comer) hebreos, no filisteos.
Ante el hallazgo de otro vestigio excepcional, un fragmento de alfarería con una inscripción que parece escritura protocananea con verbos característicos del hebreo, Garfinkel lo vio claro: tenía ante sí una compleja comunidad hebrea del siglo X a.C., exponente de las sociedades cuya existencia negaban los defensores de la baja cronología, como Finkelstein.¿Y cómo se llamaba la ciudad? Garfinkel encontró la respuesta al descubrir que la ciudadela tenía dos puertas a falta de una, caso único entre todos los vestigios localizados hasta hoy en los reinos de Judá e Israel. En hebreo, «dos puertas» se dice shaarayim, que resulta ser el nombre de una ciudad mencionada tres veces en la Biblia. Una de esas referencias (I Samuel 17:52) describe cómo los filisteos que huían de David, tratando de volver a Gat, cayeron «en el camino desde Saraím». «Por un lado tenemos a David y Goliat, y por otro tenemos nuestro yacimiento: concuerda –dice Garfinkel–. Esto es puro reino de Judá, desde los huesos de animales hasta la muralla de la ciudad. Que nos den dos razones para considerarlo filisteo. Una de ellas es que Finkelstein no quiere que echemos por tierra la baja cronología. Muy bien, ¿y la segunda?»
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Que David no estuviese a esa altura, o que no sea más que un mito, es algo impensable para muchos


He aquí el segundo argumento para tomarse con escepticismo las conclusiones de Yossi Garfinkel: que las anunció, con prisas y no menos parafernalias, cuando sólo tenía cuatro huesos de aceituna sobre los que basar la datación, una inscripción de naturaleza más que ambigua y apenas un 5% del yacimiento excavado. Dicho de otra forma, en palabras del arqueólogo David Ilan, «Yossi tiene su propia agenda, en parte ideológica, pero también personal. Es un tipo listo y ambicioso. Finkelstein es el gorila alfa, y los machos jóvenes creen que monopoliza la ar­­queología bíblica. Por eso quieren destronarlo».


El rey David ha logrado resistir tres milenios, omnipresente en el arte, en la tradición y en numerosas partidas de nacimiento. Para los musulmanes es Da'ud, el venerado emperador y el siervo de Alá. Para los cristianos es el antepasado natural y espiritual de Jesús, quien hereda así el manto mesiánico davídico. Para los judíos es el padre de Israel, el pastor que Dios ungió rey, y ellos a su vez son descendientes suyos, el pueblo elegido de Dios. Que David no estuviese a esa altura, o que no sea más que un mito, es algo impensable para muchos.


«Si nos consideramos uno de los pueblos más antiguos del mundo, con un rol fundamental en el reino de las ideas de la civilización humana, es porque nosotros escribimos el libro de libros, la Biblia –afirma Daniel Polisar, presidente del Centro Shalem, el instituto de investigación israelí que contribuyó a financiar las excavaciones de Eilat Mazar–. Si arrancas la página de David, el libro cambia por completo. La narración pierde su carácter histórico y pasa a ser literatura. Y el resto de la Biblia queda reducido a un intento propagandístico de crear una realidad que nunca existió. Y si no puedes encontrar las pruebas que lo demuestren, probablemente nunca ocurrió. Por eso nos jugamos tanto.»


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Es probable que los libros del Antiguo Testamento que trazan la historia de David y Salomón fueran escritos al menos 300 años después de los hechos, por unos autores que no eran los más objetivos. No existen textos coetáneos que refrenden lo narrado en esos escritos. Desde los albores de la arqueología bíblica, los investigadores han tratado en vano de verificar si Abraham, Moisés, el Éxodo o la conquista de Jericó existieron realmente. Al mismo tiempo, dice Amihai Mazar, primo de Eilat y uno de los arqueólogos más reputados de Israel, «prácticamente todo el mundo está de acuerdo en que la Biblia es un antiguo texto relativo a la historia de este lugar en la edad del hierro. Puede leerse con ojo crítico, como hacen muchos estudiosos, pero no desdeñarse: es un texto de referencia obligada».


"No debemos intentar demostrar su sentido literal"
Ahora bien, añade Mazar, «no debemos intentar demostrar su sentido literal». Pese a ello, son innumerables los arqueólogos que han hecho de ese objetivo la misión de su vida, empezando por el erudito estadounidense William Albright, prócer de la arqueología bíblica. Entre sus protegidos estaba el investigador, político y militar israelí Yigael Yadin. Para Yadin y sus coetáneos, la Biblia era irrefutable. En consecuencia, cuando desenterró las puertas de la ciudad bíblica de Hazor a finales de los años cincuenta, Yadin cometió lo que hoy se consideraría un pecado arqueológico: al no poder recurrir a la datación por carbono, usó la Biblia, además de la estratigrafía, para datar la cerámica descubierta intramuros. Atribuyó las puertas a un exultante imperio salomónico del siglo X a.C. porque así se contaba en I Reyes. El problema de basarse en ese fragmento concreto de la Biblia es que fue añadido mucho después de morir Salomón en 930 a.C., cuando Israel ya se había escindido en dos: el reino de Judá al sur y el de Israel al norte. «Gézer era la ciudad más meridional del reino de Israel, mientras que Hazor se hallaba en la parte más septentrional del mismo, y Megiddo era un centro económico situado en el medio –explica la arqueóloga de la Universidad de Tel Aviv Norma Franklin–. Por ello, quienes escribieron esta historia juzgaron importante reclamar la totalidad de este territorio. Para Yadin, lo decía la Biblia, y punto. Tres puertas: las tres de Salomón


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Hoy, muchos expertos (entre ellos Franklin y su colega Finkelstein) ponen en duda que las tres puertas sean salomónicas, mientras que otros (Amihai Mazar, por ejemplo) piensan que podrían serlo. Pero todos rechazan de forma unánime el razonamiento de Yadin, que a principios de la década de 1980 contribuyó a generar una corriente de pensamiento opuesta al llamado «minimalismo bíblico», encabezado por investigadores de la Universidad de Copenhague. Para los minimalistas, David y Salomón eran simples personajes de ficción. La credibilidad de dicha corriente se vio truncada cuando en 1993 se exhumó en el yacimiento de Tel Dan, en el norte de Israel, una estela de basalto negro con la inscripción «Casa de David». La existencia de Salomón, no obstante, aún está por verificar.






La existencia de Salomón, no obstante, aún está por verificar


A falta de más pruebas, hemos de quedarnos con el mundo bíblico del siglo X a.C., decididamente gris, que Finkelstein perfiló por primera vez en un artículo de 1996. No era un único y vasto reino repleto de construcciones monumentales, sino un paisaje hosco de potencias disparejas y de lenta cristalización: filisteos en el sur, moabitas en el este, israelitas en el norte, arameos más al norte y, sí, quizás una insurgencia de gentes de Judá acaudilladas por un joven pastor en un Jerusalén que poco tenía de deslumbrante. Tal interpretación irrita a los israelíes que consideran la capital davídica el cimiento de su existencia. Buena parte de las excavaciones realizadas en Jerusalén cuentan con el respaldo financiero de la Fundación Ciudad de David, cuyo director de desarrollo internacional, Doron Spielman, admite sin rodeos: «Cuando recaudamos fondos para una excavación, nos mueve la ambición de desenterrar la Biblia, y eso está profundamente vinculado a la soberanía de Israel».








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No es de extrañar que esta agenda levante ampollas entre los habitantes de Jerusalén que son palestinos. Muchas excavaciones se llevan a cabo en la zona oriental de la ciudad, donde desde hace generaciones está el hogar de sus familias, lo que no los libra del riesgo de ser desalojados si esos proyectos se convierten en una reivindicación territorial israelí. Desde la perspectiva palestina, la búsqueda obsesiva de pruebas arqueológicas que justifiquen la conciencia de pertenencia de un pueblo carece de sentido. Lo explica el profesor de arqueología y vecino de Jerusalén Este Hani Nur el-Din: «Cuando veo a las mujeres palestinas modelar una cerámica tradicional que se remonta a la edad del bronce antiguo, cuando huelo el pan de tabún cocido según una práctica de 4000 o 5000 a.C., percibo un ADN cultural. Palestina carece de documentos escritos, de historiografía, pero aun así es historia».


La mayoría de los arqueólogos israelíes preferiría que su trabajo no se utilizase como arma de escisión política. Pero así funcionan las naciones jóvenes. Tal y como observa Avraham Faust, profesor de arqueología de la Universidad de Bar-Ilan, «los noruegos recurrieron a los yacimientos vikingos para crear una identidad independiente de sus dominadores suecos y daneses. Zimbabwe toma su nombre de un hito arqueológico. La arqueología es una herramienta muy práctica a la hora de crear identidades nacionales».


«Esto debió de ser un infierno», dice Tom Levy al asomarse a una fosa abierta llena de escoria negra como el carbón. En torno a él se extienden las 10 hectáreas de una factoría de producción de cobre, y a su lado, el vasto complejo fortificado con las ruinas trimilenarias de las casas de los centinelas. Al parecer, éstos vivían prácticamente encima de las fundiciones para supervisar una mano de obra a buen seguro renuente. «Cuando manejas una producción industrial a esta escala, necesitas un sistema de abastecimiento de agua y comida –prosigue Levy–. Aunque no puedo demostrarlo, yo creo que los únicos que trabajarían en un entorno tan terrible serían esclavos. Y una simple sociedad tribal no tendría capacidad para sostener algo semejante.»










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Levy, antropólogo de formación, llegó al sur de Jordania en 1997 para estudiar el papel de la metalurgia en la evolución social. El área de Faynan, donde los destellos verdiazulados de la malaquita se aprecian desde lejos, era un campo de estudio obligado. También era el escenario en el cual el rabino y arqueólogo estadounidense Nelson Glueck había anunciado en 1940, sin ningún decoro, el hallazgo de las minas edomitas que controlara el rey Salomón. Más tarde, varios arqueólogos británicos creyeron hallar pruebas de que la datación de Glueck erraba en unos tres siglos, y que en realidad Edom correspondía al siglo VII a.C. Pero cuando Levy empezó a prospectar el yacimiento conocido como Jirbat en-Nahas («ruinas de cobre» en árabe), las muestras que remitió a Oxford para su datación por radiocarbono confirmaron que Glueck no andaba desencaminado: en efecto era una factoría del siglo X y, añade Levy con intención, «la mina de cobre más cercana a Jerusalén».


El equipo codirigido por Levy y su colega jordano Mohammad Najjar ha sacado a la luz una puerta de acceso a la ciudad con cuatro cámaras, similar a las halladas en ruinas israelíes que podrían corresponder al siglo X a.C. A pocos kilómetros de las minas han excavado un cementerio con más de 3.500 tumbas que data del mismo período. Da la impresión de que las minas fueron abandonadas a finales del siglo IX, y el estrato que evidencia tal abandono, excavado por los estudiantes de Levy, podría explicar por qué.




En dicho estrato hallaron 22 huesos de dátil, que datan del siglo X a.C., junto a objetos egipcios tales como un amuleto de cabeza de león y un escarabajo, ambos pertenecientes a la época del faraón Sheshonq I, cuya invasión de la zona poco después de la muerte de Salomón quedó registrada en el Antiguo Testamento y en el templo de Amón en Karnak. «Creo firmemente que Sheshonq desmanteló la producción de metal de esta factoría a finales del siglo X –dice Levy–. Los egipcios del Tercer Período Intermedio no tenían capacidad para desplegar una fuerza de ocupación, por ello no encontramos moldes de pan egipcios ni otra cultura material. En cambio sí eran capaces de organizar campañas militares nada desdeñables, suficientemente importantes como para someter estos pequeños reinos y evitar que se convirtieran en una amenaza.»




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El «infierno» que ha desenterrado Levy en Jirbat en-Nahas quizá dicte el destino de la baja cronología finkelsteiniana. Las minas de cobre tal vez no sean tan atractivas como el palacio del rey David o el mirador en el campo de batalla de David y Goliat, pero la excavación de Levy supera en duración y superficie a las de Eilat Mazar y Yosef Garfinkel, y recurre en muchísima mayor medida al análisis por radiocarbono para determinar la antigüedad de las capas estratigráficas del yacimiento. «Todos los investigadores de las últimas dos generaciones afirmaron que Edom no existía como estado antes del siglo VIII a.C. –dice Amihai Mazar–, pero las dataciones por radiocarbono de Levy cuentan otra historia, una historia que nos habla de los siglos X y IX a.C., y nadie puede tacharlas de incorrectas.»
De hecho, los detractores de Levy sí lo hacen. Algunos consideraron sus primeras 46 dataciones insuficientes para una reordenación en la cronología de Edom. En la segunda tanda de análisis por C-14 Levy duplicó el número de muestras y seleccionó con suma meticulosidad carbón vegetal procedente de arbustos con anillos de crecimiento verificables.


Pese a lo caro que resulta el análisis por C-14, la técnica no es la panacea

Pese a lo caro que resulta el análisis por C-14 (datar un solo hueso de aceituna cuesta más de 350 euros), la técnica no es la panacea. «El radiocarbono no ayuda a dirimir toda esta polémica –apunta Eilat Mazar–. Existe el más/menos, un margen de error de unos 40 años. Las interpretaciones varían de laboratorio a laboratorio. Todo el asunto del C-14 es objeto de debate.» En efecto, Finkelstein y Amihai Mazar siguen enzarzados en una disputa interminable sobre la datación de uno de los muchos estratos de Tel Rehov, una ciudad de la edad del bronce y del hierro en la margen este del Jordán. Mazar sostiene que el estrato podría ser salomónico. Finkelstein dice que es posterior, de la dinastía omrida (llamada así por Omri, padre de Ahab). El intervalo que hay entre una época y otra es de unos 40 años.
«Muchas de las dataciones por radiocarbono del período en cuestión abarcan justamente la horquilla de la polémica –señala Amihai Mazar, riendo por lo bajo con desaliento–. Ni más ni menos. Y así llevamos 15 años.»


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«¡Si fuese por el radiocarbono, se podría demostrar que David fue un aldeano noruego del siglo VI a.C.! –declara Israel Finkelstein, lanzando una de sus hipérboles favoritas–. Pero le digo una cosa: me gusta leer lo que escribe Tom sobre Jirbat en-Nahas. Me ha inspirado toda clase de ideas. Yo no excavaría allí ni loco, con el calor que hace. Para mí la arqueología tiene que ser un placer. Venga a Megiddo; estamos alojados en un hotelito con aire acondicionado al lado de una piscina de lo más agradable.»
Así es como Finkelstein inicia sus refutaciones, con preámbulos amables que no ocultan el brillo sagaz de su mirada. Para ser científico, el arqueólogo de Tel Aviv se comporta con bastante visceralidad. «Si quiere llamar la atención, haga como Finkelstein», dice Eilat Mazar. Tampoco es santo de la devoción de Yosef Garfinkel, quien al referirse a la beca de investigación de cuatro millones de dólares que acaba de recibir Finkelstein comenta: «Él sí que es acientífico».
Pese a todo ello, las teorías de Finkelstein cuajan en el territorio intelectual que media entre los «literalistas» y los «minimalistas» bíblicos. «Hay que concebir la Biblia como un yacimiento arqueológico estratificado –dice–. Una parte se escribió en el siglo VIII a.C., otra en el VII, y así hasta llegar al II a.C., es decir, 600 años de compilación. Eso no significa que la historia carezca de antigüedad, pero sí que la realidad presentada es posterior. David, por ejemplo, es una figura histórica. Es verdad que vivió en el siglo X a.C. Acepto las descripciones que presentan a David como el jefe de un grupo de rebeldes que se movían en los márgenes de la sociedad. Pero no acepto la Jerusalén de oro ni un gran imperio en tiempos de Salomón. Cuando los autores del texto lo describen así, tienen la vista puesta en la realidad de su propia época, el Imperio asirio.»
«Y luego, Salomón–continúa–. Creo que le he dado pasaporte, pobre. ¡Lo siento! Pero piénselo bien, analícelo. Piense en la espectacular visita de la reina de Saba, una reina árabe que llegó a Jerusalén con toda clase de artículos exóticos. Es algo inconcebible antes del año 732 a.C., aproximadamente, cuando se inició el comercio árabe bajo dominio asirio. Y la descripción del gran Salomón al mando de carros y caballos, grandes ejércitos y demás. El mundo que rodea a Salomón es el universo del siglo asirio.»






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A propósito de la fortaleza minera de Levy, Finkelstein dice: «No me trago que sea del X a.C. Es imposible que alguien viviese en la factoría mientras funcionaba. Con el fuego, los humos tóxicos… ¡ni hablar! Eche un vistazo a la fortaleza de En Hazeva, a este lado del Jordán, construida por los asirios en la ruta principal a Edom. Para mí el edificio de Tom es una fortaleza asiria del siglo VIII similar a la otra. Y es más, a fin de cuentas, el suyo es un yacimiento marginal. No hablamos de una ciudad estratificada con múltiples períodos, como Megiddo o Tel Rehov. Eso de coger un escorial y ponerlo en el centro del debate sobre la historia bíblica… ¿Es una broma?»
Con mayor acritud se mofa Finkelstein de los hallazgos de Garfinkel en Jirbet Qeiyafa: «Mire, a mí nunca me oirá decir: “Anda, me he encontrado un hueso de aceituna en un estrato de Megiddo, y este huesecillo, que contradice cientos de dataciones por C-14, va a decidir el destino de la civilización occidental”». Se ríe con sorna.
Lo irónico del caso es que el enfant terrible de la arqueología bíblica se ha convertido en su figura de autoridad, un Goliat que repele los ataques insurgentes dirigidos contra su cronología. La tesis de que en el siglo X a.C. pudo existir una sociedad compleja a una u otra orilla del Jordán ha colocado la visión finkelsteiniana de David y Salomón en alerta. Y aunque Garfinkel logre probar que la tribu de Judá que engendró a David vivió en la fortaleza de Saraím, aunque Eilat Mazar consiga demostrar que el rey David mandó construir un palacio en Jerusalén, y aunque Tom Levy llegue a la conclusión de que el rey Salomón supervisaba las minas de cobre de Edom, seguiría sin aparecer por ningún lado una gloriosa dinastía bíblica. ¿Cuánto más habrá que excavar para dar por cerrada la discusión?
¿Cuánto más habrá que excavar para dar por cerrada la discusión?

Muchos arqueólogos deploran la obsesiva carrera por ver quién demuestra antes la narración bíblica. Uno de ellos, Raphael Greenberg, de la Universidad de Tel Aviv, lo expresa sin titubeos: «Perjudica a la arqueología. Lo que se supone que debemos aportar es un punto de vista que no se encuentra en los textos ni en las preconcepciones históricas, una visión del pasado: relaciones entre ricos y pobres, entre hombres y mujeres. Bastante más, en otras palabras, que una mera validación de la Biblia».
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¿Acaso David, con todo su poder metafórico, pierde interés si sus hazañas y su imperio son considerados pura literatura? Cuando le digo a Finkelstein que hoy son muchas las gentes cuya tradición entronca con la figura de David, me sorprende su respuesta. «Mire, cuando me pongo a investigar, tengo que distinguir entre la cultura davídica y el David histórico. David es una pieza importantísima de mi identidad cultural. Igual que puedo conmemorar el Éxodo aunque en puridad no lo considere un hecho histórico. En este sentido, David lo es todo. En resumen, estoy orgulloso de que un don nadie haya acabado siendo una pieza clave de la tradición occidental.»
«Así que para mí –dice Finkelstein, el hombre que ha destronado a David-, David no es una placa en un muro, ni siquiera el simple cabecilla de una banda del siglo X. Es mucho más que eso.»






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Masada

el último bastión judío

En el año 74 d.C., decididos a poner fin a la gran revuelta judía contra su dominio, los romanos sitiaron la fortaleza de Masada. Allí resistía un grupo de aguerridos combatientes que prefirieron suicidarse antes que aceptar la rendición. O al menos así lo cuenta la leyenda.



La fortaleza del desierto
Masada se yergue sobre un promontorio rocoso a escasa distancia del mar Muerto. En la imagen se observan los restos del palacio de Herodes, rey de Judea, distribuidos en terrazas por la ladera del montículo.




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El botín de Judea

Los romanos saquearon el Templo de Jerusalén tras su destrucción. Este relieve del arco de Tito, en Roma, muestra el traslado de la menorah, el candelabro sagrado de siete brazos.






















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La caída de un símbolo

Destrucción del templo de Jerusalén por los romanos liderados por Tito. Óleo por Francesco Hayez, 1867.















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Asalto a Masada

Los romanos disponen las catapultas y torres de asedio en la rampa frente a las murallas. Grabado del siglo XIX.


La fortaleza asediada

Los romanos construyeron varios campamentos fortificados en los alrededores de Masada. Uno de ellos se aprecia en lo alto de una colina en primer plano, frente a la fortaleza rebelde
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De general en Judea a emperador

En los años 67 y 68, Vespasiano, al frente de tres legiones y un gran contingente de tropas auxiliares, logró restaurar el dominio de Roma sobre casi toda Judea. Este éxito le franqueó el camino del trono imperial a la muerte de Nerón en el año 68.






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En el año 70 d.C., las legiones romanas comandadas por Tito, el hijo del emperador Vespasiano, tomaron Jerusalén a sangre y fuego. Tras masacrar a sus habitantes y saquear y arrasar el templo de Salomón, Tito y sus lugartenientes creyeron haber aplastado definitivamente la gran rebelión judía contra su dominio, iniciada cuatro años antes. Quedaban tan sólo algunos reductos rebeldes, particularmente en tres fortalezas que se alzaban a orillas del mar Muerto. Dos de ellas, Maqueronte y Herodion, no tardaron en caer. Pero la tercera presentaría una encarnizada resistencia y obligaría a los romanos a organizar una de las mayores y más arduas operaciones de asedio de la historia de Roma.

Masada se encuentra sobre un promontorio rocoso que se alza 400 metros sobre el nivel del mar Muerto. El lugar había sido utilizado como fortaleza desde el siglo II a.C., pero fue Herodes el Grande, rey de Judea entre los años 37 y 4 a.C. y aliado de los romanos, quien la habilitó como una ciudadela regia, construyendo una muralla, una torre de defensa, almacenes, cisternas, cuarteles, arsenales y residencias para los miembros de la familia real. Desde el año 6 d.C. había estacionada allí una guarnición romana.


Al estallar la rebelión judía en 66 d.C., un grupo de rebeldes se apoderó de la plaza fuerte y eliminó a la guarnición romana. Dirigidos por un tal Menahem, y tras su muerte por su sobrino Eleazar ben Yair, pertenecían a un grupo de judíos radicales, los sicarios, denominados así por el puñal o sica que solían emplear. Los sicarios formaban parte a su vez de los zelotas, un movimiento que propugnaba el uso de la violencia para liberarse del yugo romano y acelerar la venida del Mesías.



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A ojos de los romanos, en cambio, los sicarios eran meros criminales que utilizaron la revuelta contra Roma como pretexto para sus abusos, según recogía Flavio Josefo, el principal cronista de la guerra. De hecho, pese a tomar Masada al principio de la guerra, los hombres de Eleazar ben Yair no combatieron contra los romanos, sino que se dedicaron a asolar la región del mar Muerto desde su base en Masada, protagonizando "hazañas" como el saqueo de la vecina población judía de Eingedi, donde mataron a setecientas personas.


La vida en una fortaleza

Durante los años de guerra contra Roma, los sicarios de Masada modificaron las construcciones de la fortaleza adaptándolas a sus necesidades y prácticas religiosas. Construyeron talleres o pequeñas viviendas separadas por tabiques, donde los arqueólogos han hallado utensilios de uso cotidiano como recipientes de piedra para la comida, ideales para evitar cualquier impureza ritual descrita en la ley judía. También se construyeron baños para abluciones rituales (en hebreo, mikvaot) y una panadería. En el vestuario de la casa de baños de Herodes se añadieron bancos y se instaló una bañera en una esquina.


La Ley de Moisés autorizaba a los sicarios a quitar la vida a cualquier enemigo de Israel

Los rebeldes también adaptaron a sus necesidades la sinagoga, construyendo otro banco corrido, algo que sugiere la necesidad de dar cabida a muchas más personas de las que habían acogido estas construcciones en origen, cuando sirvieron únicamente para el rey, su familia y algunos cortesanos. En las excavaciones de la sinagoga se descubrieron fragmentos de cerámica (ostraca) con la inscripción "diezmo de los sacerdotes", lo que significa que se preocuparon de pagar el impuesto debido al templo de Jerusalén, así como una geniza, un hoyo excavado en la tierra para albergar los textos sagrados que, por su estado de deterioro, ya no fuesen aptos para el culto.




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Todo ello indica que los sicarios eran fervientes cumplidores de la Ley de Moisés, aunque en una versión radical que, a su modo de ver, les autorizaba a quitar la vida tanto a cualquier enemigo de Israel como a los compatriotas que no cumplieran sus exigencias de fidelidad a la Ley.

A lo largo de la guerra,
Masada fue acogiendo a una multitud de judíos que huían de la destrucción que ya se extendía por todo el país. Además de los sicarios, las excavaciones han sacado a la luz restos que demuestran que en la cumbre de Masada se refugiaron samaritanos (una comunidad de ascendencia judía tachada de impura por los judíos) así como esenios, secta ascética judía que poseía una comunidad en Qumrán, no lejos de Masada. La vida interna de los esenios en Qumrán se organizó en diez zonas, cada una de ellas al mando de un jefe. El descubrimiento de unos ostraca que consignan el reparto del pan en diez secciones nos ha permitido conocer el nombre de otros líderes rebeldes aparte de Eleazar ben Yair, como Yehohanán, Simón, Yerahemeyah, Bar Levi, Talmai, Peliah o Dositeo.


Comienza el asedio

A comienzos del año 73 d.C., Flavio Silva, comandante de la Legio X Fretensis, se dispuso a enfrentarse con los rebeldes de Masada. Habían pasado ya tres años desde la caída de Jerusalén, tardanza tanto más sorprendente cuanto que si los romanos se pusieron en marcha fue más por consideraciones económicas que militares, pues los rebeldes de Masada ponían en peligro el negocio de las plantaciones de bálsamo de la vecina Eingedi, enormemente lucrativo –según Plinio el Viejo, el comercio de perfumes de Judea produjo la enorme suma de 800.000 sestercios durante los cinco años de guerra–, y a los romanos no les convenía perder esta importante fuente de ingresos.



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Animados por un espíritu indómito, los sicarios estaban dispuestos a defenderse hasta el final

El cerco de Masada planteaba numerosas dificultades. Los romanos debían traer el agua desde Eingedi, a varios kilómetros de distancia, y los víveres desde Jericó o Jerusalén, pues en la depresión del mar Muerto, a 400 metros por debajo del nivel del mar, las temperaturas de hasta 50 ºC en verano y las heladas en invierno impedían practicar la agricultura. En cambio, en la cima de Masada el clima era más benigno y los asediados contaban con depósitos de agua, provisiones y armas. Animados por un espíritu indómito, los sicarios estaban dispuestos a defenderse hasta el final.


El general romano lo sabía y por ello organizó un gran operativo de asedio, decidido a evitar que prendiese de nuevo la llama de la rebelión. Silva hizo construir una muralla que rodeaba todo el promontorio, con torres de vigilancia a intervalos, y desplegó un total de ocho campamentos que debían servir no sólo como cuartel, sino también para evitar fugas de los sitiados y defenderse frente a incursiones exteriores.

A continuación mandó construir una rampa por el lado oeste, el de menor desnivel, de apenas cien metros.
En las obras, que duraron siete meses, se empleó a judíos apresados durante la guerra. Una vez terminada la rampa, se construyó en su cima una plataforma sobre la que se instaló una torre de asalto.

Inmolación colectiva

Iniciado el ataque, los romanos lograron derribar un tramo de la muralla mediante los golpes de su ariete, pero los defensores lograron cerrar la brecha con maderas y piedras. Flavio Josefo cuenta que entonces se produjo un incendio seguido de un cambio de dirección del viento que, por un instante, amenazó la integridad de la torre romana. Aquel día no cayó Masada, pero tanto romanos como judíos sabían que era cuestión de tiempo.

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Cuando los romanos entraron en Masada se encontraron con una montaña de más de 950 cadáveres
Según el mismo autor, por la noche Eleazar ben Yair pronunció un discurso con el que persuadió a los defensores de Masada de que lo mejor era quitarse la vida para ahorrarse el oprobio de verse humillados por los romanos. Puestos todos de acuerdo, quemaron sus posesiones y víveres, aunque respetando una parte para dejar claro que no morían por falta de abastecimiento. Luego, puesto que la ley judía prohíbe el suicidio, cada hombre se encargó de dar muerte a su esposa e hijos. A continuación, sortearon diez hombres que dieron muerte al resto y, por último, uno de ellos mató a los otros nueve antes de, éste sí, suicidarse. Cuando al día siguiente los romanos entraron en Masada se encontraron con una montaña de más de 950 cadáveres y sólo siete supervivientes: dos ancianas y cinco niños que se habían escondido y que contaron lo que había ocurrido en la cumbre de Masada durante el asedio.

Sin embargo, en los últimos años las investigaciones arqueológicas han cuestionado la exactitud del relato de Flavio Josefo. Por una parte, 
la arqueología no ha conseguido confirmar que en Masada tuviera lugar un suicidio colectivo.Por otra, pese a algunos restos de combates localizados junto a la rampa, hay quien afirma que ésta nunca se terminó y, por tanto, nunca estuvo operativa, lo que desmentiría la escena del combate en torno a la torre y el ariete el día anterior a la caída de Masada.

Como quiera que fuese, Masada
acabó en manos romanas y el recuerdo de los sicarios de Eleazar ben Yair se diluyó en las páginas de los libros de historia. Para conmemorar la victoria, Roma acuñó una moneda con la leyenda Iudaea capta, con la imagen de un general en postura desafiante, una palmera (símbolo del país) y una mujer sentada y llorando. El recuerdo de Masada se perdió durante casi mil novecientos años, hasta que su "redescubrimiento" a mediados del siglo XX la convirtió en símbolo de la tenacidad judía por conservar la independencia y la libertad.
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UN CRIT DE VIDA EN PLENA GUERRA


PREGANT AMB PIERRE TEILHARD DE CHARDIN
Durant la temporada de Pasqua podem pregar a partir d’algunes oracions de Pierre Teilhard, aquell jesuïta científic que tant va estimar l’univers, la natura i Nostre Senyor.
Jo t’estimo, Jesús, per la Multitud que es recolza en Tu i que percep, amb tots els altres sers, el murmuri, l’oració i el plor, quan s’estreny en Tu.” (Le Milieu mystique. Escrit en el front de guerra el 1916.)
Van arribant ferits i morts a l’hospital de campanya, homes joves, vida trencada, desfeta, i ell, portalliteres en actiu, no para, escolta els gemecs, els crits, sent en el seu cor el dolor immens de la guerra entre les grans potències europees que desfà els plans i anhels de la joventut. Mirant més enllà del que veu, pensa en la gran multitud d'éssers arreu del món que pateixen i clamen... mira interiorment Jesús i l’estima. Ell també va viure, va plorar i va pregar durant la seva vida mortal i per tant sap de què va. El nostre Déu no s’ha quedat a dalt mirant i comentant, sinó que ha vingut i continua venint perquè estreny amb amor els resultats humans, animals, vegetals i còsmics d’un mal tan enquistat que no fa sinó provocar patiment i destrucció.
Quan ens recolzem en Jesús i ens estrenyem a Ell els ulls se’ns obren al patiment universal, i Ell ens mou a esdevenir les seves mans, el seu cos, la seva acció, el seu cor. Mai és una cura exclusivament personal, tancada en un mateix, sinó expansiva. Treure del pou a qui s’ofega, visitar els presos, lluitar per la llibertat i la justícia, viure pels canvis positius i de millora... escoltar, acompanyar, intentar sanar, transformar.
La darrera paraula no és de mort sinó de vida. Units a Ell en el treball, units a Ell en la dificultat, tenim la promesa d’una unió definitiva en el goig, la plenitud i sobretot l’amor. “T’estimo, Jesús, per la Multitud que es recolza en Tu.”