Francisco Villalonga
Consultor
empresarial
Política | 19-03-2015
El staus quo actual de los países modernos se
caracteriza por el protagonismo de la economía sobre las demás materias, con
gobiernos cuyo margen de maniobra se ha estrechado enormemente y no parece que
tenga visos de cambiar en el futuro más próximo. La política económica de un
gobierno tradicionalmente considerado de derechas difiere hoy muy poco, o nada,
de la que puede desarrollar otro de izquierdas. Los casos de Grecia e Italia,
donde los partidos tradicionales han pasado a la historia, son paradigmáticos.
Como vemos, parece que nos encaminamos hacia una política global
impuesta fundamentalmente por las leyes no escritas que dicta el mercado. O lo
que es lo mismo, la oferta y la demanda, en la que la contención del déficit
público, la inflación y el crecimiento económico se corregirán también mediante
medidas globales impuestas por organismos supranacionales. No resulta
extraño, por tanto, que los dirigentes políticos sean generalmente tecnócratas
más o menos preparados, pero que generalmente desconocen o hacen caso omiso de
las opiniones de sus votantes. Es la llamada política real, en contraposición a
la preconizada en programas y promesas electoralistas que no pasan de ahí.
Los tiempos en que la carrera política era la
culminación a una brillante trayectoria profesional o el reconocimiento social
a los méritos contraídos por cualquier ciudadano, parece que ha pasado a mejor
vida, al menos en Europa. Tal vez la evolución experimentada por los medios de
comunicación haya influido bastante en ello. En el siglo XIX los electores
jamás elegían a un político por su aspecto o por su simpatía. Cualquier
candidato sabía que sus votantes se guiarían por sus ideas, por su capacidad de
interpretar los deseos de la sociedad o por su prestigio, pero no por su
imagen, desconocida por la mayoría de votantes debido a las limitaciones
tecnológicas de entonces.
Los partidos políticos actuales ya no dan cabida a
unas amplias bases de afiliados para que discutan la conveniencia de una
determinada política en función de la ideología representada. Tampoco propician
la legítima participación de los mismos en sus áreas de gobierno, pues son
controlados generalmente por reducidos “aparatos” compuestos por profesionales
de la política que paradójicamente impiden todo asomo de democracia entre los
militantes, incluso en Podemos. Los congresos, como máxima expresión de democracia
interna de los partidos, suelen ser meros juegos florales para unos pocos que
abortan previa y férreamente cualquier asomo de discrepancia a través de unos
comités internos (disciplinario, electoral, económico...) conducidos manu
militari por gentes afines. En ellos, las decisiones más trascendentales se
toman por supuesto por amplia mayoría, cuando no por unanimidad de los
compromisarios. Éstos, igual que los candidatos, generalmente son designados
con base en las adhesiones a sus líderes y a la llamada disciplina de partido,
en lugar de atender a la capacidad y los méritos o a la labor desarrollada
anteriormente. De esta forma no resulta descabellado asegurar que los que toman
realmente las decisiones importantes en el seno de los partidos tradicionales
caben a lo sumo en un autobús.
Casi siempre las cosas suelen ser más simples de lo
que a primera vista aparentan, y mucho más en política. Resulta cada vez más
difícil engañar a la mayor parte de la sociedad, y cuando alguien consigue
hacerlo, el precio que tiene que pagar por ello es extremadamente alto.
Recuérdese a este respecto que la UCD ganó sus últimas elecciones merced al
voto del miedo, pero perdió las siguientes por tan amplio margen que incluso
supuso su posterior desaparición. O por poner ejemplos menos lejanos: la
reiteración de mensajes subliminales encarnados en dobermans y el reparto
gratuito de certificados de progresía y democracia no pudieron impedir el
triunfo de un partido que se limitó a conectar con la realidad ciudadana para
ofrecerle lo que ésta venía demandando. Lo que ya no se perdona, sin embargo,
es el incumplimiento de las promesas electorales.
Quienes todavía piensan que los postulados ideológicos
están por encima de cualquier otra consideración y que quienes los defienden
están por tanto en posesión de la verdad más absoluta creo sinceramente que se
equivocan. La dicotomía izquierda/derecha no sirve para ganar elecciones si se
da la espalda a la ciudadanía. Tomen nota nuestros partidos.
"Todo parece
fatalidad ciega. Sucesivas desgracias caen sobre nosotros con tanta sorpresa
como brutalidad. La traición nos acecha detrás de las sombras, y ¿quién iba a pensar?, en la propia casa. A voces se
experimenta la fatiga de la vida y hasta ganas de morir. ¿Qué se consigue con
resistir los imposibles? En esos momentos nos corresponde actuar como María:
cerrar la boca y quedar en paz. Nosotros no sabemos nada. El Padre sabe todo.
Si podemos hacer algo para mudar la cadena de los sucesos hagámoslo. Pero ¿para
qué luchar contra las realidades que nosotros no podemos cambiar?
" Padre Ignacio Larrañaga.
"El sentido de la vida"
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