"Acompañante del dolor del mundo"
Simón de Cirene
"Simón es joven y viejo, mujer y varón, sabio e
ignorante, del norte y del sur, famoso y desconocido"
Agustín
Cabré, 24 de marzo de 2016
Desde entonces, Simón no tiene patria, ni religión, ni
condición social, política o cultural
(Agustín Cabré).- El hombre venía desde su cuna
arrastrando una vida laboriosa. Labraba la tierra. Primero la acariciaba
preparándola para la siembra. Después tiraba en los surcos la semilla que se
iba a convertir en pan. Y esperaba. Cada luna nueva salía a contemplar el
milagro de la vida: nacían los brotes así como le nacían los hijos. El los
trataba con igual ternura. Todo era sangre de su sangre. Abrazaba a su mujer
como hubiera querido abrazar el mundo entero, todo el espacio planetario, con
sus montes altos y sus valles verdes. Para él todo era divino.
Pero la tarde en que regresaba, contento de su oficio
de labrador, se vio obligado a ayudar a un condenado a muerte: los
soldados lo empujaron, lo marcaron y le pusieron sobre sus espaldas anchas la
cruz que el hombre que iba a morir ya no podía sostener.
Simón de
Cirene se
convirtió así en acompañante del dolor del mundo.
El hombre que iba a ser crucificado le agradeció desde
el fondo de su alma humillada y de su cuerpo roturado ese gesto solidario: al comienzo fue de contratiempo
para el labriego, y en el camino al Calvario, descubrió que ayudar a un hombre
era más importante que roturar la tierra.
Porque el crecimiento de los trigos los da Dios por medio
de los soles y las lluvias. Pero la ayuda a un martirizado la da el hombre. En
eso se juega el honor de ser persona.
Desde entonces, Simón no conoció jamás el descanso. El
hombre de la cruz le dio, en agradecimiento, el don de tener siempre un corazón
solidario.
Desde entonces, anda por todos los caminos de la
tierra, lanzando semillas de esperanza. No hay dolor en el mundo que no tenga
la solidaridad de un Cireneo.
Los que entran a la mar en busca de Lampedusa, los que
tratan de esquivar los muros fronterizos, los que deben abandonar su tierra, su
cielo y su cultura, los que son rechazados por el sistema que cobija dictaduras
y ampara a los depredadores de gentes y paisajes, los que son mirados con
sospecha o con burla porque pertenecen a minorías religiosas, sexuales,
culturales...pueden encontrar un Cireneo
Desde entonces, Simón no tiene patria, ni religión, ni
condición social, política o cultural. Tampoco tiene edad ni nombre propio: una vez se
llamó Antonio Montesinos, otras veces Teresa de Calcuta. En ocasiones ha sido
estrella de cine y en otras aparece como médico de pueblos pobres. Se ha
contagiado con el ébola en Africa y siempre resucita convertido en vecino
solidario, en mujer que recoge como suyos los hijos de la calle. Vive en todas
las fronteras donde los comensales de la gran mesa de los opulentos dejan
arrinconados a los que tienen hambre. Visita a los encarcelados y acompaña los
funerales de los que mueren solos.
Todos los que
tienen ojos para ver y oídos para escuchar pueden dar testimonio de este
labriego convertido en hermano. En
nuestros países latinoamericanos y del Caribe se le ha visto recorrer las
calles, entrar en los tugurios, abrazar a los enfermos, defender a los que la
injusticia institucionalizada de nuestras democracias formales persigue y
condena.
Simón es joven y
viejo, es mujer y varón, es sabio e ignorante, es del norte y del sur, es
famoso y desconocido.
Y como no piensa
en sus intereses sino en la vida de los demás, hasta se le puede haber olvidado
que ese don de la solidaridad se lo debe a un hombre que una vez encontró en su
camino: fue cuando volvía del campo y unos soldados lo cargaron con la cruz del
condenado a muerte.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada