COL·LECTIU DE PREVERES DE PART FORANA ...
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CURS 2015-2016
Col·lectiu “Capellans de Part Forana”
Monti-sion de Porreres
22
d’octubre de de 2015
Amics del col·lectiu:
Ja hem començat el curs
2015/2016. La primera reunió la celebràrem el passat dia 24 de setembre a
Monti-sion. I la pròxima està prevista per a la setmana que ve, el dijous dia
29 d’octubre, de les 10h fins després del dinar també a Monti-sion.
Vos oferim en primer lloc un
breu resum de la reunió passada. I a continuació vos presentam unes propostes
per a la pròxima reunió.
Atentament, Sebastià Salom
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Resum de
la reunió del passat 24 de setembre.
- Començàrem amb un intercanvi d’idees sobre la reunió del bisbe amb els
capellans dels arxiprestats.
- Després iniciàrem el diàleg sobre els possibles temes que podríem tractar
durant el present curs a les reunions del nostre col·lectiu. I sorgiren
bàsicament dues propostes, que possiblement es podrien conjuntar:
1-
La primera proposta era la de fer una reflexió personal i col·lectiva per a
descobrir quin és el nucli de la nostra fe i del nostre treball pastoral. Per
exemple, demanar-nos en quin Déu creim, o quin Déu predicam. Perquè aquesta és
la base o el fonament d’on surten després les nostres inquietuds i les nostres
ocupacions i preocupacions.
2-
Una altra proposta va ser la de cercar i oferir la dimensió profètica de
l’Evangeli a davant fets concrets o notícies de la nostra societat: per
exemple, si aquest estiu ha estat un gran any per a l’hoteleria a Mallorca, amb
una ocupació del 92%, demanar-nos i demanar als beneficiats si aquests
beneficis només beneficien l’empresa o si també repercuteixen en una millora
dels salaris dels treballadors i del compliment dels pagaments a la Seguretat Social.
Només és un exemple. I així podríem anar analitzant altres situacions i
denunciar-les, si fos el cas.
3-
Una tercerca proposta era la de conjuntar els dos punts anteriors, com una
derivació o una conseqüència del primer respecte al segon.
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Proposta
d’ordre del dia per a la pròxima reunió de dia 22 d’octubre:
1.- A la primera part, hem convidat en Pere
Fullana, autor del llibre “El bisbe arquitecte”, que els assistents haurem fet
el deure d’haver-lo llegit íntegrament, o almanco d’haver-lo fullejat i
espigolat en els capítols que més ens hauran interessat, a fi que puguem fer
preguntes a l’autor i ens expliqui els detalls que vulgui sobre la seva
elaboració.
2.- A la segona part, després del cafetet, n’Eugeni
Rodríguez introduirà breument el tema, que podríem titular “”El trípode constitutiu de la persona humana”
per anar situant el lloc que la fe i l’espiritualitat ocupen dins el conjunt de
les nostres vides.
3.- I haurem pensat i oferirem alguns fets
concrets de la societat actual, que ens duguin a fer alguna acció concreta
d’anunci de la Bona Nova i
de denúncia profètica de comportaments antievangèlics.
4.- I com sempre, abans d’anar a dinar, deixarem
un temps per a les informacions diverses que hi pugui haver
Atentament,
Sebastià Salom
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Avatares de la creencia en Dios
Es posible que en el secreto recinto personal se escuche la atormentada voz
de Pascal con su inolvidable ‘incomprensible que exista Dios e incomprensible
que no exista’: la dialéctica entre el sí y el no, compañera asidua de la
condición humana
A la memoria de mi hermana
Dolores (1942-2015)
En plena
Ilustración europea se prohibían en España los libros que intentasen demostrar
la existencia de Dios; se los consideraba peligrosos. Y es que Dios era
tan evidente que no necesitaba demostración alguna. Se cuenta que durante el
reinado de Felipe IV (1621-1665) se pensó, para remediar la pobreza de nuestras
tierras, en canalizar los ríos Manzanares y Tajo; pero una ilustre comisión de
teólogos se declaró en contra con la siguiente sutil argumentación: si
Dios hubiese querido que ambos ríos fuesen navegables le habría bastado con
pronunciar un sencillo “hágase”. Si no lo hizo, sus razones tendría. Y no está
permitido enmendarle la plana.
Salta a la
vista que por aquellas fechas Dios era algo inmediato, asequible, presente,
familiar. Era un dato más de la realidad, o incluso el gran dato. Europa y, por
supuesto, España convivían sin mayores traumas con la fe en Dios, una fe
heredada de las buenas gentes del pasado.
También parece
obvio que en la actualidad Dios no encuentra fácil acomodo, al menos en la
geografía occidental. Hace más de un siglo que Nietzsche, con su habitual
desparpajo, lo envió a engrosar la lista del paro; lo declaró viejo y cansado,
incapaz de asumir las tareas que los nuevos tiempos demandan. Y un gran
conocedor e intérprete de Nietzsche, M. Heidegger, no tuvo reparo en afirmar
que “en el ámbito del pensamiento es mejor no hablar de Dios”. Se tiene la
impresión de que la recomendación del filósofo de la Selva Negra goza de
notable aceptación. En España, constataba con ironía Antonio Machado, “se puede
hablar de la esencia del queso manchego, pero nunca de Dios…”.
Se ha hecho un
gran silencio sobre Dios; su muerte ha sido repetidamente anunciada. Lo hizo,
pero sin triunfalismo ni euforia, Nietzsche. De hecho percibió como pocos que,
sin Dios, sonaba la hora del desierto, del vacío total, del nihilismo completo.
Acudió a tres certeras metáforas para ilustrar las consecuencias de la muerte
de Dios: se vacía el “mar”, es decir, ya no podremos saciar nuestra sed de
infinitud y trascendencia; se borra el “horizonte” o, lo que es igual, nos
quedamos sin referente último para vivir y actuar en la historia, se esfuman
los valores; y, por último, el “sol” se separa de la tierra, es decir, el frío
y la oscuridad lo invaden todo, el mundo deja de ser hogar. ¡Noble forma de
despedir a un difunto! Nietzsche era consciente de que la muerte de Dios
cambiaba el destino del mundo y de la historia y le quiso dedicar un gran
elogio fúnebre. Repetidamente se ha evocado el carácter clarividente, casi
profético, de la figura de este genial escritor y filósofo. ¿Intuiría que un
siglo después de su muerte, en nuestros días, nos íbamos a quedar casi sin mar,
sin horizonte, sin sol? Tal vez fue consciente de la notable dificultad que
entraña convertir en categorías seculares vinculantes los pilares religiosos de
antaño.
No parece posible, ni lo pretende este artículo,
retornar a los lejanos tiempos en los que la presencia de Dios era tan obvia
que se contaba con él a la hora de canalizar los ríos. Occidente ha seguido,
más bien, el itinerario de Feuerbach: “Dios fue mi primer pensamiento, el
segundo la razón, y el tercero y último el hombre”. En el ámbito filosófico, la
teología de ayer se llama hoy antropología. Y tampoco asistimos en la
actualidad a contundentes proclamaciones de ateísmo. El ardor negativo de otros
tiempos ha dado paso al desinterés actual. Muchos ateos de ayer prefieren
llamarse hoy increyentes.
Y es que tal
vez todos, creyentes e increyentes, nos hemos dado cuenta, como Bonhoeffer, de
que “el problema de Dios tiene su origen en Dios”, en su “invisibilidad”, en el
carácter misterioso de su revelación. Bien lo sabía san Agustín: “Si lo
comprendes, no es Dios”. De ahí que el aplomo afirmativo de otras épocas haya
sido reemplazado por un incómodo balanceo entre el sí y el no. El maestro
Eckhart era llamado “el hombre del sí y del no”. Se referían al carácter
dialéctico de su pensamiento, también cuando hablaba de Dios. Solo abandonaba
la dialéctica cuando se disponía a preparar una sopilla para los pobres;
no había para él urgencia mayor.
Impresiona
constatar cómo creyentes tan profundos y auténticos como José Gómez Caffarena
se adherían a la “dramática ponderación entre el sí y el no a la fe cristiana”.
En él vencía el sí, pero su fe supo de noches oscuras, de travesías del
desierto. Y no es menor la impresión que causan algunas frases del papa
Francisco: “Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni
le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien”. O esta otra: “Si uno
tiene respuesta a todas las preguntas es prueba de que Dios no está con él”. Y
añade: “Un cristiano que lo tiene todo claro y seguro no va a encontrar nada”.
Desde luego no estamos ante un lenguaje muy pontificio, pero sí
hondamente humano, altamente teológico, y sensible a nuestro convulso siglo
XXI.
No puede, pues, extrañar que dos grandes maestros
de la teología cristiana, Karl Rahner y Karl Barth, se mostrasen abiertos a una
teología más propensa a la pregunta que a la respuesta. Preguntado en una
ocasión el primero si de veras se consideraba creyente cristiano, respondió con
aire taciturno: “Sí, pero no a tiempo completo”. Obviamente no quería decir
que, por ejemplo, era creyente en las horas centrales del día e increyente al
atardecer. Sencillamente aludía al carácter débil, precario, de su fe; estaba
traduciendo al lenguaje de nuestro tiempo el evangélico “creo, Señor, pero ven en
ayuda de mi incredulidad”. Rahner, calificado por H. Fries como “el mayor
testigo de la fe del siglo XX”, solo se consideraba, pues, creyente a
intervalos. Es más: dejó escrito que lo de ser cristiano no es un “estado”,
sino una meta, un ideal. Propiamente no es correcto decir “soy cristiano”, sino
“aspiro a ser cristiano”. En parecidos términos se expresaba el otro gran
maestro, en este caso de la teología protestante, Karl Barth, al rechazar la
distinción entre creyentes e increyentes. Aducía que él conocía a un increyente
llamado Karl Barth. En realidad, la tradición cristiana siempre supo que somos
ambas cosas a la vez, creyentes e increyentes. Nuestro Unamuno lo expresó
lapidariamente: “Fe que no duda es fe muerta”.
Por último: los
avatares de la creencia en Dios son asunto de la “interioridad apasionada”
(Kierkegaard) de cada creyente. Pero es posible que en ese secreto recinto
personal se escuche la atormentada voz de Pascal con su inolvidable
“incomprensible que exista Dios e incomprensible que no exista”. Es, de nuevo,
la dialéctica entre el sí y el no, compañera asidua de la condición humana y de
la creencia religiosa.
Manuel Fraijó, catedrático emérito de la
Facultad de Filosofía de la UNED.
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