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dimarts, 8 de setembre del 2015

QUÉ ES DIOS....



LA   MUÑECA
Un año antes de su muerte, Franz Kafka vivió una experiencia insólita. Paseando por el parque Steglitz, en Berlín, encontró a una niña llorando desconsolada: había perdido su muñeca.

Kafka se ofreció a ayudar a buscar la muñeca y se dispuso a reunirse con ella al día siguiente en el mismo lugar.

Incapaz de encontrar a la muñeca compuso una carta “escrita” por la muñeca y se la leyó cuando se reencontraron:

- “Por favor no llores, he salido de viaje para ver el mundo. Te voy a escribir sobre mis aventuras ...“- Este fue el comienzo de muchas cartas.
Cuando él y la niña se reunían, él le leía estas cartas cuidadosamente compuestas de aventuras imaginarias sobre la querida muñeca. La niña fue consolada. Cuando las reuniones llegaron a su fin, Kafka le regaló una muñeca. Ella obviamente la veía diferente de la muñeca original . Una carta adjunta explicó:

-"mis viajes me han cambiado … “ –

Muchos años más tarde, la chica ahora crecida, encontró una carta metida en una grieta desapercibida dentro de la muñeca. En resumen, decía: -" Cada cosa que amas es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente“- .








QUÉ ES DIOS PARA MÍ
BRUNO ÁLVAREZ, MENDOZA (ARGENTINA).
ECLESALIA, 09/09/14.- A menudo, suelo preguntarme qué quieren decir las personas cuando utilizan la palabra “Dios”. Hablan de Él como si fuera una realidad evidente, algo que constatamos como si de un objeto se tratara, proyectando muchas veces sobre la divinidad una imagen pueril, y aprisionándola en todo tipo doctrinas que pretenden indicarnos en qué consiste el Ser de Dios.
La existencia de lo divino ha acontecido entre los hombres desde los albores de la humanidad. Aquellos primeros seres humanos que habitaron este planeta experimentaban una profunda admiración ante la realidad en la que se encontraban inmersos. Intuían el Misterio de la existencia y lo expresaban de diversas maneras. A pesar de  los miles de años que han trascurridos desde aquél entonces, los hombres modernos no hemos perdido la capacidad de admiración que apreciaban  los antiguos. La ciencia va revelando los enigmas de la existencia del mundo, en la medida que avanza en su investigación con métodos cada vez más rigurosos que nos permiten conocer el funcionamiento autónomo de nuestro universo, pero no puede desvelar el Misterio Inefable que habita detrás de lo incognoscible por el hombre y que habita en el fondo de nuestro ser . De ese Misterio pretendo hablar hoy, del cual  no sé nada, pero que experimento en mi vida diaria y al interpelarme sobre el sentido último de la existencia.
De esta realidad que llamamos Dios se han dicho muchas cosas: algunas personas lo ven como un Ser celestial que habita en el cielo, allá “arriba”; otros como un Dios que nos crea para servirle y brindarle adoración; hay quienes lo ven como un Ser Justiciero que recompensa a los buenos y castiga a los malos; están aquellos que piensan que interviene de vez en cuando en la historia con milagros y prodigios, reservado sólo para algunos privilegiados y elegidos; y hay quienes, como en el caso de Jesús de Nazaret,  lo percibe como el mejor compañero del hombre, que comparte nuestra existencia y acomete entre los hombres que desean hacer su voluntad y dejarse humanizar por Él. Yo por mi parte, soy  un poco más cauto para hablar de Dios: no sé qué es y no pretendo comprenderle. “Si comprendes, no es Dios” decía  San Agustín. Y me tomo en serio aquella frase de Wittgenstein que reza: “De todo lo que no se puede hablar, hay que callar”.
Es por ello, que pretendo interpretar a Dios siempre como Misterio, pero a su vez como una experiencia que aprendemos a conocer y amar cuando nos abrimos a esa realidad que nos impulsa a ejercer la justicia, la libertad, la compasión; a comprometernos por un mundo más equitativo e igualitario, a romper todas las cadenas que esclavizan al hombre y que soslayan la tarea más acuciante de la religión: la felicidad de los seres humanos en esta vida. Pues del “más allá” no tenemos ninguna certeza que exista, aunque  la mayoría de las veces la predicación religiosa se ocupe de la vida venidera descuidando en gran parte los asuntos mundanos que causan dolor y sufrimiento, inanición, desesperanza y desgana de enfrentar la dureza de la vida.
Decía que de Dios no podemos saber nada. La teología tradicional ha pretendido indicarnos la forma en la que Dios es y actúa. La visión del mundo impuesta por la modernidad cambió nuestro paradigma teológico y nuestra forma de comprender el misterio divino. Hay un hecho innegable: hemos creado a Dios nuestra imagen y semejanza, es decir, le hemos atiborrado de rasgos antropomórficos,  atribuyéndole todo tipo de atrocidades que cometemos  los humanos; basta leer la Biblia Hebrea o el Nuevo Testamento para comprender de qué hablo. El Dios judío Yavhé comporta valores morales inferiores a una persona considerada decente, instando a la matanza de niños inocentes, aprobando la guerra, ordenando el exterminio en masa, estableciendo directrices difíciles de cumplir para quienes quieran tener una relación apropiada con Él,  y un largo etc. Esta imagen sanguinaria de Dios del Antiguo Testamento, “uno de los libros más llenos de sangre de la literatura mundial” en palabras de NorbertLohfink, uno de los exégetas más reconocidos del siglo XX, sigue imperando en la mente de muchos creyentes. Soy ateo de ese Dios. Pero el Nuevo Testamento no se queda atrás: se vislumbra a Dios como un Ser que sacrificó deliberadamente a su Hijo en la cruz para redimirnos de nuestros pecados y así poder perdonar las ofensas que habíamos cometido contra él. También soy ateo de ese Dios, claro está.
En los últimos años, y mediante la lectura de místicos y místicas de diversas corrientes religiosas, he descubierto con gozo una nueva forma de hablar de la divinidad: el apofatismo. Lo que quiere decir este término es que Dios es inefable, indecible. También se lo ha denominado teología negativa, esto es, que de Dios es más acertado decir lo que no es que lo que es. De Dios no podemos saber ni decir nada, pues escapa de nuestra limitada compresión de aquél Misterio que nos trasciende y nos habita. La única forma de  hablar de Dios es mediante los símbolos y las metáforas. El lenguaje literal sobre Dios no puede existir, pues no podemos captar lo infinito con nuestro ser finito. Ya Santo Tomás de Aquino decía que de Dios sólo podemos hablar por analogías.
Dicho todo esto, ¿qué es Dios para mí? Antes que nada Misterio; al cual accedemos mediante la experiencia contemplativa, creándonos una  reverencia y admiración irresistible aun en aquellos momentos en los que dudamos de su existencia.  Habrá que “pensar” menos a Dios y “sentirlo” más, convirtiéndose de este modo en criterio existencial para confrontar una vida lacerante que en ocasiones se nos presenta como un sinsentido.
Sin embargo, en aquellos momentos en los que pretendo desvelar la naturaleza insondable de Dios y encontrar un referente por cual pueda acceder a su misterio, no encuentro una manera más segura que acercarme a la fascinante figura de Jesús.  Cuando pienso en cómo es Dios, cómo actúa en los seres humanos y qué quiere para ellos, me basta con recurrir a la Buena Nueva del Evangelio de Jesús. Es en su lucha por la liberación de toda opresión que asedia al hombre, su amor para con el prójimo necesitado, su compasión ante los que sufren, su lucha por un mundo más fraterno y más justo en donde yo encuentro la inefabilidad divina. Intuyo, gracias al personaje histórico de Jesús, que a Dios lo puedo relacionar con la Justicia, la Libertad, la Compasión, el Amor, el Sentido y la Verdad.  Dios para mí es, a su vez, Presencia Ausente, o Ausencia Presente. Dios se manifiesta en la vida de Jesús y de todos aquellos que se comprometen por un mundo más justo y servicial. No obstante, nos da la impresión que “calla” frente a la cruz de Jesús y de todos los derrotados de la historia humana. Pero la experiencia de la resurrección que compartieron los apóstoles quiere indicarnos que el mal no tiene la última palabra. Detrás del sufrimiento y el dolor que provocan los humanos y los desastres naturales, se encuentra Dios suscitando la Vida. Es en esa Ausencia-Presencia donde trascurre nuestra existencia, entre la congoja de saberse finito y el coraje de existir sustentado por Dios (Paul Tilich). 

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Parla’m   de  Déu   i  l’ametller  florit..

Vaig dir tremolós al sol ponent: Parla'm de Déu!
El sol es colgà sense dir-me res.
I el somni es convertí en realitat.

L'endemà al matí,
quan jo obria la finestra,
el sol ja m'esperava somrient.

Vaig dir a l'ametller: Parla'm de Déu!
i l'ametller florí.

Vaig dir a la font: Parla'm de Déu!
i l'aigua brollà.
Vaig dir a la natura: Parla'm de Déu!
i la natura es va cobrir de bellesa.
Vaig dir al meu fill: Parla'm de Déu!
i l'infant em va dir: Parla-me'n tu.
Vaig dir al meu pare: Parla'm de Déu!
i ell se'm quedà mirant i estimant.
Vaig dir a la meva mare: Parla'm de Déu!
i la mare em va fer un petó.
Vaig dir al pagès: Parla'm de Déu!
i al pagès m'ensenyà a llaurar.
Vaig dir a l'obrer: Parla'm de Déu!
I ell em va dir: treballa i el trobaràs.
Vaig dir al pobre: Parla'm de Déu!
i em donà un tros de pa que es duia a la boca.
Vaig dir a l'enemic: Parla'm de Déu!
i l'enemic em va donar la mà.

Vaig dir a un nen: Parla'm de Déu!
i el nen em somrigué.

Vaig dir a un soldat: Parla'm de Déu!
i el soldat va deixar les armes.

Vaig dir a la gent: Parla'm de Déu!
i la gent m'estimà.

Vaig dir a la mà: Parla'm de Déu!
i la mà esdevingué servei.

Vaig dir al dolor: Parla'm de Déu!
i el dolor es féu agraïment.

Vaig dir-te: Parla'm de Déu!
i tu ja saps prou què em vas dir.
Vaig dir a la Bíblia: Parla'm de Déu!
i la Bíblia s'ofegà de tant parlar-ne.

Vaig dir a Jesús: Parla'm de Déu!
i Jesús resà el Parenostre.

Vaig dir a Déu: Parla'm de Déu!
i Déu em va dir: Et parlaré de tu.
P.  Miquel  Estradé


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LA   MUÑECA



Un año antes de su muerte, Franz Kafka vivió una experiencia insólita. Paseando por el parque Steglitz, en Berlín, encontró a una niña llorando desconsolada: había perdido su muñeca.

Kafka se ofreció a ayudar a buscar la muñeca y se dispuso a reunirse con ella al día siguiente en el mismo lugar.

Incapaz de encontrar a la muñeca compuso una carta “escrita” por la muñeca y se la leyó cuando se reencontraron:

- “Por favor no llores, he salido de viaje para ver el mundo. Te voy a escribir sobre mis aventuras ...“- Este fue el comienzo de muchas cartas.
Cuando él y la niña se reunían, él le leía estas cartas cuidadosamente compuestas de aventuras imaginarias sobre la querida muñeca. La niña fue consolada. Cuando las reuniones llegaron a su fin, Kafka le regaló una muñeca. Ella obviamente la veía diferente de la muñeca original . Una carta adjunta explicó:

-"mis viajes me han cambiado … “ –

Muchos años más tarde, la chica ahora crecida, encontró una carta metida en una grieta desapercibida dentro de la muñeca. En resumen, decía: -" Cada cosa que amas es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente“- .

AGERE AUDE...










Carlos F. Barberá nos ofrece otra reflexión sobre los que debería ser un cristianismo vivo y una Iglesia viva que parte de la base y de la atención a los pobres.
Calificándola de religión burguesa, Metz ha definido el modelo de cristianismo salido de la cultura del Renacimiento y la Ilustración. Una religión de servicios, legitimadora del sistema y en el fondo acorde con la idea del progreso y del triunfo. Impregnada en todo caso de un clima de individualismo,
Rememorando la religión que viví en mi adolescencia, he querido encontrar rasgos que verificasen esa definición. Era sin duda una religión de servicios, destinados a la custodia –en el doble sentido de guarda y de vigilancia– de los cristianos, aceptadores sin crítica del sistema. Una Iglesia del lado y a honor y gloria de los triunfadores. El éxito del Opus Dei era el símbolo más claro de ese paradigma. Que Franco entrase en las iglesias bajo palio no debe producir extrañeza. El era por antonomasia el prototipo del triunfador. Si hoy en una misa oficial la homilía comienza por el saludo a las autoridades presentes, ello responde a la misma lógica. En esa religión, como en la sociedad misma, los últimos no son los primeros.

En ese modelo las autoridades religiosas revestían la mayor importancia. Ellas guardaban al rebaño y con su figura, con sus títulos, con sus gestos mostraban lo que eran verdaderamente, autoridades. Aunque tuviese lugar   después del Concilio, el papado  de Juan Pablo II respondió igualmente a ese modelo. El mismo era una fuerza vital, un triunfador, incluso quiso serlo de la enfermedad y de la muerte.

No es necesario añadir que quienes suspiraban por un cambio eclesial esperaban que viniera desde arriba. Un papa nuevo, nuevos obispos. Como ni uno ni otros eran nunca nuevos, ser católico entrañaba siempre una dosis de frustración y hasta de vergüenza, ajena y de rebote propia.

Llegó el Vaticano II y explicó que la mejor definición de la Iglesia era la que la calificaba como pueblo de Dios. Pocas fueron sin embargo las consecuencias de esa visión transformadora. Las buenas ideas hay que instrumentarlas pero los encargados de hacerlo no se pusieron a una tarea a la que eran manifiestamente opuestos.

Por una de esas sorpresas que procura la historia, ha llegado a nosotros el papa Francisco. Recordemos que su primer gesto fue pedir la oración y la bendición de los fieles y su primer gran documento fue para denunciar el sufrimiento de las víctimas del sistema. Ofrecía de este modo unas coordenadas distintas: quería una Iglesia con las manos manchadas, una Iglesia que saliera a la calle, unos creyentes que abrieran caminos. Muchos esperaban nuevos decretos, nuevas leyes eclesiásticas. Ofreció en cambio gestos inéditos, actitudes novedosas, invitaciones a ver de manera diferente.  En mi opinión, el resultado ha sido escaso, bien escaso. Apenas veo que eso haya dado lugar a iniciativas novedosas. Estoy  convencido de que los católicos, contra la advertencia de los ángeles, siguen aun mirando al cielo, esperando que de él les llueva la salvación. Quizá muchos no saben que, cuando Carlos Osoro, antes de su toma de posesión en Madrid, participó en una sesión académica en al Instituto de Pastoral, los asistentes le recibieron puestos en pie con un aplauso cerrado. Parecía que llegaba el salvador. Después se ha podido comprobar que los salvadores escasean.

Con ello llego a lo que quiere ser el meollo de este artículo. Kant utilizó una sentencia de Horacio que con él se hizo famosa: Sapere aude, atrévete a pensar. Del mismo modo creo que para los católicos hay una consigna urgente: Agere aude, atrévete a actuar. De los obispos no va a llegar ninguna Iglesia nueva y parece que tampoco de los nuevos curas, nuevos por la edad y por ninguna otra característica. Es de la base católica de donde ha de llegar la renovación. Metz ha dicho que sólo tiene futuro la Iglesia de base.

Y ¿qué tendría que hacer esa Iglesia? Quiero empezar con una frase de Bloch que trae el mismo teólogo alemán: “los teólogos se empeñan en ser más seculares y críticos que el mismo hombre secular. Pasan entonces de racionales a racionalistas y ya nada tendrán que decirnos”. Se tratará, pues, de una Iglesia religiosa, si es que eso no es una redundancia.

Esa Iglesia de base ha debe ser espiritual, con la espiritualidad del Evangelio. Es decir, ha de aprender a hacer una lectura creyente –realista, religiosa, esperanzada– de los acontecimientos. Esa será sobre todo su oferta al mundo porque, como dijo san Pablo, cada momento es un momentos de salvación. Como se ve, no se trata de dar doctrina –aunque la reflexión teológica sea importante– sino de hacer un anuncio permanente: el reino de Dios está en medio de nosotros.

Esto supuesto, será una Iglesia comunitaria Hace años un obispo francés, monseñor Rouet, decía en una declaraciones: “Mire mi diócesis: hace setenta años, tenía 800 curas. Hoy en día, tiene 200, pero también cuenta con 45 diáconos y 10. 000 personas involucradas en las 320 comunidades locales que comenzamos a crear hace quince años”. La Iglesia de base debería ser la de las comunidades. Aunque antes ha de reflexionar a fondo de lo que entraña esa palabra.

En consecuencia, debería emprender una lucha frontal contra todo lo que no favorece la comunidad, empezando por las misas parroquiales. Pocos son los que siguen la consigna de Unamuno: “¿Tropezáis con uno que miente?, gritarle a la cara: ¡mentira!, y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que roba?, gritarle: ¡ladrón!, y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?, gritarles: ¡estúpidos!, y ¡adelante! ¡Adelante siempre!”. Trasladando la idea a la comunidad eclesial, no deberían cesar las denuncias de la estupidez, de la incoherencia, de la mentira, tanto en el campo político como en el religioso.

Finalmente, tendrá a los pobres como uno de los puntos de referencia de su vida. Los pobres como conjunto, creando y apoyando iniciativas de denuncia y de lucha contra la pobreza y los pobres como individuos, a los que se toma a cargo. Alguna vez dijo Mounier que lo típico del cristiano no es amar a la humanidad sino amar al prójimo. No socorrerlo sino amarlo.

Una Iglesia comunitaria, de denuncia y de amor, necesitará celebrar. Lo hará de forma sencilla, acogedora, comunitaria. Ahí tendrán un espacio propio conceptos tradicionales, revividos y experimentados: dolor, culpa, redención, perdón, reconciliación. Son conceptos no gratos a la sociedad secular pero cuyo recuerdo es necesario. Constituyen el fondo del ser humano y tienen en el cristianismo, en la historia de Jesús, una raíz profunda. La Iglesia no puede cesar de ofrecerlos y vivirlos.

Esperemos, pues,  las iniciativas que pongan en marcha esa nueva Iglesia. Agere aude.