Primera
estación: Jesús es condenado a muerte
Por
tercera vez les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he
encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le
daré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos se le echaban
encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su
griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían:
soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por
revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad
(Lc23,22-25).
Meditación
Te veo,
Jesús, delante del Gobernador, que por tres veces intenta
enfrentarse a la voluntad del pueblo, y al final elige no elegir;
delante de la masa de gente, que es consultada por tres veces y
siempre decide contra ti. La muchedumbre, es decir, todos y ninguno.
El hombre pierde su propia personalidad escondido en la masa; es una
voz entre otras mil voces. Antes de negarte, se niega a sí mismo,
diluyendo la propia personalidad en aquella fluctuante multitud sin
rostro. Y, sin embargo, es responsable. Es el hombre quien te
condena, engañado por los agitadores, por el mal que se propaga con
voz mentirosa y ensordecedora.
Hoy nos
horroriza esa injusticia y nos gustaría distanciarnos de ella. Pero
al hacerlo, nos olvidamos de todas las veces en que también nosotros
hemos decidido salvar a Barrabás en vez de a ti. Cuando nuestro oído
se ensordeció a la llamada del bien, cuando hemos preferido no ver
la injusticia ante nosotros.
En esa
plaza abarrotada, habría sido suficiente que un corazón solo
hubiera dudado, con que una sola voz se hubiera alzado contra las mil
voces del mal. Recordemos esa plaza y ese error cada vez que la vida
nos pone ante una elección. Dejemos que nuestros corazones duden y
hagamos que nuestra voz se alce.
Oración
Te
pido, Señor, que veles por nuestras decisiones:
ilumínalas con tu luz,
cultiva en nosotros la semilla de una duda.
Sólo el mal no duda nunca.
Los árboles que hunden sus raíces en la tierra,
si están regados por el mal, se marchitan,
pero tú has puesto nuestras raíces en el Cielo
y las ramas sobre la tierra para reconocerte y seguirte.
ilumínalas con tu luz,
cultiva en nosotros la semilla de una duda.
Sólo el mal no duda nunca.
Los árboles que hunden sus raíces en la tierra,
si están regados por el mal, se marchitan,
pero tú has puesto nuestras raíces en el Cielo
y las ramas sobre la tierra para reconocerte y seguirte.
Pater
noster…
Segunda
estación: Jesús con la cruz a cuestas
Y
llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere
venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me
siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que
pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,34-35).
Meditación
Te veo,
Jesús, coronado de espinas, mientras tomas tu cruz. La recibes como
siempre has recibido todo y a todos. Te cargan con el madero, pesado,
áspero, pero tú no te rebelas, no rechazas ese instrumento de
tortura injusto e innoble. Lo tomas sobre ti y comienzas a caminar
llevándolo sobre los hombros. Cuántas veces me he rebelado y
enfadado por los trabajos que he recibido, y que he considerado
pesados e injustos. Tú no haces eso. Solo tienes algún año más
que yo; hoy se diría que eres aún joven, pero eres dócil, y tomas
en serio lo que la vida te ofrece, cada ocasión que se te presenta,
como si quisieras llegar hasta el fondo de las cosas y descubrir que
hay siempre algo más que lo que se ve, un significado escondido y
sorprendente. Gracias a ti comprendo que esta es una cruz de
salvación y de liberación, cruz de apoyo en el tropiezo, yugo
ligero, carga que no pesa.
Del
escándalo que representa la muerte del Hijo de Dios, muerte de
pecador, muerte de malhechor, nace la gracia de descubrir en el dolor
la resurrección, en el sufrimiento tu gloria, en la angustia tu
salvación. La misma cruz, símbolo de humillación y dolor para el
hombre, se manifiesta ahora, por la gracia de tu sacrificio, como una
promesa: de cada muerte resurgirá una vida y en cada oscuridad
resplandecerá una luz. Y podemos exclamar: «Ave, oh cruz, única
esperanza».
Oración
Te
ruego, Señor, que con la luz de la cruz, símbolo de nuestra
fe,
aceptemos nuestros sufrimientos e, iluminados por tu amor,
abracemos nuestras cruces, que tu muerte y resurrección vuelven gloriosas.
Danos la gracia de mirar nuestras historias
y descubrir en ellas tu amor por nosotros.
aceptemos nuestros sufrimientos e, iluminados por tu amor,
abracemos nuestras cruces, que tu muerte y resurrección vuelven gloriosas.
Danos la gracia de mirar nuestras historias
y descubrir en ellas tu amor por nosotros.
Pater
noster…
Tercera
estación: Jesús cae por primera vez
Él
soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros
lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado (Is 53,4).
Meditación
Te veo,
Jesús, sufriendo mientras recorres el camino hacia el Calvario,
cargado con nuestros pecados. Y te veo caer, con las manos y las
rodillas en el suelo, lleno de dolores. ¡Con qué humildad has
caído! ¡Cuánta humillación sufres ahora! Tu naturaleza de hombre
verdadero se muestra claramente en este momento de tu vida. La cruz
que llevas es pesada; necesitarías ayuda, pero cuando caes al suelo
nadie te socorre, es más, los hombres se burlan de ti, ríen ante
la imagen de un Dios que cae. Tal vez están decepcionados, quizás
se hicieron una idea equivocada de ti. A veces creemos que tener fe
en ti significa no caer nunca en la vida. Junto a ti caigo yo
también, y conmigo mis ideas, las que tenía sobre ti: ¡Qué
frágiles eran!
Te veo,
Jesús, que aprietas los dientes y, completamente abandonado al amor
del Padre, te levantas y retomas tu camino. Con estos primeros pasos
hacia la cruz, tan vacilantes, me recuerdas, Jesús, a un niño que
da sus primeros pasos en la vida y pierde el equilibrio, y cae y
llora, pero luego continúa. Se confía en las manos de sus padres y
no se detiene; él tiene miedo pero sigue adelante, porque el miedo
deja paso a la confianza.
Con tu
valentía nos enseñas que los fracasos y las caídas nunca deben
parar nuestro camino y que siempre podemos elegir: rendirnos o
levantarnos contigo.
Oración
Te
pido, Señor, que despiertes en nosotros los jóvenes
la valentía de levantarnos después de cada caída
tal y como hiciste tú en el camino del Calvario.
Te pido que sepamos apreciar siempre
el don inmenso y precioso de la vida
y que los fracasos y las caídas
no sean nunca un motivo para despreciarla,
conscientes de que, si nos fiamos de ti, nos levantaremos de nuevo y
encontraremos la fuerza para seguir siempre adelante.
la valentía de levantarnos después de cada caída
tal y como hiciste tú en el camino del Calvario.
Te pido que sepamos apreciar siempre
el don inmenso y precioso de la vida
y que los fracasos y las caídas
no sean nunca un motivo para despreciarla,
conscientes de que, si nos fiamos de ti, nos levantaremos de nuevo y
encontraremos la fuerza para seguir siempre adelante.
Pater
noster
Cuarta
estación: Jesús encuentra a su Madre
Simeón
los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que
muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de
contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—,
para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos
corazones» (Lc 2,34-35).
Meditación
Te veo,
Jesús, cuando encuentras a tu Madre. María está allí, camina por
la calle llena de gente, hay muchas personas a su lado. Lo único que
la distingue de los demás es que ella está allí para acompañar a
su hijo. Una situación que se constata todos los días: las madres
acompañan a sus hijos a la escuela o al médico o los llevan con
ellas al trabajo. Pero María se distingue de las demás madres: está
acompañando a su hijo a morir. Ver morir a un hijo es lo peor que se
puede desear a una persona, la más antinatural; aún más atroz si
el hijo, inocente, está muriendo a manos de la justicia. ¡Qué
escena tan antinatural e injusta ante mis ojos! Mi madre me ha
educado en el sentido de la justicia y a tener confianza en la vida,
pero lo que mis ojos ven hoy no tiene nada de esto, no tiene sentido
y está lleno de sufrimiento.
Te veo,
María, que miras a tu pobre hijo: tiene las marcas de la flagelación
en la espalda y se ve obligado a soportar el peso de la cruz, y
probablemente muy pronto caerá bajo ella por el cansancio. Y tú
sabías que tarde o temprano sucedería, te lo habían profetizado,
pero ahora que ha acaecido todo es diferente; siempre ocurre así, no
estamos preparados para la vida, para su crudeza. María, ahora estás
triste, como lo estaría cualquier mujer en tu lugar, pero no estás
desesperada. Tu mirada no se ha apagado, no está vacía, no caminas
con la cabeza agachada. Eres luminosa también en tu tristeza, porque
tienes esperanza, sabes que el viaje de tu hijo no es solo de ida, y
sabes, lo sientes como solo las madres lo perciben, que pronto lo
volverás a ver.
Oración
Te
pido, Señor, que nos ayudes
a tener siempre presente el ejemplo
de María,
que aceptó la muerte de su hijo
como un gran
misterio de salvación.
Ayúdanos a vivir con la mirada orientada
al bien de los otros
y a morir en la esperanza de la
resurrección,
conscientes de no estar nunca solos,
ni
abandonados por Dios, ni por María,
Madre buena que se preocupa
siempre por sus hijos.
Pater
noster…
a tener siempre presente el ejemplo de María,
que aceptó la muerte de su hijo
como un gran misterio de salvación.
Ayúdanos a vivir con la mirada orientada al bien de los otros
y a morir en la esperanza de la resurrección,
conscientes de no estar nunca solos,
ni abandonados por Dios, ni por María,
Madre buena que se preocupa siempre por sus hijos.
Quinta
estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Mientras
lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía
del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de
Jesús (Lc 23,26).
Meditación
Te veo,
Jesús, aplastado bajo el peso de la cruz. Veo que tú solo no
puedes; precisamente en el momento de más dificultad, te has quedado
solo, ya no están los que se decían amigos tuyos: Judas te ha
traicionado, Pedro te ha renegado, los otros te han abandonado. Pero
de repente sucede un encuentro imprevisto, alguien, un hombre
cualquiera que tal vez te escuchó hablar pero no te siguió, ahora
está aquí, a tu lado, hombro con hombro, para compartir tu yugo. Se
llama Simón y es un extranjero que viene de lejos, de Cirene. Hoy,
para él, es algo inesperado, que se le revela como un encuentro.
Son
infinitos los encuentros y desencuentros que vivimos cada día, sobre
todo para nosotros, los jóvenes, que entramos continuamente en
contacto con realidades nuevas, con nuevas personas. Y en el
encuentro inesperado, en lo accidental, en la sorpresa
desconcertante, es donde se esconde la oportunidad para amar, para
reconocer lo mejor del prójimo, aun cuando nos parezca diferente.
Jesús,
algunas veces nos sentimos como tú, abandonados por los que creíamos
que eran nuestros amigos, bajo un peso que nos aplasta. Pero no
debemos olvidar que hay un Simón de Cirene dispuesto para cargar con
nuestra cruz. No debemos olvidar que no estamos solos, y esta certeza
nos dará la fuerza para hacernos cargo de la cruz del que está a
nuestro lado.
Te veo,
Jesús: ahora parece que sientes un poco de alivio, ahora que ya no
estás solo puedes respirar por un instante. Y veo a Simón: quién
sabe si ha experimentado que tu yugo es ligero, quién sabe si se da
cuenta de lo que significa ese imprevisto en su vida.
Oración
Señor, te pido que cada uno de nosotros
encuentre el valor para ser como el Cireneo,
que toma la cruz y sigue tus pasos.
Que cada uno de nosotros sea tan humilde y fuerte
para cargar con la cruz de los que encontramos.
Que cuando nos sintamos solos
podamos reconocer en nuestro camino un Simón de Cirene
que se detiene y carga con nuestro peso.
Concédenos que sepamos buscar lo mejor de cada persona,
y
de abrirnos a cada encuentro incluso en la diversidad.
Te pido
para que todos nosotros
podamos encontrarnos inesperadamente a tu lado.
podamos encontrarnos inesperadamente a tu lado.
Pater
noster…
Sexta
estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Sin
figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y
evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a
sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y
desestimado(Is 53, 2-3).
Meditación
Te veo,
Jesús, digno de compasión, casi irreconocible, tratado como el
último de los hombres. Caminas con dificultad hacia tu muerte con la
cara ensangrentada y desfigurada, aunque como siempre mansa y
humilde, dirigida hacia lo alto. Una mujer se abre camino entre la
multitud para ver de cerca tu rostro que, quizá tantas veces, había
hablado a su alma y ella había amado. Lo ve sufrir y lo quiere
ayudar. No la dejan pasar, son muchos, demasiados, y armados. Pero a
ella esto no le importa, está determinada a llegar a ti y consigue
tocarte apenas un instante, acariciarte con su velo. Su fuerza es la
de la ternura. Vuestros ojos se cruzan por un instante, el rostro de
uno en el rostro del otro.
Esa
mujer, Verónica, de la que no sabemos nada, de la que no conocemos
la historia, se gana el Paraíso con un simple gesto de caridad. Se
te acerca, observa tu rostro destrozado y lo ama todavía más que
antes. Verónica no se queda en las apariencias, tan importantes hoy
en nuestra sociedad de la imagen, sino que ama incondicionalmente un
rostro feo, descuidado, sin maquillaje e imperfecto. Ese rostro, tu
rostro, Jesús, precisamente en su imperfección muestra la
perfección de tu amor por nosotros.
Oración
Te
pido, Jesús, que me des la fuerza
de acercarme a los demás, a
cada persona,
joven o anciana, pobre o rica, querida o
desconocida,
y de ver en esos rostros tu rostro.
Ayúdame a
socorrer con prontitud
al prójimo, en el que tú habitas,
como
la Verónica corrió hacia ti en el camino del Calvario.
Pater
noster…
Séptima
estación: Jesús cae por segunda vez
Sin
defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su
estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de
mi pueblo lo hirieron […] El Señor quiso triturarlo con el
sufrimiento (Is53, 8.10).
Meditación
Te veo,
Jesús, caer una vez más ante mis ojos. Cayendo otra vez me
demuestras que eres un hombre, un hombre auténtico. Y veo que te
alzas de nuevo, más decidido que antes. No te alzas con soberbia; no
hay orgullo en tu mirada, hay amor. Y al proseguir tu camino,
levantándote después de cada caída, anuncias tu Resurrección,
demuestras estar siempre preparado para volver a cargar sobre tus
hombros ensangrentados el peso de los pecados del hombre.
Al caer
de nuevo, nos has mandado un claro mensaje de humildad, has caído en
tierra, en ese humus del que hemos nacido los
«humanos». Somos tierra, somos barro, somos nada en comparación
contigo. Pero has querido ser como nosotros, y ahora te muestras
cercano a nosotros, con nuestras mismas dificultades, las mismas
debilidades, con el mismo sudor de la frente. Ahora tú, en este
viernes, como nos ocurre también a nosotros, estás postrado por el
dolor. Pero tienes la fuerza para seguir adelante, no tienes miedo a
las dificultades que puedas encontrar, y sabes que al final del
esfuerzo está el Paraíso; te levantas para dirigirte precisamente
allí, para abrirnos las puertas de tu Reino. Eres un rey extraño,
un rey en el polvo.
Siento un
vértigo: nosotros no somos quienes para comparar nuestras
dificultades y nuestras caídas con las tuyas. Las tuyas son un
sacrificio, el sacrificio más grande que mis ojos y toda la historia
jamás podrán ver.
Oración
Te
pido, Señor, que estemos dispuestos a levantarnos de nuevo después
de una caída,
que aprendamos de nuestros fracasos.
Recuérdanos que cuando nos toque equivocarnos y caer,
si estamos contigo y nos aferramos a tu mano,
podremos aprender a levantarnos.
Haz que los jóvenes llevemos a todos tu mensaje de humildad
y que las generaciones futuras abran los ojos para verte
y sepan comprender tu amor.
Enséñanos a ayudar a quien sufre y cae a nuestro lado,
a enjugar su sudor y a tender la mano para levantarlo.
que aprendamos de nuestros fracasos.
Recuérdanos que cuando nos toque equivocarnos y caer,
si estamos contigo y nos aferramos a tu mano,
podremos aprender a levantarnos.
Haz que los jóvenes llevemos a todos tu mensaje de humildad
y que las generaciones futuras abran los ojos para verte
y sepan comprender tu amor.
Enséñanos a ayudar a quien sufre y cae a nuestro lado,
a enjugar su sudor y a tender la mano para levantarlo.
Pater
noster…
Octava
estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
Lo
seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el
pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y
les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por
vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los
que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no
han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán
a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas:
“Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué
harán con el seco?»(Lc 23,27-31).
Meditación
Te veo y
te escucho, Jesús, mientras hablas con las mujeres que encuentras en
tu camino hacia la muerte. A lo largo de tus jornadas has visto a
muchas personas, has ido al encuentro y a hablar con todos. Ahora
hablas con las mujeres de Jerusalén que te ven y lloran. También yo
soy una de esas mujeres. Pero tú, Jesús, en tu amonestación usas
palabras que me impresionan, son palabras concretas y directas; a
primera vista, pueden parecer duras y severas porque son francas. De
hecho, hoy estamos acostumbrados a un mundo de palabras ambiguas, una
fría hipocresía oculta y filtra lo que realmente queremos decir;
las advertencias se evitan cada vez más, se prefiere abandonar al
otro a su propio destino, sin molestarse en exhortarlo por su propio
bien.
En cambio
tú, Jesús, hablas a las mujeres como un padre, también cuando las
reprendes; tus palabras son palabras de verdad y llegan inmediatas
con el único propósito de corregir, no de juzgar. Es un lenguaje
diferente al nuestro, tú hablas siempre con humildad y llegas
directamente al corazón.
En este
encuentro, el último antes de la cruz, brota una vez más tu inmenso
amor hacia los últimos y los marginados. De hecho, en aquel tiempo,
las mujeres no eran consideradas dignas de ser interpeladas, mientras
que tú, con tu amabilidad, eres verdaderamente revolucionario.
Oración
Te
suplico, Señor, que yo,
junto con las mujeres y los hombres de este mundo,
seamos cada vez más caritativos
con los necesitados, tal como lo fuiste tú.
Danos la fuerza para ir contra corriente
y entrar en auténtica relación con los demás,
construyendo puentes y evitando cerrarnos en el egoísmo
que nos lleva a la soledad del pecado.
junto con las mujeres y los hombres de este mundo,
seamos cada vez más caritativos
con los necesitados, tal como lo fuiste tú.
Danos la fuerza para ir contra corriente
y entrar en auténtica relación con los demás,
construyendo puentes y evitando cerrarnos en el egoísmo
que nos lleva a la soledad del pecado.
Pater
noster…
Novena
estación: Jesús cae por tercera vez
Pero
él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros
crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices
nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su
camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.(Is
53,5-6).
Meditación
Te veo,
Jesús, mientras caes por tercera vez. Has caído ya dos veces y dos
veces te has levantado. No hay ya límites para el cansancio y el
dolor, pareces definitivamente derrotado con esta tercera y última
caída. ¡Cuántas veces en la vida de cada día nos toca caer!
Caemos tantas veces que perdemos la cuenta, pero siempre esperamos
que cada caída sea la última, porque se necesita la fuerza de la
esperanza para hacer frente al sufrimiento. Cuando uno cae tantas
veces, las fuerzas al final colapsan y las esperanzas desaparecen
definitivamente.
Me
imagino a tu lado, Jesús, en el camino que te conduce a la muerte.
Es difícil pensar que precisamente tú eres el Hijo de Dios. Alguno
ha intentado ya ayudarte, pero estás agotado, inmóvil, paralizado y
da la impresión de que no podrás continuar. Pero veo que de repente
te levantas, enderezas las piernas y la espalda, todo lo que es
posible llevando una cruz sobre los hombros, y empiezas a caminar de
nuevo. Sí, te diriges hacia la muerte, y quieres hacerlo sin
ahorrarte nada. Quizás es esto el amor. Lo que entiendo es que no
importa cuántas veces caigamos, siempre habrá una última, quizás
la peor, la prueba más terrible en la que estamos llamados a
encontrar las fuerzas para llegar al final del camino. Para Jesús,
el final es la crucifixión, el absurdo de la muerte, pero revela un
significado más profundo, un propósito más elevado, el de
salvarnos a todos.
Oración
Te
suplico, Señor, que nos des cada día
la fuerza para seguir en nuestro camino.
Que mantengamos hasta el final
la esperanza y el amor que nos has dado.
la fuerza para seguir en nuestro camino.
Que mantengamos hasta el final
la esperanza y el amor que nos has dado.
Que todos
puedan hacer frente a los desafíos de la vida
con la fuerza y la fe con la que tú has vivido
los últimos momentos de tu camino
hacia la muerte en cruz.
con la fuerza y la fe con la que tú has vivido
los últimos momentos de tu camino
hacia la muerte en cruz.
Pater
noster…
Décima
estación: Jesús es despojado de las vestiduras
Los
soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo
cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una
túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo (Jn
19,23).
Meditación
Te
contemplo, Jesús, desnudo, como nunca antes te había visto. Jesús,
te han quitado tus vestiduras y se las están jugando a los dados. A
los ojos de estos hombres has perdido el único jirón de dignidad
que te quedaba, el único objeto que poseías en este camino de
sufrimiento. Al principio de los tiempos, tu Padre había hecho
vestidos para los hombres, para cubrirlos de dignidad; ahora los
hombres te los quitan. Te contemplo, Jesús, y veo a un joven
emigrante, un cuerpo destrozado que llega a una tierra muchas veces
cruel, dispuesta a quitarle sus ropas, su único bien, y venderlas,
dejándolo así solo con su cruz, como la tuya, solo con su piel
maltratada, como la tuya, solo con sus ojos hinchados por el dolor,
como los tuyos.
Pero hay
algo que los hombres a menudo olvidan sobre la dignidad: que esta se
encuentra bajo tu piel, es parte de ti y siempre estará contigo, y
más aún en este momento, en esta desnudez.
La misma
desnudez con la que nacemos es la que la tierra nos acoge en el
atardecer de la vida. De una madre a la otra. Y ahora aquí, en esta
colina, está también tu madre, que de nuevo te ve desnudo.
Te veo y
comprendo la grandeza y el esplendor de tu dignidad, de la dignidad
de cada hombre, que nadie podrá jamás suprimir.
Oración
Te
pido, Señor, que todos reconozcamos
la dignidad de nuestra
naturaleza,
incluso cuando nos encontramos desnudos y solos ante
los hombres.
Que sepamos ver siempre la dignidad de los demás,
y
honrarla y protegerla.
Te pedimos que nos des la audacia
necesaria
para conocernos a nosotros mismos por encima de lo que
nos cubre;
y para aceptar la desnudez que nos pertenece
y nos
recuerda nuestra pobreza,
de la que te enamoraste hasta dar la
vida por nosotros.
Pater
noster…
Undécima
estación: Jesús es clavado en la cruz
Y
cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron
allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la
izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen» (Lc 23,33-34).
Meditación
Te veo,
Jesús, despojado de todo. Han querido castigarte a ti, inocente,
clavándote en el madero de la cruz. ¿Qué hubiera hecho yo en su
lugar, habría tenido el coraje de reconocer tu verdad, mi verdad? Tú
has tenido la fuerza de soportar el peso de una cruz, de que no te
creyeran, de ser condenado por tus palabras incómodas. Hoy no somos
capaces de aceptar una crítica, como si cada palabra fuera
pronunciada para herirnos.
Tú
tampoco te detuviste ante la muerte, creíste profundamente en tu
misión y te fiaste de tu Padre. Hoy, en el mundo de internet,
estamos tan condicionados por todo lo que circula en la red que a
veces dudo hasta de mis propias palabras. Pero tus palabras son
distintas, son fuertes en tu debilidad. Tú nos perdonaste, no
tuviste rencor, nos enseñaste a poner la otra mejilla y fuiste más
allá, hasta el sacrificio total de tu propia vida.
Miro
alrededor y veo ojos fijos en las pantallas del teléfono, entregados
a las redes sociales para condenar cada error de los demás sin
posibilidad de perdón. Hombres que, dominados por la ira, se gritan
con odio por los motivos más insignificantes.
Miro
tus heridas y soy consciente, ahora, de que yo no habría tenido tu
fuerza. Pero estoy sentada aquí a tus pies, y me despojo yo también
de toda duda, me levanto de la tierra para poder estar más cerca de
ti, aunque solo sea por algunos centímetros.
Oración
Te
pido, Señor, que ante el bien
tenga la disposición para reconocerlo;
que ante una injusticia tenga
la valentía de tomar las riendas de mi vida y actuar de otro modo;
que me libere de todos los miedos
que como clavos me paralizan y me alejan
de la vida que tú has esperado y preparado para nosotros.
tenga la disposición para reconocerlo;
que ante una injusticia tenga
la valentía de tomar las riendas de mi vida y actuar de otro modo;
que me libere de todos los miedos
que como clavos me paralizan y me alejan
de la vida que tú has esperado y preparado para nosotros.
Pater
noster…
Duodécima
estación: Jesús muere en la cruz
Era ya
como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra,
hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo
se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto,
expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios,
diciendo: «Realmente, este hombre era justo» (Lc 23,44-47).
Meditación
Te veo,
Jesús, y esta vez no querría verte. Estás muriendo. Era hermoso
contemplarte cuando hablabas a las multitudes, pero ahora todo ha
terminado. Y yo no quiero ver el final; muchas veces he desviado la
mirada hacia otra parte, casi me he habituado a huir del dolor y de
la muerte, me he anestesiado.
Tu grito
en la cruz es fuerte, desgarrador: no estábamos preparados para
tanto tormento, no lo estamos, no lo estaremos nunca. Huimos por
instinto, presos del pánico, ante la muerte y el sufrimiento, los
rechazamos, preferimos mirar hacia otro lado o cerrar los ojos. En
cambio, tú permaneces ahí, en la cruz, nos esperas con los brazos
abiertos, abriéndonos los ojos.
Es un
gran misterio, Jesús: nos amas muriendo, abandonado, dando tu
espíritu, cumpliendo la voluntad del Padre, retirándote. Tú
permaneces en la cruz, y nada más. No te pones a explicar el
misterio de la muerte, de la conclusión de todas las cosas, haces
más que eso: lo atraviesas con todo tu cuerpo y tu espíritu. Un
misterio grande, que sigue interrogándonos e inquietándonos; nos
desafía, nos invita a abrir los ojos, a descubrir tu amor también
en la muerte, es más, a partir precisamente de la muerte. Es ahí
donde nos amaste: en nuestra condición más verdadera, ineludible e
inevitable. Es ahí donde comprendemos, aunque todavía de modo
imperfecto, tu presencia viva, auténtica. De esto, siempre,
tendremos sed: de tu cercanía, de tu ser Dios con nosotros.
Oración
Te
pido, Señor, que abras mis ojos,
que te vea también en los sufrimientos,
en la muerte, en el final que no es el final verdadero.
Remueve mi indiferencia con tu cruz, sacude mi apatía.
Interrógame siempre con tu misterio desconcertante,
que supera la muerte y da la vida.
que te vea también en los sufrimientos,
en la muerte, en el final que no es el final verdadero.
Remueve mi indiferencia con tu cruz, sacude mi apatía.
Interrógame siempre con tu misterio desconcertante,
que supera la muerte y da la vida.
Pater
noster…
Decimotercera
estación: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
Después
de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque
oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara
llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces
y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a
verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y
áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos
con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos
(Jn19,38-40).
Meditación
Te veo,
Jesús, todavía ahí, en la cruz. Un hombre de carne y hueso, con
sus fragilidades, con sus miedos. ¡Cuánto has sufrido! Es una
escena insoportable, tal vez justamente porque está impregnada de
humanidad. Esta es la palabra clave, la cifra de tu camino, plagado
de esfuerzo y sufrimiento. Precisamente esta humanidad que a menudo
nos olvidamos de reconocer en ti y de buscar en nosotros mismos y en
los demás, demasiado ocupados en una vida que aprieta el acelerador,
ciegos y sordos ante las dificultades y los dolores de los otros.
Te veo,
Jesús. Ahora no estás ya ahí, en la cruz; regresaste al lugar de
donde viniste, colocado sobre el seno de la tierra, sobre el seno de
tu Madre. Ahora el sufrimiento ha pasado, ha desaparecido. Esta es la
hora de la piedad. En tu cuerpo sin vida se reverbera la fuerza con
la que afrontaste el sufrimiento; el sentido que conseguiste darle se
refleja en los ojos de quien está todavía ahí y ha permanecido a
tu lado y siempre permanecerá a tu lado en el amor, dado y recibido.
Se abre para ti, para nosotros, una nueva vida, la del cielo, bajo el
signo de lo que resiste y no se quiebra por la muerte: el amor. Tú
estás aquí, con nosotros, en cada instante, en cada paso, en cada
incertidumbre, en cada oscuridad. Mientras la sombra del sepulcro se
extiende sobre tu cuerpo que yace entre los brazos de tu Madre, yo te
veo y tengo miedo, pero no desespero, tengo confianza que la luz, tu
luz, volverá a brillar.
Oración
Te pido,
Señor,
que tengamos siempre viva la esperanza y
la fe en tu amor incondicional.
Que sepamos mantener siempre viva y encendida
la mirada hacia la salvación eterna,
y que podamos encontrar descanso y paz en nuestro camino.
que tengamos siempre viva la esperanza y
la fe en tu amor incondicional.
Que sepamos mantener siempre viva y encendida
la mirada hacia la salvación eterna,
y que podamos encontrar descanso y paz en nuestro camino.
Pater
noster…
Decimocuarta
estación: Jesús es puesto en el sepulcro
Había
un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un
sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como
para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba
cerca, pusieron allí a Jesús (Jn 19,41-42).
Meditación
No te veo
ya, Jesús, ahora está oscuro. Caen sombras alargadas desde las
colinas, y las lámparas del Shabbatinundan Jerusalén, fuera
de las casas y en las habitaciones. Golpean las puertas del cielo,
cerrado e impenetrable. ¿Para quién es tanta soledad? ¿Quién
puede dormir en una noche así? Resuenan en la ciudad el llanto de
los niños, los cantos de las madres, las rondas de los soldados.
Muere el día, y solo tú te has dormido. ¿Duermes? ¿Y cuál es tu
lecho? ¿Qué manta te oculta del mundo?
José de
Arimatea ha seguido tus pasos desde lejos, y ahora sin hacer rumor te
acompaña en el sueño, te quita de las miradas de los indignados y
los malvados. Una sábana envuelve tu frío, seca la sangre y el
sudor y las lágrimas. De la cruz desciendes, con ligereza, José te
lleva sobre las espaldas, pero eres ligero: no cargas el peso de la
muerte, ni del odio, ni del rencor. Duermes como cuando te
envolvieron en la cálida paja y otro José te tenía en brazos.
Igual que entonces no había lugar para ti, tampoco ahora tienes
dónde reclinar la cabeza; pero en el Calvario, en la dura cerviz del
mundo, crece ahí un jardín donde nadie ha sido sepultado aún.
¿A dónde
te has ido, Jesús? ¿A dónde has descendido, si no es a lo más
profundo? ¿A dónde, si no es a ese lugar todavía intacto, a la
cámara más angosta? Estás atrapado en nuestros mismos lazos, en
nuestra misma tristeza estás encerrado. Has caminado como nosotros
sobre la tierra, y ahora, bajo tierra, como nosotros, encuentras
espacio.
Querría
correr lejos, pero tú estás dentro de mí; no debo salir a
buscarte, porque tú llamas a mi puerta.
Oración
Te rezo a
ti, Señor, que no te has manifestado en la gloria
sino en el silencio de una noche oscura.
Tú que no miras la superficie, sino que ves en lo secreto
y entras en lo más profundo,
desde lo hondo escucha nuestra voz:
que podamos, los que estamos cansados, descansar en ti,
reconocer en ti nuestro origen,
ver en el amor de tu rostro dormido
nuestra belleza perdida.
sino en el silencio de una noche oscura.
Tú que no miras la superficie, sino que ves en lo secreto
y entras en lo más profundo,
desde lo hondo escucha nuestra voz:
que podamos, los que estamos cansados, descansar en ti,
reconocer en ti nuestro origen,
ver en el amor de tu rostro dormido
nuestra belleza perdida.
Pater
noster…
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada